A parir de la muerte del papa Francisco, se desencadena un proceso estricto para la elección del nuevo pontífice, que consta de cuatro instancias. Cuando la cabeza de la Iglesia católica muere, comienza un período conocido como "Sede vacante" en el que el gobierno de la institución recae en manos del colegio de los cardenales. Este período, explica la agencia de noticias católica ACI Prensa, está regido por un principio de "no innovar".
En este período, los cardenales solo pueden resolver cuestiones ordinarias o que no se puedan aplazar mientras se prepara todo lo necesario para la elección del nuevo pontífice.
Para que el proceso se ponga en marcha, el decano del Sacro Colegio Cardenalicio convoca una reunión de todos los cardenales con derecho a voto, que son aquellos menores de 80 años. Según las normas que rigen el proceso, este cónclave debe comenzar 15 días después de que queda vacante la sede, aunque el Colegio de Cardenales puede establecer otra fecha que no debe superar los 20 días desde la muerte del pontífice anterior.
Los cardenales tienen que hacer la elección en persona, lo que para muchos que están repartidos por el mundo dirigiendo diócesis o archidiócesis implica viajar a la Roma. Una vez que comienza el cónclave no pueden irse hasta que el proceso terminó y tampoco tienen permiso de hablar con gente que esté fuera del cónclave. Históricamente hubo tres métodos para elegir al papa: por aclamación, por compromiso o por escrutinio. Pero los dos primeros se eliminaron por lo que solo rige ahora el voto individual y secreto de los cardenales.
Su cónclave suele comenzar con una misa matutina especial en la Basílica de San Pedro. Por la tarde se dirigen en procesión a la Capilla Sixtina para iniciar el proceso de votación. Se reparten boletas a cada uno de los cardenales, quienes escriben el nombre de su candidato seleccionado debajo de las palabras "Eligo in Summen Pontificem", que significa "elijo como sumo pontífice". Luego, por orden de antigüedad, se acercan de a uno a un altar y deposita sus papeletas en un cáliz. Si bien el voto es secreto, el recuento es a viva voz.
Un cardenal requiere del voto de dos terceras partes del cónclave, se convierte en el nuevo papa. Si eso no sucede, se repite la votación una vez más ese mismo día.
Si aún no hay papa, en el segundo y tercer día del cónclave pueden llevarse adelante cuatro votaciones, dos en la mañana y dos en la tarde. El cuarto día se destina para un descanso dedicado a la oración y el debate, y la votación puede seguir durante siete rondas más.
Nadie que está fuera del cónclave puede enterarse sobre cómo marcha el proceso. De hecho, en 1996 Juan Pablo II prohibió cualquier dispositivo de grabación en el encuentro y ordenó que los técnicos revisaran la Capilla Sixtina para asegurarse de que estaba libre de micrófonos o cámaras cuando comenzaban las votaciones.
Después de algunas rondas de votaciones, las papeletas van a un horno. Si no hay un elegido, se añade al fuego una sustancia química para que el humo salga negro y de esa manera el público sabe que todavía no hay papa. Pero si ha resultado un nuevo Papa de ese proceso, no se agrega nada y el humo es blanco. De ahí la expresión "fumata blanca" como sinónimo de consenso y acuerdo tras un debate o discusión.
El elegido debe aceptar la decisión para que sea válida y a continuación elegir el nombre que usará como Papa. El cardenal más logevo anuncia la noticia a la multitud que suele reunirse en la Plaza de San Pedro y allí aparece el nuevo pontífice para bendecir a la comunidad. "Habemus Pappam".