Tiene una sonrisa que encandila. Una energía que conmueve. Y una historia de vida que asombra. María José Cordovez es un milagro, además de orfebre y diseñadora de joyas, cuyas creaciones exclusivas -no hay dos- han sido reconocidas en varias ocasiones, por Premios Verdes, al ser un ejemplo en el cuidado del medio ambiente.
En 2017 ganó entre los mejores proyectos de América Latina en el manejo de residuos sólidos; en 2019 fue reconocida por sus joyas sostenibles de upcycling o suprarreciclaje hechas con tarjetas madre de celular y computadoras. Y este año, fue elegida entre los mejores proyectos del mundo, en la categoría de producción y consumo responsable. A todo esto hay que sumar innumerables exposiciones, pasarelas, entrevistas en medios de varias partes del planeta. Cada día, en su pequeño taller en Quito, le da su toque angelical para crear anillos, aretes, pulseras, mancuernas que se han vendido en Ecuador, Colombia, EE.UU.
“El 2013 hizo una alianza con una empresa de software en Ecuador para hacer joyas con piezas electrónicas recicladas, recuperadas. En el upcycling se utiliza las piezas enteras y se las corta. En vez de sacar los componentes valiosos, utilizo las partes enteras para crear un mejor producto, con trazabilidad de los procesos realizados en cada pieza. Con ello se crea un menor impacto ambiental. Las piezas de tarjeta madre no son fáciles de que desaparezcan”. En los últimos 14 años ha vendido 980 joyas únicas, donde utiliza metales preciosos de plata y oro.
Ahora bien, detrás de toda esa habilidad se esconde una historia de vida que es un milagro. Y se remonta a sus años de colegio, cuando terminaba su etapa de estudios en el Tomás Moro. El último día de exámenes de grado, emocionados, junto a otros amigos se dirigían en un vehículo hacia la casa de uno de ellos para el festejo. Pero no llegaron. Sufrieron un grave accidente que a ella le destrozó el cráneo y la dejó prácticamente muerta. Tras el electroshock dado por los paramédicos llegó de emergencia al hospital, donde la urgente y larga operación realizada no fue garantía de sobrevivencia. Es más, los doctores decían a su familia que se prepararan para decirle adiós. Sin embargo, valiente y luchadora como lo es hasta ahora, sobrevivió la primera hora crítica, después sobrevivió la primera noche. El milagro, poco a poco parecía ser posible. Luego de un mes de estar en coma, abrió los ojos.
El problema, entonces, era que solo podía abrir los ojos. El resto de funciones no las tenía. Literalmente, había vuelto a nacer. “Tuve que empezar de cero. Por años, tuve que realizar diferentes terapias de rehabilitación, físicas y neurosicológicas. Tenía el lado derecho paralizado. Tuve que aprender a hablar, realizar terapia de lenguaje y de voz. Mi mayor logro fue cuando pude, por primera vez, darme la vuelta en la cama (risas)”.
Poco a apoco fue recuperando sus facultades, no sin antes enfrentar dos complicaciones. La una, un problema en su cerebro que la obligó a volver al quirófano, para una enésima operación, para colocarle una placa en el lugar donde faltaba hueso. Y la segunda, la falta de respuesta de su mano derecha, que no reaccionaba. Afortunadamente, una nueva terapista se dio cuenta que una fuerte contractura en su espalda quizás podría ser la causa, así que con durísimos y dolorosos masajes se logró distender la zona, lo que provocó el movimiento en su mano y que su voz pudiera salir con mayor volumen, hasta ese momento hablaba muy bajito.
A la par de su recuperación, quiso retomar el sueño que tenía en el colegio, de hacer joyas. Así que se inscribió en el Instituto Casa de América para aprender orfebrería. Durante cuatro años aprendió a hacer joyas, un proceso distinto al de las demás personas que solían culminarlo en un año. A la par del Instituto, ingresó a la Universidad de Los Hemisferios, donde sacó su licenciatura en diseño de joyas. Desde ese momento ya empezaba a vender sus creaciones.
Hoy sueña en grande. Ve un 2022 con sus joyas más allá de las fronteras. Para ello se está preparando, porque sabe que todo es posible. Mientras tanto, en su pequeño y acogedor taller, ubicado en el norte de Quito, se divierte fundiendo metales y dando rienda suelta a su imaginación y creatividad. (I)