Corría el segundo semestre de 2016 cuando Iván Ponce le dijo a su esposa Sara Morales: Ya no aguanto el ritmo del supermercado, es un trabajo sin horario, 24/7. Nos quedan dos opciones: abrir una fábrica de licores o de chocolates. La respuesta de Morales tomó literalmente 30 segundos. Vendimos el supermercado, para darle vida a Julieta Chocolatiére, cuenta Ponce. Estaban decididos a ser el Willy Wonka ecuatoriano
El camino no fue fácil, repletos de ideas querían comerse el mundo de bocado en bocado, demostrar que lo mejor de la vida empieza con un sueño y que si tienes suerte de conocer a Willy Wonka todo es posible.
Empezaron en un taller de 15 metros cuadrados haciendo de todo. Pasaron horas de horas de aciertos y errores hasta conseguir las fórmulas precisas para salir al mercado. Cientos de muestras fueron a la basura hasta que, ¡eureka!, la pareja consiguió dos bombones rellenos de maracuyá. Esta joven pareja ambateña estaba dispuesta a no dejarse vencer. Empezaron a ir a ferias en Quito, Guayaquil y Cuenca, sacando colecciones por temporada, como el Día de la Madre, San Valentín y Navidad. En 2018 lograron vender US$ 60.000.
La perseverancia les permitió no desmayar a pesar de las pocas ventas. Buscaron capacitaciones en diferentes áreas. Fue un largo camino, lleno de tropiezos y resbalones, pero siempre con un espíritu innovador, impulsados por darles a sus hijos un futuro prometedor.
En 2019 sus chocolates empezaron a comercializarse en supermercados, delicatessen y tiendas de especialidad. Contaban con seis tipos de bombones y una producción de 500 kilos cada dos semanas. El panorama era alentador. Empezamos a trabajar con un grupo de médicos para salir con barras funcionales, porque queríamos diferenciarnos del resto. Diseñamos 11 tipos diferentes, para mujeres, deportistas, para la depresión. Todo estaba listo para lanzarlas al mercado a inicios de 2020, pero llegó la pandemia y nuestros sueños se fueron al vacío. De una cartera de 150 clientes, sólo 10 nos pedían bombones.
Este tropiezo no los desanimó. Fue todo lo contrario, se recargaron de energías, escarbaban cada posibilidad que veían en frente. Recuerdan que pasaron noches sin dormir hasta que, ¡otro eureka!, apareció una luz al final del túnel. Un joven nos llamó para proponernos que elaboremos una marca blanca para la empresa alemana El origen, que buscaba un chocolate orgánico, natural y libre de gluten. Pensamos que era nuestra boya de salvación. Pero esto implicaba mucho trabajo, porque debían presentar una oferta atractiva para ganarles a las empresas grandes. Fueron arduas y largas jornadas de trabajo, tuvieron que obtener nuevas certificaciones, muestras iban y venían hasta llegar a algo único.Bites de quinua con maca y de amaranto.
Muchos nos decían que no vamos a poder, que estamos locos, que nos estamos metiendo con algo heavy, pero nosotros estábamos decididos a dar todo, pese a que sabíamos que si no funcionaba nos quedábamos en cero. El tamaño de la fábrica era otro obstáculo: debía cumplir con requerimientos y estándares internacionales. Al estilo de Willy Wonka la pareja golpeó las puertas de algunas instituciones financieras y sólo una cooperativa les dijo que sí, pero con intereses altos. Vendieron el carro y con las tarjetas de crédito a reventar consiguieron US$ 68.000 y se pusieron manos a la obra.
Fueron horas interminables de trabajo, hacíamos todo lo que el cliente nos pedía. El primer embarque fue rechazado porque el sabor era muy fuerte, por suerte, nos dividimos la pérdida. Hicimos una nueva fórmula y les gustó. Para entonces contaban con 20 colaboradores, trabajaban a doble jornada para enviar el primer contenedor. De pronto los llamaron desde Alemania y les comentaron que la cadena de supermercados Rewe, presente en 14 países europeos, estaba interesada en comercializar los bites. Participamos en el concurso y ganamos. Nos caímos como condoritos para atrás. Nos sentíamos en las nubes (risas).
El primer embarque fue de 40 toneladas, es decir unas 70.000 unidades. Dos meses después les pidieron el triple. Terminaron 2022 vendiendo sobre las 500.000 unidades y con una facturación de US$ 600.000.
Ellos combinan el cacao con productos orgánicos saludables. La fabricación inicia con la llegada del cacao desde Manabí, la quinua la traen de Chimborazo y el amaranto de Perú. Sara reconoce que su esposo es el catador porque tiene un paladar exquisito y que sus dos hijos son fanáticos de los bites.
En 2023 un nubarrón cayó nuevamente sobre estos emprendedores. Por la guerra entre Rusia y Ucrania los niveles de compra bajaron considerablemente, así como los ingresos. Los pedidos se redujeron de 12 a cinco contenedores al año. En lugar de deprimirse tomaron fuerza para abrirse en el mercado local. Hoy, sus bombones se encuentran en 200 puntos de venta en distintas ciudades del Ecuador.
Iván reconoce que es explosivo, para él las medias tintas no existen y que Sara pone el equilibrio. Este año arrancaron con fuerza, la persistencia, disciplina y resiliencia les abre nuevos horizontes. En los próximos meses las barras funcionales, que se quedaron en proceso de cocción por el Covid 19, saldrán a la venta. El ingreso de un nuevo socio, con una inversión de más de US$ 100.000, les permite respirar. En julio llegarán con su propia marca a una cadena de supermercados en Nueva York. Estos 'Willy Wonka' no sólo han sobrevivido, sino que van dejando huella en el competitivo mundo del chocolate artesanal. (I)