El mantra de Patricio Ortiz: músculo, corazón y nervio
El Presidente Ejecutivo de GO Corp. asegura que para los negocios se necesita perseverancia, coraje y cerebro. Vive esa filosofía desde que hizo su primera importación, hace casi 50 años. Era el inicio de un grupo que hoy suma ingresos anuales por cerca de US$ 1.000 millones, más de 10.000 empleados, una cadena de supermercados y otros negocios.

Una docena de aviones a escala son parte de la decoración de la oficina de Patricio Ortiz Cornejo. En una de las mesas se observan modelos de jets Beechcraft, Embraer y de otras empresas aeronáuticas. "Son obsequios que recibí por ser cliente. Hoy, en el Grupo Ortiz, tenemos dos jets privados para los vuelos de nuestros ejecutivos", cuenta mientras se alista para ser entrevistado y retratado. Antes de sentarse en su escritorio, revela que está buscando un nuevo avión con autonomía para volar directo desde Ecuador a China o Hong Kong. Ahora debe dejar el suyo en el aeropuerto de Los Ángeles y tomar un vuelo comercial hacia el continente asiático.

Las divisiones de la oficina son de vidrio y en los muebles resaltan decenas de retratos con su familia, trofeos, placas de reconocimiento, una fotografía suya durante una competencia ciclística, vehículos deportivos y camiones a escala, adornos varios. Dos escritorios con carpetas y documentos, una silla blanca y otra negra, un cuadro del Corazón de Jesús... Todo es parte de la oficina de este empresario que utiliza dos teléfonos celulares (en uno de ellos el fondo de pantalla es el Papa Francisco) y que, en un día cualquiera, aterriza en Estados Unidos, China o Ecuador, no sin antes tener reuniones de negocios a casi 7.000 metros de altura.

Ortiz reconoce que el jet es una oficina voladora y que no siempre descansa porque el viaje transcurre entre llamadas y videoconferencias. "A veces prefiero el vuelo comercial porque me encuentro con amigos y me distraigo". Esta confesión la hace el presidente ejecutivo de Grupo Ortiz, o GO Corp, un holding empresarial con ventas anuales por cerca de US$ 1.000 millones, más de 10.000 empleados, una cadena de supermercados que ya suma 22 locales entre Quito, Cuenca, Guayaquil y otras ciudades, y que no para de hacer negocios. La más reciente apuesta de este grupo es el Mall del Alto, en Cuenca, la ciudad-cuna del grupo. Este centro comercial se levanta con una inversión de US$ 100 millones, en un terreno de 16 hectáreas que albergará a 180 locales comerciales.

"Si yo tomara esos cien millones y me comprara una isla, un yate, una casa al filo de la isla con playa y me dedicara a hacer deportes acuáticos, creo que no resistiría más de tres días. Estoy seguro de que botaría la toalla", dice este empresario de 67 años que se define como una persona persistente. "Soy un trabajador nato, no me hallo retirado".

"Que me lleven donde un psiquiatra"

La entrevista con Patricio Ortiz Cornejo se cumple en una sala de reuniones, en el centro de operaciones de Grupo Ortiz, en la zona occidental de Cuenca. Desde el aire, cuando se aterriza en la ciudad por la cabecera sur del aeropuerto, se observan con claridad las bodegas y las oficinas del holding. Solo allí trabajan cerca de 600 personas. Con traje y corbata, este empresario cuencano conversa con Forbes Ecuador y cuenta historias de su niñez que fueron marcando la vida de un empresario lleno de energía.

"Uno de los factores importantes que me hizo enfocar en el trabajo fue que en mi niñez no había mucha comida en la casa. Era 1957 y viví la pobreza, no quiero volver a ser pobre". Hace una pausa y relata un hecho que se grabó en su memoria. Se alistaba para la primera comunión y su mamá, Carmen, le confeccionó un traje con retazos de cuatro pantalones de sus hermanos mayores, pero era un terno. "Mis amigos se burlaban de mi terno, y fue entonces que tomé conciencia de que se pueden lograr cosas grandes con resistencia y perseverancia".

Ortiz cuenta otra etapa de su niñez, en la que aprendió la importancia de la práctica constante. "No era bueno para las matemáticas, pero practiqué tanto que aprendí. Tampoco tenía buena caligrafía, pero escribí páginas y páginas en el cuaderno de tres líneas. Lo mismo me pasó con la taquigrafía y la mecanografía. No importa lo que uno quiera ser, lo importante es practicar".

Cuando estaba por culminar la escuela, la familia tomó algunas decisiones. En casa su mamá estaba inquieta y le sugirió que se preparara para ingresar al colegio Técnico Salesiano, que en los años setenta era un pionero en formación técnica en Cuenca. "Ella quería que aprendiera mecánica y que fuera tornero, para que luego trabajara en la 'Llantera' (hoy Continental), me pagaran bien y me defendiera en la vida; para tener un buen sustento y que no me muriera de hambre".

Un casi adolescente Ortiz estudió para el examen de admisión en el colegio mencionado, pero reprobó. Cuenta que había escrito que quería ser mecánico, médico, arquitecto y economista. "Los profesores se preguntaban cómo quería ser tantas cosas, y me dijeron que estaba desubicado y que no me podían recibir". Entonces su papá, Gerardo, fue al colegio para hablar con el director. "Nos dijo que me llevaran donde un psiquiatra y luego donde un orientador vocacional". Fue una sugerencia que desconcertó a la familia.

"Tenía 12 años y me dan ese diagnóstico. Mi papá me reprendió, pero tampoco no entendía cómo no podía haber aprobado". El plan B en casa fue que Ortiz se preparara para ser contador, ahora en el colegio Antonio Ávila, "pero no había cupo". A la final siguió con sus estudios de secundaria en la misma institución en la que cursó la etapa escolar: La Salle. Una vez graduado como bachiller, empezó a estudiar Medicina. "Era muy buen estudiante con 10 en Biología, Anatomía y otras materias, casi considerado un genio. Pero la Universidad de Cuenca entró en paro (en el gobierno de Velasco Ibarra)". Los astros jugaban su rol y Ortiz empezó a trabajar con su padre y su hermano Ángel en un local de materiales de calzado. "Trabajaba horas de horas. Me encantaba todo lo que hacía".

Con ese gusto por los números, volvió a las aulas universitarias, ahora en la carrera de Administración. "Mi hermano me pidió que les siguiera ayudando y así me encarrilé en los estudios y en la tienda de la familia". El joven se iba a convertir en empresario.

Pegamento, esponjas y colchones

La noche cae, el reloj marca cerca de las 19:00 y Ortiz va desbloqueando recuerdos, se emociona y, para calmar la sed, toma agua. "Yo tenía 18 años y mi hermano importaba algunos productos de Japón; empecé a hacer lo mismo".

La familia había reunido un capital de US$ 7.000, fruto del negocio, por lo que Ortiz viajó a Estados Unidos para comprar nuevo material y algo más. Llevó el dinero en las botas, en el pantalón, en el cinturón... Se forjaba el Patricio Ortiz negociante, vendedor y viajero. "Fui a Nueva York para comprar varios productos y el vendedor, un americano-judío muy buena persona, me invitó a comer. Yo estaba en tal estado que casi me comí hasta el plato. No había comido nada en días". Se ganó la confianza del proveedor y obtuvo un crédito de US$ 4.000. En un segundo viaje el crédito subió a US$ 20.000. "Embarqué un contenedor de 'basura'"; era uno de 20 pies que llevaba papel tapiz para autos por el que pagó cerca de US$ 200. "Vendimos todo e hicimos como US$ 80.000". Entonces ya tenía un capital para seguir viajando y comprando en Miami, Nueva York y Panamá.

Tenía 20 años y era un empresario joven. Entonces cruzó el Atlántico hasta llegar a Japón y Corea del Sur, donde amplió la línea de productos. Ortiz es directo: "Empecé a hacer mucho dinero importando. Además, comenzamos a fabricar productos en Cuenca. Era 1978 y empezamos a producir pegamento de contacto, colas blancas, esponjas y colchones. Seguía importando y un día, cuando tenía 21 años, fui a Taiwán. Lo curioso es que los productos de Taiwán decían ROC, Republic of China. Era lo más barato, después de Corea del Sur". La relación con Asia había empezado y Ortiz dice, como broma, que ya se sentía un "hombre viejo".

En Taiwán vivió una anécdota que no olvida. Colocó un anuncio que decía: "Empresario ecuatoriano requiere comprar material para calzado". Al día siguiente tenía un grupo de 300 proveedores. "Elegí de todo, desde material de calzado hasta productos de ferretería. Pasé desde las ocho de la mañana hasta las once de la noche viendo a todos los proveedores". No había vuelta atrás: la importación era el camino y en cada contenedor la inversión de Ortiz y su familia oscilaba entre US$ 40.000 y US$ 50.000.

"Tenía 22 años, tenía hambre, tenía que mantener a mis hermanos y mis padres confiaban en mí. No podía fracasar, era un asunto de supervivencia. Cuando el ser humano quiere sobrevivir no piensa en nada más. Es una filosofía de sobrevivencia".

¿Cómo han cambiado los negocios en 40 años? 

Ortiz recuerda que en los años ochenta un viaje a la China le podía tomar 20 días. "Hoy me toma cuatro. Ahora en un viaje puedo hacer no solo un negocio, sino cientos. Me encuentro con proveedores de muchas empresas, de maquinaria para plásticos, para textiles, maquinaria para madera, maquinaria para pintar, me encuentro con todo tipo de proveedores".

Por lo general el CEO del grupo y su equipo arriendan una sala donde ubican 15 o más mesas. Las reuniones con proveedores empiezan a las ocho de la mañana y se extienden hasta la medianoche. "Nos multiplicamos y en una sola jornada puedo reunirme hasta con 50 empresarios que quieren hacer negocios con nosotros. A los proveedores les hacemos un chequeo previo, sabemos quiénes son y ellos hacen lo mismo con nosotros. Así fluye más rápido". 

Cuenta, por ejemplo, que en una de las ferias más recientes a la que asistió GO Corp invirtió cerca de US$ 7 millones para adecuar una fábrica de colchones. "Tenía cuatro interesados y debía elegir uno. Me reuní con todos en una hora. Allí juega la experiencia y también juega la cantidad de información que se genera en el mundo digital". Y para comunicarse utiliza lo que él llama un 'chino-inglés' que pocos entienden, pero que le basta para los negocios.

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