Nicolás Cabrera llegó a Estados Unidos en 2008, cuando tenía 17 años. Su familia había decidido buscar nuevos rumbos. Estudió economía, con un Minor en Contabilidad, en American University, en Washington D.C. En ese entonces, conoció al que luego se convertiría en su socio, Jeff Yerxa.
Una vez concluidos sus estudios, empezó a trabajar en el área contable de los negocios relacionados con el mundo de la alimentación. Fue ahí cuando se dio cuenta que lo suyo no eran los números, sino la gastronomía, esa era su pasión. Con Yerxa decidieron explorar el mundo del café y meterse en la onda del café de especialidad, por lo que buscaron las mejores y más apetecidas variedades del mundo. Así nació en 2016 Lost Sock Roaster, un tostadero de café, ubicado en Washington D.C.
La primera inversión fue de US$ 75.000, con lo que lograron montar, en el subsuelo de una casa, una pequeña planta para tostar café de calidad y venderlo a cafeterías, restaurantes y supermercados en la ciudad. Empezaron produciendo 10.000 libras de producto molido con sus aromas de especialidad. En el mercado, los cafés de calidad pueden llegar a costar hasta US$ 9 la libra, mientras que el de consumo masivo está por debajo de los US$ 5. El grano lo importaban de siete países: Etiopía, Sumatra, Guatemala, Costa Rica, Nicaragua, Colombia y Ecuador.
Pero, tener café ecuatoriano era una obligación, si o si, no había opción. Yo estaba empeñado en enseñar al mundo nuestro producto. Conseguimos un café de una variedad, no muy común, de un sabor afrutado, diferente a lo que la gente está acostumbrada a tomar y es todo un éxito, cuenta Cabrera. Pero, el problema que enfrentaban era que en Ecuador el precio era mayor en comparación con otros países, debido a que cuenta con el dólar como moneda oficial, mientras en otros países se devalúa sus monedas por el tipo de cambio.
Una vez que establecieron contacto con productores que priorizan la sostenibilidad ambiental y mantienen el mismo sabor de excelencia del café, se estableció una relación de trabajo a largo plazo con el compromiso de generar seguridad y estabilidad para las partes involucradas. Así, la tostadora ha ido creciendo con la reinversión de las ganancias obtenidas. Durante sus primeros años, la facturación fue entre US$ 200.000 y 250.000.
Como buen emprendedor, Cabrera se dio cuenta que, para crecer más, era necesario abrir una cafetería en donde sus clientes pudieran degustar los diferentes sabores de su producto. Con esta idea nació Lost Sock´s Café, en un antiguo teatro de Washington. Para abrir la cafetería, Cabrera y Yerxa sacaron un préstamo de US$ 150.000 y llegaron a un acuerdo con el dueño del local, el cual consistía en que ellos asumirían la construcción y adecuación del local, la cual costó US$ 350.000.
El día que abrimos cayó una nevada tenaz, que no había ocurrido en años, pero de todos modos los vecinos salieron a apoyarnos y teníamos fila en la nieve. El negocio reventó.
Durante 2021, entre los dos negocios, sumó una facturación de US$ 1 millón, tostando 80.000 libras anuales. Este año se encaminan a aumentar sus ganancias en US$ 1,5 millones, tostando 100.000 libras al año. En el 2023 realizarán una gran inversión en nuevos equipos, ya que los actuales están al límite de su capacidad, lo que ha impedido recibir a nuevos clientes. Esta inversión se ubicará sobre el millón de dólares.
La idea es abrir un tostadero y cafetería en un mismo lugar para que la gente pueda ver el proceso de tueste, tomarse con café tostado ese momento y saborear las diferentes calidades. Su objetivo no es expandirse con cafeterías, sino crecer tostando café.
Una de sus más grandes alegrías fue ser recibidos en la Casa Blanca, por el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, en abril de este año. Ellos pensaron que, por lo menos, iban a ser 200 los emprendedores convocados. ¡Y no! La gran sorpresa de este encuentro fue que Cabrera y Yerxa fueron parte de los tres negocios que el Mandatario estadounidense recibió.
En el encuentro, Biden escuchó sus necesidades, los problemas que vivieron durante la pandemia, cómo avanzan los negocios e intercambiaron ideas de cómo el Gobierno podría ayudarles a crecer. Fue una locura estar ahí, nunca pensé que me iba a sentar junto al Presidente de los EE.UU. y poder decirle cómo nos afectan los impuestos a los negocios pequeños, recuerda Cabrera. (I)