Para Marcelo Herrera, la idea de emprender en el mundo de la cerveza artesanal se construyó desde su infancia en Quito, en el seno de una familia que siempre estuvo marcada por la cultura del trabajo y el emprendimiento. En 1999, en plena adolescencia, conoció a Selene Loayza, su compañera de vida y una pieza clave en la historia de la cervecería. "Fuimos amigos del barrio y esa conexión de amistad luego se transformó en amor y cariño".
En el caso de Loayza, ella nació en Quito, pero desde los cuatro años tiene contacto con las Islas Encantadas. "Soy galapagueña/quiteña. Mis padres se enamoraron de Galápagos y lograron hacer unos proyectos allá y obtuvieron la residencia". Incluso, Herrera no sabía sobre esta documentación oficial hasta después de casarse. "Todo fue por amor. Cuando nos casamos ella me dijo: 'vamos para que saques el carnet de residencia de Galápagos, también tengo una casa allá' y yo dije: 'me saqué la lotería (risas)".
Herrera se graduó del colegio en 1998, para luego tener un año sabático. "Pasé por tres universidades, aprendí de todo un poco. Desde Agronomía, hasta Comercial y Marketing en la Universidad Internacional", donde finalizó sus estudios. Mientras que Loayza estudió psicología infantil y psicorehabilitación, "nada que ver con cerveza ni productos ni nada (risas) en la Universidad Central. Pero, siempre tuve momentos lindos de mi infancia en Galápagos, entonces yo dije: 'aquí es donde quiero hacer mi vida con mi esposo y fue una oportunidad'. Estando allá me contagié del lado creativo".
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"En 2009, con un año de casados, nos pusimos un café-bar en el Valle de los Chillos llamado Manganaro. Una mezcla entre 'mangare' y divertirse". Es ahí donde empiezan a meter los pies en el mundo cervecero, pero todavía no en el artesanal sino en el de barril. "Estuvimos menos de un año porque aprendimos lo duro que era tener un restaurante". Después cogieron sus maletas y se fueron a Perú con un amigo y el futuro Head Brewer de la empresa, David Romero. "Nuestra aventura era mochilear, no teníamos un itinerario, no teníamos tarjetas de crédito, solo teníamos en nuestro bolsillo lo que vendimos el pub y salimos a experimentar lo que nos daba la vida". Entre experiencias nuevas y paisajes desconocidos, probaron por primera vez una cerveza Cusqueña, lo que despertó en ellos la idea de un día hacer su propia cerveza, una que reflejara su identidad y el lugar que ambos amaban.
Al regresar a Ecuador, la idea quedó suspendida mientras Herrera trabajaba como docente en Quito, mientras Loayza viajó a Galápagos por temas laborales. Pero la idea de emprender seguía latente. Fausto Gómez, primo de Selene y actual socio de la cervecería, también se unió al proyecto motivado por el amor a las islas. Tras estudiar Turismo en Quito, se dedicó a trabajar como guía turístico, una profesión que lo llevó en varias ocasiones a Galápagos. En sus visitas a la cervecería, compartió con Herrera y Loayza la visión de crear un negocio arraigado en el archipiélago.
Decididos a llevar su idea a la realidad, comenzaron su aventura como homebrewers o cerveceros caseros en 2012. Pero una cosa era preparar cerveza en la cocina de casa y otra muy distinta producirla a nivel comercial. Sin embargo, el mayor obstáculo que enfrentaron fue conseguir los permisos necesarios para 'importar' lúpulo y cebada malteada a Galápagos, ingredientes básicos en la elaboración de la cerveza. Herrera cuenta que "cada semana iba a las oficinas de Agrocalidad a preguntar por el trámite, pero parecía que no avanzaba nada". Fue un proceso de casi un año en el que enfrentaron trámites burocráticos que los llevaron a considerar la posibilidad de desistir.
Finalmente, obtuvieron el permiso para ingresar lúpulo a las islas, lo que sentó un precedente en la historia de Galápagos: era la primera vez que se autorizaba el ingreso de este ingrediente. Este logro, aunque representaba una gran victoria, fue solo el primero de muchos pasos en una serie de complicaciones logísticas que caracterizarían el proceso de producción en el archipiélago. Además del lúpulo, tuvieron que tramitar permisos especiales para la importación de cebada malteada, un grano que es incapaz de germinar y que, por tanto, no representa un riesgo para la flora local. "La idea de que lleváramos un producto como el lúpulo o el trigo les parecía extraña; temían que intentáramos cultivarlo en las islas".
A pesar de los retos iniciales, en 2015 lograron finalmente llevar su cerveza al mercado, abriendo un pequeño pub en Puerto Ayora. La inversión inicial para adecuar este local, que contaba con apenas dos dispensadores de cerveza y un espacio reducido para atender a los clientes, fue de US$ 10.000. El pub estaba en una calle secundaria y, aunque al inicio contaron con la curiosidad de los turistas, los locales aún se mostraban escépticos. En los primeros meses, vendieron principalmente a visitantes extranjeros que quedaban fascinados con la idea de probar cerveza artesanal de Galápagos. Sin embargo, su verdadero reto estaba en convencer a la gente local de que su cerveza era de calidad. "Al principio, los bares y restaurantes nos cerraban las puertas; decían que no creían que fuera algo que la gente pidiera".
La situación cambió poco a poco. La acogida fue tan grande que el pequeño local pronto quedó desbordado y, en 2017, los socios tomaron la decisión de mudarse a un espacio más grande en la avenida Charles Darwin, en pleno corazón de Puerto Ayora. Este paso significó una inversión de alrededor de US$ 40.000, una cifra considerable para la que Herrera y Gómez tuvieron que pedir préstamos y obtener adelantos en tarjetas de crédito. "No fue fácil, nos arriesgamos a endeudarnos, pero el negocio ya tenía cierto movimiento y confiamos en que iba a ser algo positivo". La nueva ubicación atrajo tanto a turistas como a locales, consolidando la cervecería como un punto de encuentro.
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En los primeros años, la producción de cerveza era casi artesanal, con lotes de apenas 20 litros. Hoy, después de una serie de mejoras en infraestructura y equipos, la planta de Cervecería Santa Cruz cuenta con una capacidad de producción mensual de 4.000 litros. La ampliación de la planta fue posible gracias a una planificación estratégica de reinversión: el 40 % de los ingresos se destinan a la expansión y modernización de los equipos, lo cual ha sido clave para mantenerse competitivos y enfrentar la creciente demanda.
El negocio alcanzó su punto de equilibrio en 2018, un año después de la apertura de su segundo local, y actualmente generan ingresos anuales por US$ 386.000. Para cerrar este año, los fundadores proyectan un crecimiento del 10 %, aunque reconocen que el mercado presenta desafíos, especialmente con las fluctuaciones en el turismo y los cambios en la economía nacional. A pesar de estas dificultades, Herrera asegura que tienen un plan claro: "Estamos enfocados en mantenernos innovadores y en seguir ofreciendo un producto que haga que la gente vuelva. Para nosotros es importante que la experiencia en el pub sea memorable".
Desde el comienzo, uno de los pilares de Cervecería Santa Cruz fue su compromiso con la sostenibilidad. "Galápagos es un lugar especial y frágil, y tenemos la responsabilidad de protegerlo. Para nosotros, eso significa que cada decisión que tomamos debe considerar su impacto ambiental", asegura Loayza. Todas las botellas de Santa Cruz son retornables, un esfuerzo que busca reducir los desechos en las islas, donde históricamente han tenido problemas para gestionar residuos provenientes del turismo.
Además, el pub colabora con agricultores locales para abastecerse de ingredientes estacionales, como naranjas, calabaza y café orgánico, que integran en sus cervezas especiales. La marca desarrolló estilos únicos, incluyendo una variedad que utiliza café de Galápagos y otra elaborada con maracuyá, lo cual refuerza su conexión con el entorno y su apoyo a la economía local. En palabras de Gómez: "Queremos ser una fuente de empleo y un ejemplo de economía circular en las islas. Cada compra que hacemos localmente significa menos importaciones y más beneficio para la comunidad".
En 2023, Santa Cruz demostró que su calidad compite no solo a nivel local, sino también internacional. La cervecería obtuvo 10 medallas en distintas competiciones de cervezas artesanales, entre ellas dos medallas de oro en la Copa Mitad del Mundo, una medalla de oro en la Copa Austral en Cuenca y medallas de plata en concursos de Paraguay, Uruguay y Colombia. Estos reconocimientos posicionan a Santa Cruz como un referente de la cerveza artesanal ecuatoriana y han impulsado el interés en la marca tanto en Galápagos como en el resto del país.
Loayza destaca el impacto que estos premios tienen en la comunidad local: "Es algo simbólico, porque hemos logrado que la gente se sienta orgullosa de un producto local. Ver el nombre de Galápagos reconocido en el exterior tiene un valor enorme". Además, la empresa aprovechó esta visibilidad para reforzar su compromiso social, colaborando con colectivos y ONGs en iniciativas que promuevan la conservación y el apoyo a la comunidad.
Con la vista puesta en el horizonte, Santa Cruz sigue consolidándose no solo como una cervecería de calidad, sino como un ejemplo de cómo un pequeño negocio puede marcar una diferencia en la comunidad. Y aunque el camino no ha sido fácil, la perseverancia, el compromiso y el amor por las islas han sido los ingredientes secretos que han llevado a este equipo a hacer realidad su sueño cervecero galapagueño. ¿Sus planes futuros? "Expandir la marca, tanto del producto como del Gastro Pub, al continente". (I)