El libanés Kabalan Abisaab pisó tierra ecuatoriana por primera vez en 1987, para asistir al matrimonio de una prima en Guayaquil. “Apenas aterrizamos me sorprendió ver que no había mangas de embarque y desembarque, por lo que tuvimos que caminar por la pista. Me impactó mucho ver las diferencias sociales, por un lado, casas muy grandes y cruzando la calle, viviendas de caña. Yo veía una revolución en cada ventana. Mi tío me dijo eso no pasa en este país, porque nadie se muere de hambre. En Ecuador la tierra es fértil y generosa. Un país de gente amable y luchadora”.
Graduado de Leyes en la Universidad de Beirut, empezó su carrera profesional como consultor de varias firmas europeas que tenían negocios en Medio Oriente. En 1987, con una inversión de casi un millón de dólares creó con un familiar Management League Consulting (MANAL). “Todo iba de lo mejor, las inversiones extranjeras crecían, pese a la guerra civil que se vivía en Líbano, sin embargo, dos años después empezamos a padecer una verdadera pesadilla. Una bomba cayó en la zona en la que funcionaba la oficina en Beirut, perdimos todo. Más de 130.000 mil personas murieron mientras duraron los enfrentamientos. Todavía tengo presente los horrores de esa época”.
Es el mayor de tres hermanos y a sus 28 años dejó salir su espíritu aventurero. Se mudó a Guayaquil para trabajar como gerente de exportaciones en Electrocables, la empresa de su primo. Dos meses después se instaló en Quito para dirigir las operaciones en la región interandina. “Quito me encantó, pese a que en Guayaquil había más vida. Era una ciudad tranquila, recuerdo que mi oficina estaba en la avenida Amazonas, dejaba el auto en la calle, a veces me olvidaba de poner seguro y no pasaba nada”. En 1996 se incorporó a Bopp, una fábrica de propileno y tres años después manejó COPZ, una fábrica de tela de rasha o yute.
Abisaab decidió que Ecuador sería su hogar para siempre, por eso adoptó la nacionalidad, sus tres hijos nacieron aquí, sus empresas también se han desarrollado en este país. Líbano quedó para visitar a la familia y vacaciones.
Este empresario libanés habla cuatro idiomas: árabe, francés, inglés y español. Cuando llegó, hace 34 años no sabía decir ni gracias, hoy habla español bastante bien, aunque todavía mantiene su acento.
Los negocios son lo suyo, creó la empresa industrial PrintoPack y luego en 2002 con un socio, la empresa Botris, que con el tiempo se volvería en el imperio de las marcas luxury en Ecuador. “ Creo que soy muy bueno para ver las oportunidades de negocios y manejar los números". Estaba claro que era el momento de las importaciones porque estábamos dolarizados. Comprar y vender en moneda dura es una ventaja”
Una de las primeras marcas que trajo fue la española Mango con una inversión cercana al millón de dólares. “Entregamos una carta de crédito stand bye, nosotros les comprábamos la ropa y lo que no se vendía en un tiempo acordado debíamos devolver. Fue un boom, lo que nos impulsó en 2004 a traer Trial, una marca de ropa de hombre de Chile”.
La sociedad no prosperó, su socio se quedó con Mango y Abisabb optó por tomar otro camino. Disciplinado, estructurado, organizado y con un buen olfato para los negocios, su estrategia fue subir unos cuantos escalones y lanzarse por una línea glamorosa, sofisticada y elegante.
De una conversación agradable, carismático y cordial recuerda que ha sido un camino duro, porque ha habido altos y bajos, como en una montaña rusa. En ocasiones trabajaba de sol a sol para conseguir su meta y difícilmente se doblega. En 2008 abrió Strelli Milano, una multi brand store que agrupa marcas como Al Zileri, La Martina, Harmont & Blaine, Barbour, Karl Lagerfeld entre otras. Un año después la marca portuguesa Lanidor y la alemana Hugo Boss aterrizaban en Quito. “Las exigencias de las marcas son fuertes, periódicamente tenemos que renovar las decoraciones y sólo en eso, el costo puede ir de US$ 200.000 a US$ 900.000”.
Como dice el refrán 'Donde pone el ojo, pone la bala', su objetivo era llegar a Carolina Herrera y lo consiguió. “Pasé un año tratando de negociar y nada. Cuando estaba en un punto de estrés, como caído del cielo un empresario español, al que había conocido meses atrás me escribió un mail, preguntándome si me interesaba la marca para Ecuador. Tres días después estaba en España negociando con ellos”.
Cómo anécdota contó que la famosa diseñadora no es propietaria de la marca sino un grupo español; a ella le pagan un fee por el nombre. “El acuerdo que tenemos es una especie de join venture, debo entregarles una cantidad alta como garantía, ellos me mandan la mercadería, lo que no se vende lo devuelvo. Cada diez días renovamos colecciones. Abrimos el 16 de diciembre de 2011 el primer local en el Quicentro, la decoración del local de 140 metros cuadrados costó US$ 850.000, todo es importado, desde las luminarias. Incluso vino un equipo de 15 personas para armarlo. En 15 días vendimos US$280.000 y nos quedamos sin mercadería, fue una locura”.
Los siguientes años han sido de crecimiento y expansión. Hoy cuenta con más de 15 marcas de lujo entre ellas Purificación García, Adolfo Domínguez, United Colors of Benetton, Michael Kors, Ives Rocher, Polo Ralph Lauren y recientemente Liu- Jo. Todavía sigue viva la resaca de haber perdido Salvatore Ferragamo, por haberse ausentado seis años del país como embajador en Qatar.
Actualmente cuenta con cuatro empresas, 27 tiendas y 140 colaboradores consolidados bajo el paraguas de Awan Holding. La facturación anual supera los ocho dígitos.
“Soy un empresario que no cree ni la extrema izquierda, ni en el neoliberalismo, practico el equilibrio económico. No creo en la mano invisible. Nunca he tercerizado a mis trabajadores. Ahora tengo 140. Si un empleado se enferma y corre peligro su vida, no dudo en hacerlo atender en el sector privado”.
Con cierta picardía afirma que se siente más ecuatoriano que libanés. Hincha a muerte del Emelec, mientras que su hijo es de Liga Deportiva Universitaria, cuando los dos equipos se enfrentan en la cancha, ellos en cambio lo hacen en la casa frente al televisor. Con vergüenza nos confiesa que no conoce Galápagos pese a vivir tres décadas en Ecuador. En donde si ha vacacionado varias veces es en Salinas y Casa Blanca, en Esmeraldas, aunque ahora se inclina más por las playas de Manabí.
“Los ecuatorianos son personas de paz, hospitalarios, te hacen sentir como en casa desde el primer día. Veo con preocupación la actualidad, pienso que debemos darle un espacio al nuevo presidente para que pueda gobernar”.
A sus 63 años, está preparando el camino para entregar la posta a sus hijos. Ahora se toma la vida con más calma de la mano de una raqueta de tenis, un ceviche de camarón y cuando hace frío con una sopa de bolas de verde. Quiere envejecer y morir en este país que le ha dado tanto. “Uno no escoge el país en el que nace, pero si puede escoger el país en el que quiere vivir y yo decidí Ecuador”. (I)