La primera vez que Raquel Salazar me habló de las bondades de la fruta milagrosa y el impacto que está generando su consumo, pensé que era una exageración. Enseguida entré a Google porque, para ser sincera, nunca había escuchado de su existencia.
La “Synsepalum Dulcificum”, como se la conoce científicamente, es una planta frutal originaria de África occidental que tiene la capacidad de volver la percepción de los alimentos ácidos o amargos en dulces, debido al contenido de miraculina en su pulpa. En 1959, el estadounidense Donald Breiner la introdujo a Ecuador.
El cuento de este emprendimiento arrancó en 1991 cuando Valerio Tapia, padre de Diego Tapia, un coleccionista de plantas, compró una plantita de la fruta milagrosa. En ese entonces pagó 10.000 sucres. Con el tiempo esta planta se multiplicó a 600. En 1999 adquirió una finca de dos hectáreas y media en Esmeraldas, a la que bautizó como Ecuaforestar, que significa 'llenar al Ecuador de plantas'. “No teníamos ningún plan, cosechábamos la fruta y al otro día estaba dañada. Investigué un poco y leí que cambiaba el sabor de los alimentos, probamos y era verdad. No sabíamos qué hacer”.
Tapia, graduado de ingeniería de Ejecución en Electromecánica, en 2008 vio una oportunidad de negocio. Empezó vendiendo las plantas a US$ 10. Recuerda que fue un fracaso, nadie le hacía caso, pero la perseverancia dio su fruto. Con cuatro 'tereques' participó en la Feria Ganadera de Santo Domingo de los Tsáchilas. “Al que pasaba le hacía la prueba del limón con la fruta y aparecía la magia. Todos sonreían con el experimento, por lo que decidí llamarla como la 'Fruta de la felicidad'. Vendí en tres días US$ 1.500”.
En 2010 la empresa facturó US$ 10.000. Un kilo, es decir, 800 bayas frescas se vendían a US$ 300, pero Tapia tenía claro que el siguiente paso era la industrialización.
“Sacamos un préstamo de US$ 20.000, pero al poco tiempo tuve un accidente y quedé inmovilizado por seis meses, no podía trabajar, peor cumplir con el banco, entré en crisis. Un año me tomó recuperarme y cumplir con mis deudas”. Tapia de 41 años sabía que el camino era la liofilización, es decir, la deshidratación del fruto por congelación, debido a que la fruta es altamente perecible.
Pasaron días, semanas, meses y años, hasta que en 2018 entró en escena Raquel Salazar. Esta joven de 29 años, graduada de Ingeniería Agroindustrial y Alimentos, ha convivido con un diagnóstico incierto que ha marcado su vida, pero que le ha dado la convicción de una luchadora.
“A los 11 años empecé a perder mi cabello. Mis padres me llevaron a todos los médicos posibles, pero ninguno pudo darme un diagnóstico, me sometieron a cientos de tratamientos sin resultados. A los 22 años me sometí a una micropigmentación y mi cuero cabelludo lo rechazó. Decidí raparme y usar turbante. Lloraba todos los días, había personas que me veían con lástima y me preguntaban cuanto tiempo tengo de vida. También me creían musulmana. Lo sigo viviendo, pero he aprendido que las cosas pasan por algo, que todo es un aprendizaje y ahora siento que soy una mejor persona”.
Salazar empezó a visitar a los enfermos con cáncer, muchos le comentaban que la comida les sabía a metal. Decidió ofrecerles la fruta milagrosa y ¡eureka! funcionaba. Sin perder tiempo, se comunicó con Tapia. Bastaron pocos minutos para saber que compartían los mismos sueños, que tenían las mismas ganas de comerse el mundo y que estaban dispuestos a conseguirlo.
En un principio, su giro de negocio se basó en popularizar su producto. Con una tabla de cortar, unos limones y unas cuantas bayas, recorrieron kilómetros y kilómetros, tocaron cientos de puertas, recibieron centenas de 'no', pero nunca se desanimaron. Fundaron Zafru, un juego de palabras que significa sabor y fruta. En 2019 vendían el kilo de fruta liofilizada a US$ 2.000 y alcanzaron una facturación de US$ 60.000.
El camino hacia el éxito empresarial no es fácil y lo que parecía imposible hoy es una realidad. Han invertido hasta el momento US$ 700.000, cuentan con una producción de 120 kilos de fruta liofilizada, más de 6.000 cajas anuales, y su producto está en tiendas autorizadas en Quito, Guayaquil, Cuenca y Machala. Además, continúan las buenas noticias: ya distribuyen en EE.UU., Francia, Portugal, España y Perú. Si las cuentas no les fallan cerrarán este año con ventas superiores a los US$ 200.000.
En este camino de sueños, caídas, resbalones y levantadas, estos emprendedores no olvidan su esencia. “Nosotros sabemos que con la fruta milagrosa contribuimos para que los enfermos de cáncer puedan sentir el sabor real de la comida, a que los diabéticos puedan saborear el sabor dulce de un pastel. Constantemente hacemos donaciones a hospitales y centros especializados. Así aportamos con un granito para mejorar su calidad de vida”. En el futuro planean seguir expandiéndose y en el tercer trimestre de 2024 estarán a la venta en Amazon. (I)