Todo empezó en 2017, cuando por una decepción amorosa, se divorció y cayó en una fuerte depresión. Tenía 26 años, trabajaba en el área de marketing digital del Grupo El Comercio. Los médicos en ese entonces le recomendaron bajar su ritmo de trabajo y un reposo relativo. A las pocas semanas de estar en casa, sentía que se volvía loca, quería darse contra las paredes del aburrimiento. Pensó que podía entretenerse con la elaboración de cremas naturales, que había aprendido a hacer mientras estudiaba una maestría en Escocia.
Hasta ese momento, Adriana Orellana, graduada con honores en Marketing y Finanzas en la Universidad San Francisco de Quito (USFQ) en 2013, había tenido su primer trabajo a los 17 años, como host en la cafetería de unos tíos. Comenta que ahí aprendió cómo hacer un negocio desde la raíz. A los 20 años fue seleccionada en la universidad para hacer un training en marketing en una entidad bancaria. Tres años después fue directora de marketing en una exportadora de flores, con su principal mercado en Rusia. Entre risas afirma que no aprendió ni una palabra en ruso, que todo el negocio se manejaba en inglés.
La curiosidad es algo que se percibe en la personalidad extrovertida de esta joven emprendedora. En 2015, decidió aplicar a un intership de seis meses en una ONG en Grecia. Luego de lo cual regresó a Quito. Hizo nuevamente maletas, cruzó el charco hasta Escocia para obtener una maestría en marketing internacional, en la Universidad de Strathclyde. En este periodo es cuando el boom de la cosmética natural, que se vivía en el Reino Unido, la envolvió. Vanidosa, empezó a probar en su piel y quedó fascinada con los resultados. Enseguida tomó su computadora y empezó a averiguar dónde podía hacer un curso. Se mudó a Londres. Al tiempo que terminaba su tesis, ingresó al Instituto Neal's Yard y obtuvo un título en cosmética natural integral. Luego de lo cual regresó a Quito.
Ahora, a sus 32 años se ha centrado en la sostenibilidad y cuidado del medio ambiente. Un concepto que lo aplica a diario no sólo en su forma de vida, sino también en su negocio Ali Botanics. Empecé preparando cremas para mí. Hice un bálsamo de pelo, una crema de cara, un exfoliante y aceite para el pompis, todo en la cocina de la casa, quemé algunas ollas, porque no tenía los instrumentos adecuados, mi mamá me quería matar. Mi familia probó los productos y les encantó, entonces me empujaron a emprender, algo que nunca había estado en mi mente
La idea de vivir de un hobby, al principio, no la convencía del todo, pero si le daba vueltas en su cerebro tener algo propio. Hice un business plan completo, quería darle seriedad al negocio de la cosmética natural, invertí en una agencia de publicidad, en branding, en una página web transaccional. La implementación del proyecto costaba US$ 30.000. Recurrió a sus ahorros y, más una pequeña ayuda de sus padres, se puso manos a la obra. Ellos le donaron 1.000 metros cuadrados en su hacienda en Calacalí, norte de Quito, para que empezara a cultivar plantas para la elaboración de los cosméticos. Arrancó con lavanda. También realizó una importación de insumos, envases, aceites esenciales, mantecas, extractos, hidrolatos. En julio de 2019 lanzó la página web con cuatro productos ( los mismos que había hecho años atrás en la cocina de su casa). Estaba lista para el e- comerce. Ese es un día que Ali, como le llaman en su círculo cercano y del cual sale el nombre de su negocio nunca olvidará. El primer día lloré de felicidad. Tuve cinco ventas. De nadie conocido, porque para tener un negocio exitoso, pienso que no debes empezar con gente de tu círculo cercano, porque el apoyo es diferente. Un año después Ali Botanics facturó US$ 100.000.
Este aliciente le dio el empujón que necesitaba para salir de su zona de confort. En pandemia, mientras todo estuvo paralizado, Orellana trabajó sin parar. En Calacalí adaptó un pequeño laboratorio, los 1.000 metros iniciales se convirtieron en 5.000. Sembró ocho tipos de plantas: romero, manzanilla, jazmín, tomate de árbol, limón, uvillas y frambuesas. Ahora su carta se ha ampliado a 28 productos para rostro, pelo y cuerpo. También elabora antifaces de seda con semillas de lino para relajarse e importa productos wellnes de Corea del Sur. En 2021, en ventas logró US$ 150.000 y contrató cinco personas. Ese mismo año abrió su primer show room en la Floresta, Quito. Fue un local emergente, la adecuación costó US$ 30.000. En 2022 me lancé al río (risas) abrí mi propio local. Lo innovador es el área de mascarillas faciales, las elaboramos ese momento para el cliente, se puede ver todo el proceso, es un producto totalmente personalizado.
Define a su empresa como pequeña, por ahora, pero como ella dice, es el ratón detrás de la computadora, trabajadora incansable. Todos los días sale en sus redes sociales contando sus experiencias, por ejemplo, en pandemia sufrió de acné quístico que se curó con sus productos y hoy tres años después su piel luce radiante, al igual que se refleja su vida personal.
A 2023 hemos superado en la página web las 40.000 compras. En Instagram tengo más de 25.0000 seguidores. Empecé con una marca súper femenina, cuando abrí el local en 2022 decidí convertirla en una marca neutra. Ahora, un 20 % de mis clientes es hombre. Este 2023 va ser un año difícil, se siente más la crisis producto de la pandemia, pero lo que aprendí es que no hay que tener miedo.
Con esa filosofía, este año está dispuesta a iniciar un proceso para franquiciar la marca valorada al momento en US$ 500.000, y llegar a Guayaquil y Cuenca con locales físicos. Si todo avanza como lo tiene planificado, a partir de 2025 se expandirá por Latinoamérica.
Cuando le preguntamos qué aconsejaría a los futuros emprendedores, la respuesta fue directa: estoy haciendo asesorías, al momento he hecho seis y he descubierto que no funcionan porque no planifican. Así empiecen con US$ 20 se debe arrancar con la seriedad de una empresa. Si no marcas un camino te pierdes en el trayecto. El emprender no es para todos. (I)