Bruno Valarezo Correa nació en 1984 en Catacocha, una pequeña ciudad cercana a la frontera con Perú. Desde temprana edad, su vida estuvo marcada por un suceso que cambiaría su destino: la muerte de su padre cuando tenía apenas seis años. "Ese evento cambió todo", recuerda Bruno, "mi madre tuvo que criarnos sola a mi hermano y a mí, lo que transformó nuestra vida diaria y nos hizo más fuertes".
Desde niño, Bruno mostró una gran curiosidad por entender cómo funcionaban las cosas a su alrededor. Pasaba horas desarmando juguetes y creando nuevas invenciones con lo que tenía a mano. "Recuerdo que construía cosas con paletas y decía que eran naves interplanetarias", comenta entre risas. Sin saberlo, ese deseo de explorar y experimentar sería la chispa que encendería su futura carrera en tecnología.
Estudió en el Colegio Marista de Catacocha, donde su pasión por la tecnología continuó creciendo. Aunque aún no tenía claro hacia dónde lo llevaría, algo en su interior lo impulsaba a seguir explorando. Al graduarse en 2003, Valarezo decidió ingresar a la Universidad Técnica Particular de Loja (UTPL) con la intención de estudiar Electrónica, pero el puntaje no le alcanzó y terminó en la carrera de Sistemas Informáticos. "No era lo que planeaba, pero aproveché la oportunidad", recuerda. Eventualmente, Bruno logró cambiarse a Electrónica, donde descubrió su verdadera pasión: la robótica.
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La fascinación por la robótica lo llevó a participar en diversas competencias a escala nacional. Junto a su equipo trabajó con robots que realizaban tareas complejas como clasificar basura o jugar fútbol. Nos apasionaba ver cómo un código podía dar vida a un robot, aunque al principio lo tomábamos como un juego, eso nos preparó para lo que vendría después.
Tras graduarse, Bruno se encontró con uno de los desafíos más comunes para los emprendedores: cómo transformar una idea en un negocio sostenible. Fue entonces cuando surgió la oportunidad de desarrollar un sistema de GPS para taxis en Loja. Con determinación y mucho esfuerzo, lograron convencer a las autoridades locales de la viabilidad del proyecto y así nació su primera empresa, Kradac. "Literalmente, comenzamos con US$ 7.000 que conseguimos entre familia y amigos", dice este emprendedor. "No teníamos mucho, pero teníamos la convicción de que podíamos lograr algo grande".
Lo que comenzó como un proyecto local se convirtió rápidamente en algo mucho más grande. El equipo de Valarezo no solo desarrolló soluciones para el transporte público, integrando sistemas de pago electrónico y control de flotas, sino que también innovó en la gestión de estacionamientos en la ciudad. Queríamos resolver problemas reales y lo hicimos uno a la vez, adaptándonos a las necesidades de cada ciudad.
La expansión fue rápida: llegaron a ciudades como Ibarra y Machala, hasta después adentrarse a Quito, donde enfrentaron la competencia de un mercado más establecido. "Siempre creímos en la importancia de adaptarse y aprender de la competencia, por más difícil que fuera", comenta Bruno. Esta capacidad de adaptación fue crucial para sobrevivir y prosperar en mercados más grandes y competitivos.
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En 2018, después de años de trabajo y muchas lecciones aprendidas, Valarezo y su equipo unificaron todas sus soluciones bajo una sola aplicación, a la que llamaron Clipp. Esta "súper app" permite a los usuarios solicitar taxis, conocer rutas de transporte público, pagar por estacionamientos y realizar pedidos de delivery, todo en una sola plataforma. "Quisimos simplificar la vida de las personas y, al mismo tiempo, consolidar nuestra oferta en una sola aplicación", afirma Bruno.
Actualmente, Clipp opera en 23 ciudades de seis países y sigue expandiéndose. Con más de 10.000 conductores (7.000 taxis y 3.000 buses) y alrededor de 2,4 millones de pasajeros que utilizan su tecnología, esta compañía se ha convertido en un actor clave en la movilidad urbana de Sudamérica. La empresa cuenta con un equipo de 72 personas en su oficina central en Loja, y alrededor de 25 colaboradores adicionales en distintas ciudades y países. Este equipo gestiona los diferentes verticales de Clip, que incluyen taxis, buses, estacionamientos y más. "Cada vertical tiene su propio gerente, y esa estructura nos permite ser ágiles y rápidos en la toma de decisiones", detalla Bruno.
El modelo de negocio de Clipp ha evolucionado con el tiempo. Al principio, el financiamiento provenía de préstamos familiares y pequeñas inversiones personales, pero hoy la empresa factura entre US$ 100.000 y US$ 120.000 mensuales. "Nuestra línea de taxis es la que más factura, pero estamos enfocados en desarrollar la vertical de movilidad empresarial, que promete ser un área de crecimiento significativa", explica. A pesar de los desafíos de la pandemia, la empresa logró recuperarse y cerrar el año pasado con US$ 1,4 millones en facturación. "Tuvimos que ajustar nuestro enfoque, pero estamos en una posición sólida para crecer entre un 30 % y 50 % anual en los próximos años", proyecta con confianza.
Bruno ha aprendido que emprender es un proceso lleno de altibajos, y que cada error es una oportunidad para aprender y mejorar. "Nos equivocamos mucho, pero eso es parte del camino. Lo importante es nunca dejar de innovar y adaptarse a las necesidades del mercado", afirma con la sabiduría de quien ha recorrido un largo camino.
Aunque enfrentaron dificultades durante la pandemia, lograron superarlas gracias a su capacidad de adaptación e innovación. "Nuestro objetivo es seguir creciendo y expandir nuestra tecnología a más ciudades en Sudamérica". Su historia es un testimonio de cómo la perseverancia, la curiosidad y la determinación pueden llevar a alguien de una pequeña ciudad en la frontera de Ecuador a liderar un proyecto con impacto internacional. "Hay que soñar en grande y creer en uno mismo. Solo así se pueden superar los límites". (I)