"Tengo un juguete eléctrico, ¿quieren darse una vuelta?". Henry Yandún camina desde la biblioteca de su casa, atraviesa una sala, la cocina, llega hasta el garaje y muestra al equipo de Forbes uno de sus pasatiempos: un Audi e-tron. Sonríe, insiste en la pregunta y en menos de dos minutos salimos a dar una vuelta por Cumbayá. Mientras habla sobre las bondades de su vehículo, reflexiona: "Miren qué bonita la urbanización, miren esos jardines. Nada que ver con mi infancia, vivíamos seis personas en una habitación y, por falta de espacio, yo debía hacer los deberes arrodillado".
Este constructor, emprendedor y dirigente gremial conduce con precaución hasta que encuentra una recta en la que pone a prueba la potencia del vehículo. La aceleración sorprende a todos los pasajeros; las risas duran hasta que Yandún vuelve a acelerar. Diez minutos después estamos de regreso en su casa, ubicada en un exclusivo barrio de Cumbayá.
El paseo en el 'juguete' fue parte de una conversación en la que Yandún contó sus inicios profesionales, sus logros y su mirada sobre los negocios. También dejó en la mesa algunos consejos para las nuevas generaciones.
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Con una camisa blanca y un pantalón casual de color azul, Yandún toma asiento en uno de los salones de su casa, hace memoria y relata que estudiaba Ingeniería Mecánica en la Escuela Politécnica Nacional cuando leyó en un periódico un anuncio de un concurso de merecimientos para una empresa de la industria metalmecánica. "Yo no sabía en qué consistía, entonces llamé y les dije: 'Quiero saber de qué se trata este proceso'. Allí me explicaron todos los requisitos y les indiqué que aún era estudiante". Yandún tenía unos 22 años y el concurso era convocado por una empresa cazatalentos. Se inscribió sin ninguna expectativa; él solo quería prepararse para en el futuro participar en otro concurso de merecimientos más preparado y con experiencia.
La primera sorpresa fue que la firma que buscaba un asistente de ingeniería de planta lo llamó y le pidió que se inscribiera para completar el número de candidatos. Yandún les hizo caso sin mayores expectativas, tuvo algunas entrevistas, varias pruebas y la segunda sorpresa fue cuando le dijeron que resultó seleccionado. "¿Qué hago ahora? Yo todavía estudio". El protagonista de esta historia supo entonces que tenía una oportunidad para dar un salto. "¡El sueldo era mil dólares, una estupidez!". Yandún llegó así a Armco (hoy Novacero), empresa enfocada en la fabricación y comercialización de productos para la industria de la construcción como ángulos, platinas, barras, tuberías y perfiles.
El trabajo era en el sur de Quito y la EPN en el centro norte. "Mi hogar era muy humilde y no tenía recursos. Vivía en San Juan, tomaba un bus hasta El Ejido, otro bus hasta Santo Domingo y luego uno hacia Turubamba, y uno más hasta la fábrica. Me tomaba tres trotes para llegar a las siete de la mañana. En la tarde estudiaba y en mi último año hacía la tesis en la misma Politécnica. Cuando uno es emprendedor se trabaja 24/7, ni en los sueños se descansa", dice con un guiño directo a la gente que quiere ser su propio jefe.
Yandún se va emocionando mientras recuerda su trayectoria. "Fue una época fantástica", dice. Su mirada se detiene en uno de los cuadros que tiene en su casa (un Endara Crow, un Kingman, un Varea, entre otros) y que llegaron a su poder por una casualidad con un cliente que dejaba el país. "Mi esquina era especial, era la Asunción y Nicaragua. Hacia el occidente estaba el tradicional San Juan, hacia el oriente el barrio América, de clase media, y hacia el norte estaba Miraflores, zona pelucona. Estaba en el vértice de tres mundos y me ayudó mucho esa coyuntura. Me relacionaba con las clases altas, pobres y medias de Quito. Mi mamá era la señora de la tienda y allí caía todo el mundo".
¿Cómo empezó su carrera profesional? ¿Cuáles fueron las primeras tareas en Armco? Yandún debía seguir instrucciones de supervisión de la producción con los obreros. La empresa elaboraba productos de acero para la construcción vial, en el auge de la vialidad del país en los años ochenta. "Yo era el nexo entre gerencia de planta y los trabajadores. Era un drama: yo era un muchacho y los obreros eran mayores. Me buleaban, pero me ayudó venir de un mundo humilde, eso me ayudó a relacionarme con la gente". Su padre es de Tulcán y su mamá, de Ibarra. "Mi papá nos enseñó a trabajar toda la vida, él fue chofer y agricultor, yo sabía desde joven sobre mantenimiento mecánico. Supe siempre lo que es el trabajo duro. Por eso ahora puedo jugar fútbol con los obreros o jugar pádel".
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Con Armco fue creciendo y asumiendo distintos cargos. A los 27 años ya fue gerente de planta y lideraba a cerca de 450 obreros. Fueron tiempos de madurar entre sindicatos, conversaciones, discusiones y más desafíos. Con el tiempo llegó a ser country manager de la empresa.
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