José Luis Quintero, un ingeniero industrial venezolano, y María Fernanda Illanes se conocieron durante una maestría en sostenibilidad en el Instituto Centroamericano de Administración de Empresas (INCAE) en 2009. Quintero recuerda que fue amor a primera vista, por lo que no dudó ni un momento en dejar todo y embarcarse a Quito. Al poco tiempo se casaron.
"Hace nueve años la mayor de nuestras tres hijas, fue diagnosticada con intolerancia alimentaria, lo que marcó el inicio de una transformación radical en la alimentación de la familia. Empezamos en casa a experimentar con alimentos saludables basados en ingredientes andinos y fuimos descubriendo un mundo, hasta entonces desconocido".
María Fernanda, una ingeniera química graduada de la Politécnica Nacional, se desempeñaba como oficial de proyectos en el Fondo Ecuatoriano de Cooperación para el desarrollo, una ONG que trabaja con comunicades indígenas andinas. Por su parte, José Luis es ingeniero industrial formado en la Politécnica Nacional de Venezuela, durante cinco años trabajó en la Empresa Nacional de Ferrocarriles y luego decidió probar en turismo.
En 2016, los dos decidieron embarcarse en el mundo de los superfoods, empezaron vendiendo en una feria barrial en el norte de Quito y vieron que tenían acogida. "Teníamos todo el conocimiento y know how del INCAE. La primera opción que pensamos fue maquilar el producto, pero nos dimos cuenta que nadie podía ofrecernos que no haya contaminación cruzada". Frente a este primer tropiezo decidieron lanzarse solos. Con una inversión de US$ 120.000 pusieron una pequeña fábrica artesanal en una propiedad que los padres de María Fernanda tienen en Perucho, Imbabura. Obtener los registros sanitarios fue un verdadero dolor de cabeza, muchos papeleos y obstáculos debieron enfrentar en el camino, pero lo consiguieron. La nana de sus hijas, Margot Navarrete, fue una pieza clave para la expansión, porque ella estuvo en todo el proceso y se las sabía todas. Así nació Cusi, que en quichua significa alegría.
El principal ingrediente en sus productos es la quinua, su primera producción de mezclas para pacakes y kinotos fue pequeña, vendieron US$ 2.500, pero marcó el inicio de su viaje en el negocio alimenticio. Un segundo tropiezo fue una fallida exportación a Estados Unidos y Lima. Reconocen que pecaron por principiantes, al escoger mal el distribuidor. Este error les significó perder US$ 7.000, pero no se desanimaron.
"Decidimos sacar todas las certificaciones de calidad. Recuerdo que el auditor de Buenas Prácticas de Manufactura (BPM) en un tono medio satírico nos preguntó si con una producción de 10 cajas íbamos hacer negocio. Nosotros estábamos seguros del potencial que había. En 2017 cerramos el año con una facturación de US$ 60.000. Una cadena de supermercados nacional nos pidió 100 cajas". En 2017 su portafolio subió a nueve productos, entre los más apetecidos están las mezclas para pancakes y tortas de quinua con chocolate, de banana verde, de camote y hojuelas de avena. La aceptación nacional les permitió cerrar el año con ventas de US$ 100.000. Su dedicación y perseverancia empezaba a dar frutos. A diferencia de muchos negocios, el encierro por el Covid 19 le catapultó al mercado internacional.
"La gente estaba encerrada y subió mucho el consumo de premezclas. Además, se abrieron exportaciones a Panamá, Colombia y enviamos una línea blanca a Dubái. Facturamos US$ 350.000. El siguiente año nos fue excelente, vendimos US$ 417.000. Cuando terminó la pandemia, cambiaron los hábitos de consumo de las personas y todo el mundo lo único que quería era salir. Decidimos que era el momento de innovar, nos planteamos hacer algo listo para comer como galletas, pero sin nada de químicos y libres de gluten".
Un tercer tropiezo fue la capacidad instalada de la fábrica. Entre risas recuerdan que les tomaba un mes hacer un pedido de 150 cajas de galletas. Decidieron que era el momento de una ampliación, para lo cual levantaron una inversión de US$ 80.000 con fondos sostenibles. La máquina con la que cuentan en la actualidad les permite producir 7.000 kilos mensuales de galletas o tortillas de yuca.
Confiesan que de vez en cuando pecan con pizzas y papas fritas. José Luis se encarga no solo de preparar las loncheras de sus hijas, sino también de lidiar con sus rabietas. De vez en cuando reclaman que, en lugar de tortillas con queso, fruta y un termo con agua, se les mandé snacks fritos y golosinas.
Para estos emprendedores, no se trata solo de generar ganancias, sino también impactar positivamente y generar una economía circular. Su modelo de negocio se centra en ser una empresa ancla para pequeños productores, trabajando en estrecha relación con comunidades locales y proveedores.
Con una filosofía de vida saludable en mente continúan pisando el acelerador a fondo. Hoy cuentan con un portafolio de 23 productos para conquistar miles de paladares. Colombia se ha convertido en su principal mercado, seguido de Costa Rica y Guatemala. Mientras miran hacia el futuro, su objetivo es seguir expandiéndose y alcanzar una facturación de US$ 600.000 en 2024. Cuando hay determinación, los sueños no tienen límites. (I)