Tucker Carlson entra entusiasmado a su granja en Bryant Pond, el pequeño pueblo de Maine famoso por ofrecer una buena pesca de truchas, hoy sede de la exestrella de Fox News. Tucker pasa junto a la piel de un gran felino de caza y de estanterías repletas de una variedad de intereses históricos y títulos que prácticamente pescan a los curiosos, desde No Secret is Safe, de Mark Tennien, hasta Atrapado sin salida, de Ken Kessey, y Diario, de Goebbels.
Recién salido de cazar algunas gallinetas, saca una munición real de su escopeta calibre 28 de la chaqueta de caza y empieza a moler granos de café a mano. Es la víspera de las elecciones (en noviembre de 2024) y Carlson, que ya votó por Donald Trump mediante el voto por correo, se cortará el pelo y volará hasta Florida para mirar los resultados desde Mar-a-Lago con luminarias del movimiento MAGA como Elon Musk, Marjorie Taylor Greene y el ex y futuro presidente. "Espero que tengamos éxito y ganemos mucho dinero, pero esto no es una estrategia comercial} —dice Carlson, mientras mete su lengua en un pequeño envase de plástico para sacar dos bolsas de nicotina—. Esto es ira".
Esta es una afirmación notable por dos razones. Primero, en un día en que todo el resto de las personas en EE.UU. están enfocados en lo político, Carlson no está hablando de la elección, sino de las bolsas de nicotina que se metió entre los labios, Alp, una marca que acaba de lanzar, de la que es dueño en un 50 % junto con su socio de negocios. Segundo, en un país polarizado, Carlson subestima el panorama más grande: cómo, cada vez más, la ira partidista es la estrategia comercial.
Las ganancias impulsadas por la ira ya fueron una fórmula mediática probada durante la mayor parte de este siglo, con pioneros como los exempleadores de Carlson, Fox News, y luego imitada por todos, desde Newsmax y OAN a la derecha hasta MSNBC y los Young Turks a la izquierda. Esta década fue testigo de una escisión similar en las redes sociales, desde Truth Social, del propio Trump, hasta Rumble, que clonó a Twitter y YouTube desde la derecha.
Aparte de casi US$ 10.000 millones en capitalizaciones de mercado combinadas, ayudan a alimentar cámaras de eco de información que quizá sean uno de los legados más duraderos (y cívicamente peligrosos) de 2024.
Menos notorio es el nuevo ecosistema de startups de la era Trump que crea clientes inculcando el tribalismo partidista a empresas. Esto va más allá de las vagas y confusas asociaciones con la izquierda de la vieja escuela —Ben & Jerry's, Subaru— o los charlatanes que venden monedas de Trump en los programas de TV nocturnos. Se trata de compañías reales que venden productos y servicios que la gente consume a diario, sobre todo con un tinte de derecha a un público de derecha.
Tomemos el caso de las finanzas: uno puede invertir su dinero en Strive, una firma antiwoke de control de activos que emite fondos cotizados en bolsa, de Vivek Ramaswamy, y realizar operaciones bancarias en el Old Glory Bank de Larry Elder y Ben Carson. Uno puede comprar en Public Square, un mercado online que presenta productos fabricados por compañías que "respetan los valores norteamericanos tradicionales".
Donald Trump Jr se unió a 1789 Capital, una firma que invierte en compañías "que construyen la próxima era de prosperidad norteamericana", como Tucker Carlson Network, según el The New York Times. Incluso Rudy Giuliani acaba de lanzar una línea de café orgánico. Como dice en sus avisos, con Rudy Coffee, "usted está apoyando Nuestra Causa, la causa de la verdad, la justicia y la democracia norteamericanas". Por supuesto, está MyPillow, de Mike Lindell, que tomó un producto que todo el mundo necesita y lo convirtió en una afirmación personal —las ventas alcanzaron los US$ 300 millones en 2019, pero cayeron debido a sus mentiras en la elección de 2020— de que uno puede reflexionar cada noche.
Ahora, gracias a Carlson, incluso sus encías pueden tener su propia almohada motivada políticamente. Mientras que se opone a la idea de que Alp, nombrada así por la cadena montañosa de Europa, sea un producto político, a la vez denomina a su bolsa "la almohada labial norteamericana" y la presenta como una dosis de nicotina para el "hombre libre".
"Hay algo de liviano en un hombre libre —dice—. Una persona libre no tiene miedo y está dispuesta a reírse. Me impresiona el nivel de miedo que existe en la vida norteamericana ahora. Es un país muy miedoso. '¿Van a despedirme? ¿Me van a denunciar en las redes sociales? ¿Alguien me va a llamar racista en TikTok?'. Hay una niebla de miedo cubriendo todo el país. Y esa niebla se está disipando".
Para Carlson (55), esta nueva empresa no solo significa defender los valores en los que cree. Es usar lo comercial para insultar con el dedo medio levantado a casi todo el mundo. "Es todo el mundo. Es el mundo de los pronombres, el mundo de mierda corporativo de EE.UU. de los él/ella del que ya me cansé —dice—. Estoy harto de ese mundo y no voy a formar parte de él".
Al igual que la vuelta de Trump a la Casa Blanca, la rapidez con la que Carlson se reinventó y volvió a cobrar relevancia es una notable historia. Hace 20 meses, sus opiniones extremistas (a menudo salpicadas con lo que se describió como teorías conspirativas e ideología racista), su foro abierto para el negacionismo electoral que distorsiona los hechos (Fox llegó a un acuerdo con Dominion Voting Systems por US$ 787,5 millones) y su desprecio hacia sus superiores (llamó "puta" a una ejecutiva en un mensaje de texto) llegaron a un punto crítico. La plana mayor de Fox lo despidió sin explicación, pese al dominio de Tucker Carlson Tonight en el horario de cable de las 20 (Carlson le dijo a Forbes que se mantiene firme respecto de la palabra que usó para referirse a la ejecutiva, pero dejó en claro que no fue sexista, sino que estaba haciendo "una descripción precisa de esa persona", y que lo decía "sinceramente").
Después de perder su plataforma en Fox News y el contrato de, supuestamente, US$ 15 millones por año, Carlson se retiró a su casa en Maine y planificó su regreso. Reinventarse no era algo nuevo: "Tuve el programa de TV más visto y el menos visto".
Carlson nació y se crio en California. Su padre era un periodista respetado que llegó a ser director de Voice of America y diplomático. Su madre abandonó a la familia cuando Carlson tenía 6 años. Su madrastra era la heredera de la fortuna} de Swanson, la marca de comida congelada, y Carlson terminó en un internado en Suiza, donde desarrolló una inclinación por el cigarrillo. Comenzó su carrera como redactor de revistas y su primer trabajo importante fue en la conservadora Weekly Standard, de Bill Kristol, para la que escribía artículos agudos e ingeniosos. Sus sólidas aptitudes para el debate y sus opiniones más firmes lo llevaron a conseguir su primer trabajo en la TV, en CNN, en el 2000, donde era coconductor del programa de debates políticos Crossfire y en el que se hizo famoso por su combativa política conservadora y sus moños. Luego vinieron PBS y MSNBC, dos medios que ahora parece detestar, antes de su primera incursión como empresario conservador: cofundó el sitio web Daily Caller en 2010. En 2016, Fox News estrenó Tucker Carlson Tonight, que llegó a ser el programa de noticias de cable del horario central con mayor audiencia.
Pese a saber que la mayoría de sus críticos lo consideran un "nazi", Carlson no adoptó una actitud de reflexionar acerca de sus errores mientras planeaba su siguiente movida. Por el contrario, redobló su estridencia en diciembre de 2023, cuando lanzó la plataforma de streaming Tucker Carlson Network, que describe como una alternativa para la "cobertura informativa" de los medios corporativos que "se convirtió en una herramienta de represión y control". Carlson emite alrededor de una docena de episodios de dos horas por mes que generan millones de vistas, con invitados como Rod Blagojevich, el corrupto exgobernador de Illinois; Aaron Rodgers, jugador de los New York Jets, y Robert F. Kennedy Jr. En febrero, viajó a Moscú para entrevistar a Vladimir Putin. Allí, admiró tristemente los metros rusos como un propagandista soviético.
No importa: su tribu lo consume. Cuando le preguntan cuántos ingresos genera su canal, que se mantiene con la publicidad y las suscripciones (US$ 9 por mes), es rápido para hacer un chiste: "Mientras golpeaba a uno de mis sirvientes con un bastón esta mañana, me decía a mí mismo: 'Ahora que soy tan rico, no tengo que cumplir las reglas más básicas de la decencia o la conducta humana'". Forbes calcula que su canal, que también presenta eventos en vivo, generó al menos US$ 30 millones de ingresos, con bajos costos; Carlson dice que embolsa más de lo que ganaba con Fox, con menos trabajo. "(La TV) se está muriendo. Y puedo sentir el olor a podrido". (I)