En su mente tiene grabado el año 2015. No puede borrar de su memoria, el rostro de angustia de su madre al ver que la empresa que con tanto esfuerzo habían logrado edificar junto a su esposo se desmoronaba hasta el punto de quebrar. La venta de la casa y otros bienes, más algunos avances con las tarjetas de crédito, servían para atenuar en algo las necesidades de inyección de recursos y pagar a sus cinco empleados. Pero todo parecía infructuoso. La suerte de Biosalmi estaba echada.
Para ese momento, Carlos Silva tenía 25 años. Después de estudiar la colegiatura en el APCH y el Intisana, había arrancado con los estudios de Biotecnología en la Escuela Politécnica del Ejército (ESPE). Pero en el segundo semestre de la carrera, sufrió un accidente de tránsito que le impidió continuar. Convalidó en la Universidad de las Américas (UDLA) y en este punto es cuando el drama familiar lo sobrepasó.
Entraron en vigencia ciertas normativas que dejaron a la empresa impedida de producir. En medio de la caída, me retiré de la universidad porque, primero, no había recursos para pagar los valores y, segundo, para tratar de revivir a la empresa familiar. Gracias a contactos de mi papá, contactamos con un amigo suyo en Ambato que nos ofreció maquilar la producción de sales minerales para ganadería y para caballos. O sea, son unos suplementos para mejorar la producción de leche o para mejorar la calidad de la carne, es más o menos como si nosotros consumiríamos un complejo vitamínico diario.
Aunque incluso al interior del hogar, conformado por sus padres y su hermana mayor, quien es biotecnóloga, no había mucha fe en que él fuera el salvador que esperaban, se cargó al hombro el desafío. La ayuda de este ángel ambateño fue clave para volver a empezar. Además de maquilar, le ayudó a actualizar el tema de los registros sanitarios adaptados a las nuevas regulaciones. Iniciamos con una producción mensual de ocho toneladas, que significaban ventas mensuales de entre US$ 10.000 y 12.000. La maquila nos daba crédito de 60 a 90 días. Y en las ventas del producto me empecé a enfocar en clientes pequeños, donde se podía recuperar la cartera mucho más eficientemente, sin manejar tanto crédito, porque en ganadería todo se maneja con base en crédito. Entonces, trabajaba con clientes de almacenes pequeños y recorría todo el país, visitándolos. Eran ventas pequeñas, pero que nos ayudaban a que el flujo aumentara, eso nos dio un capital para volver a arrancar.
Los vientos parecieron finalmente soplar a favor. Juntó US$ 20.000 y los invirtió en un galpón de arriendo en Alangasí. Lo adecuó, instaló la maquinaria y ajustó las normativas para volver a producir. En 2018 se volvieron a encender las máquinas, de ocho toneladas se pasó a 35. Además, un familiar cercano le facilitó una camioneta para los viajes de ventas por el país. Con US$ 4.000 de entrada y pagos como pueda, encontró el vehículo necesario para impulsar el renacido negocio.
En Alangasí, trabajamos dos años, hasta 2020. Para nosotros, el tema de la pandemia no fue algo muy complicado, porque la ganadería nunca se detuvo, siempre pudimos seguir operando. La actividad nos permitió mudarnos de lugar, captar nuevos distribuidores, incorporar más vendedores. Levantamos una empresa que estaba ya casi perdida. Hoy producimos 150 toneladas mensuales y sumamos 15 trabajadores, entre vendedores, asistentes, personas de producción, choferes. Mi hermana es quien se encarga del área de producción y yo de la comercial. También tenemos la representación de una línea de genética de EE.UU., sacamos una línea de detergentes para el tema de ordeños y hemos cambiado nuestros empaques a los ecológicos. En 2022 cerramos con US$ 1,5 millones de facturación, nuestra proyección para 2023 es superar los US$ 2 millones, únicamente en el mercado local.
¿Qué le ha dejado toda esta desafiante experiencia? Me ha hecho ver, primero, lo importante de tener confianza en uno mismo, de saber cuánto vale uno y de qué es capaz, de no creer en los prejuicios sobre las propias ideas, de creer que no se está en la capacidad de hacerlas o que la gente no va a quererlas. El segundo aspecto que me ha enseñado es a valorar el dinero, saber que la plata es del negocio y no de uno. Y, por último, la diferencia que hace el servicio, en nuestro caso a los ganaderos, en campo. Había días que yo salía todo el día y no vendía nada. Entonces busqué la manera de hacer pruebas en haciendas, buscaba y les decía: 'Mire, ¿sabe qué?, yo le doy el producto sin ningún costo y permítame hacer una prueba' o '¿qué problemas tiene usted?, y le demuestro que mi producto funciona'. No tengo miedo a tocar las puertas. Para nosotros, lo principal es darle un buen resultado al ganadero, para que pueda estar bien y, de alguna manera, nosotros también. (I)