Corría la década de los noventa. Javier Barcia, un agricultor manabita, sembraba en su finca de 40 hectáreas tomates, maíz, limón y pimientos. Vendía estos productos a vecinos e intermediarios.
Su esposa Nelly Jarré era educadora y sus hijos Javier, Kevin y José estudiaban en el colegio Cristo Rey de Portoviejo. El entorno familiar giraba alrededor del campo. Tuvieron que pasar algunos años para que el limón y el coco se convirtieran en la herramienta para revolucionar la vida de esta familia manabita.
Todo empezó cuando Kevin ingresó a Corporación Favorita para una pasantía. "Durante tres meses me responsabilicé de establecer normas de calidad para los productores agrícolas. Mi valor agregado es que conocía los dos lados, tanto del productor como del comprador. En este proceso hice buenas relaciones con los gerentes y les propuse venderles limones. Tras unos meses aceptaron. Nos pusimos la soga al cuello y a correr se ha dicho".
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El nombre fue idea de Javier papá, por ecológico y por estar en el Pacífico. "Recuerdo que el primer logo lo hice en Paint, dibujando cosa por cosa, nada buscado en internet. Le puse un sol, un limón flotando, una montaña. En 2003 entramos con limón enmallado. Mientras en el campo nos pagaban US$ 0,10, en Corporación Favorita nos pagaban US$ 0,40. Semanalmente entregábamos unos 500 kilos". Así empieza una larga y entretenida conversación con Kevin y José Barcia, quienes están al frente de la empresa en Quito.
"Cuando entramos al Supermaxi necesitábamos un espacio para gestionar los limones y encontramos un lugar de 200 metros cuadrados en Amaguaña, al sureste de Quito. Mi papá traía el limón y dormía en un colchón ahí mismo. Al principio nos pedían una vez a la semana, luego dos veces y después todos los días. Mi mamá dejó su carrera de educadora para apoyarle. Seleccionábamos el limón a mano, uno por uno, los vecinos nos ayudaban. Mi hermano mayor, Javier, se volvió la mano derecha en el área de compras, porque nuestra producción era insuficiente y empezamos a comprar a los agricultores de la zona. Les entregamos todas las herramientas para que la cadena productiva fuera de excelencia. Nuestra vida cambió. Al poco tiempo pudimos comprar una casa y un carro".
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Paralelamente, Kevin Barcia empezó, en 2003, Paisanito, un negocio de chifles con un socio costarricense que conoció en la universidad Earth (donde los tres hermanos estudiaron). La inversión fue de US$ 25.000 y lo comercializaban en la cadena de supermercados estadounidense Whole Foods Market. El primer año vendieron dos contenedores, pero luego se fueron de picada y quebraron. La sociedad terminó mal.
Kevin entró en desesperación: su hijo estaba a punto de nacer y no tenía ni un centavo en su bolsillo. Una tarde, mientras se tomaba una pipa de agua de coco en Portoviejo, se le 'prendió el foco'. "El agua de coco es el líquido de Dios y esto no hay en Quito. Conseguí unos 200 cocos y los traje en un bus de Reina del Camino. Le pedí una esquina a mi papá en la bodega de Amaguaña para pelarlos y emplasticarlos. Compré un refrigerador en US$ 200. Era un 6 de diciembre de 2004. Nos ubicamos en una cevichería en el norte de la capital. En mi cabeza todavía está presente la imagen de las pipas de coco acompañando al ceviche".
En 20 minutos se vendieron todas. Vendía unas 600 pipas semanales a US$ 1 cada una. Así nació Coco Freeze.
Este manabita de 43 años puede considerarse un emprendedor imbatible, porque no es solo tener la gran idea, sino cultivar un pensamiento que te permita superar los desafíos y lograr un éxito sostenible. Kevin empezaba a disfrutar del éxito, pero también conoció el fracaso. Emprender no es simplemente una carrera, es un estilo de vida y un estado mental que requiere muchos sacrificios.
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