Estuve tentada a traerme esos maravillosos corales secos, pequeños huesitos blancos, de miles de años, acumulados en casi toda la playa y en los caminos de Corona Island. La descomposición de los coralinos le da blancura a la arena que bordea la isla y forma los pedazos de playas, que increíblemente se van moviendo durante el año, según los caprichos del viento y las mareas. Así de fantástico.
Si observan las fotos captadas con dron durante abril, la playa tiene forma triangular, hacia el este de la isla. Si miran las tomas entre agosto y septiembre, se va formando una playa que parece una lengua de unos 100 metros de longitud. Luego va desapareciendo y la arena se ubica a lo largo del muelle de madera, de unos 400 metros, en la parte norte, que es el ingreso a la isla. Ahí se queda hasta finales de año, que vuelve a moverse hacia el oeste, en pequeñas manchas blancas. Esa rotación de la arena solo se puede notar con las espectaculares fotografías o videos desde el aire, que se hacen durante varias etapas del año.
En el interior de la isla nada se altera. La dirección del viento y el cambio de las mareas generan esos movimientos que parecen milagrosos y la playa se va ubicando al gusto de la naturaleza. El color de la arena se debe a que está cargada de carbonato de calcio por la descomposición del coral.
Sobre la tierra o en las profundidades del océano, Corona Island te encanta, te sorprende, te atrapa, te detiene, te sonríe, te domina, te despierta, te baña, te respira, te susurra. Te conviertes en su presa fácil para el disfrute y el ocio.
Su nombre original es Isla Arena, por esa arena que se mueve al vaivén de las fuerzas terrenales. No llega a un kilómetro de largo, unos 2.000 m2 de extensión, y puedes darle la vuelta si eres buen nadador o rodearla remando con fuerza un kayak. Es una de las islas más pequeñas del Parque Nacional Natural Corales del Rosario y San Bernardo, una zona protegida que se encuentra en la costa del Caribe de Colombia. Son unas 32 islas o islotes de diferentes tamaños que forman ecosistemas únicos.
La isla es tan pequeña que una mañana te levantas y el inmenso sol te confunde, porque crees que es un atardecer espectacular o que dormiste todo el día y que solo te asomaste al sunset. Los intensos colores amarillos y naranjas están ahí sobre el mar a las 06:00, como a las 18:00, cuando disfrutas del atardecer. La única diferencia es que cuando va despertando se muestra con más energía.
Para los que vivimos frente al océano Pacífico, en el imaginario solo está el sol perdiéndose en el brillante mar. Pisar esa arena blanca es un lujo. Para descubrirla hay que tomar una embarcación en la bahía de Cartagena, de edificios gigantes y modernos, de murallas coloniales. El yate va esquivando las olas, pero el agua te golpea el rostro y te empapa completamente para que tus sentidos se conecten con el entorno.
Atraviesas un mar turquesa que parece picado, aparentemente sin horizonte. Pero luego de 45 minutos a una hora aproximadamente, aparece una mancha en la inmensidad del océano, es como divisar un paraíso de arena blanca, árboles y construcciones sostenibles. Solo tienes que llevar los cinco sentidos, equipaje ligero, desconectarte de la agenda y estar dispuesto a olvidar todo del ruido de las grandes ciudades.
Si eres un ciberadicto, sufrirás de síntomas de abstinencia solo en las primeras horas, luego el tiempo pasará sin sentirlo. El internet es escaso, la energía, el agua y otros recursos son racionados. La isla tiene 40 paneles solares que generan el 70 % de la energía diaria, el resto se completa con un generador. El límite de visitantes por semana es de 20 turistas, y entre 30 y 40 personas conforman el servicio de operación.
Parece una isla remota, en una cálida mañana de abril, pero de pronto desembarcas en uno de esos lugares del que no quieres irte. Corona Island es un concepto de destino sostenible, cada detalle fue diseñado para que los visitantes logren una sinergia con lo natural. La marca global de cerveza Corona desarrolló la isla con una inversión de US$ 2 millones para una experiencia inmersiva. Es la única isla libre de plásticos de un solo uso y se ganó la Certificación Blue o Blue Verified que entrega la Oceanic Global, una organización que promueve la conservación de los océanos.
Lo confieso, no me traje ningún pedazo de coral, hoja o especie protegida. Me traje para siempre la sensación de estar en esas hamacas de madera, colgadas bajo la sombra de los árboles en el área chill, donde se puede almorzar en las mesas a ras de piso. Me quedé con el lenguaje de las María mulatas, unas aves nativas de sonido estridente; con los monos tití, que pareciera que te hablan cuando mueven su cabecita blanca, de pelo alborotado, que, según la National Geographic, tienen apariencia de Albert Einstein.
Me queda el sonido de las olas, que se escuchan con más fuerza en las noches, el color turquesa y transparente del mar, la arena blanca donde te hundes hasta la rodilla, o caminar descalza sobre los pedazos de coralinos. Hay experiencias inmersivas inolvidables como el recorrido con esnórquel para conocer los proyectos de restauración de corales, bucear en las profundidades y sembrar manglar. Convives con Tiki, el tucán influencer de la isla, que pasa picoteando tu comida o tus zapatos. Los atardeceres en el sun club, una zona para cenar y divertirse, para 'parchar' como dicen los colombianos.
Y compartir el documental Nuestro Planeta bajo las estrellas con todos los invitados, que en el primer día ya se convierten en parte de una hermandad de natulovers. Desde el rooftop con forma de nave espacial, tienes esa sensación de estar más cerca del cielo, y puedes observar la inmensidad del mar o captar las mejores fotos y videos para Instagram. También queda el recuerdo de las casas de colores en la isla Barú, que fue una visita improvisada en la agenda. O la divertida tarde de remar con fuerza el kayak contra corriente. Pero, sin duda, un lujo es el personal que trabaja en la isla, liderado por Aníbal León, quien entonces era el host de Corona Island, que hace sentir a los huéspedes únicos.
Duermes con el mar a tus pies
Mauricio Galeano, un arquitecto colombiano, diseñó toda la parte arquitectónica y determinó los mejores ambientes para cada una de las construcciones en la isla. Todas las edificaciones en Corona Island se hicieron con material biodegradable: los bungalós, el área social, el rooftop, la zona chill, el malecón, la barra bar en el sun club, una zona para la diversión. El mobiliario se fabricó con madera de abarco, roble y pino.
Hay 10 bungalós para recibir a 20 visitantes. Tienen un estilo tiki, de techos altos en forma de triángulo, que facilita el flujo del aire y crea bioclimas. La estructura es de madera, recubierta en la parte lateral externa con lata de corozo, que comúnmente se conoce como matamba. Los techos tienen una protección de palma amarga. Son edificaciones adecuadas para resistir los vientos fuertes.
Las habitaciones esconden detalles de lujo discreto. En su interior todo el diseño es de caña, madera y sogas, que son las amarras de gruesos troncos que forman la estructura del techo. Tiene dos camas, con toldos de lino que caen elegantes del techo. De frente, una puerta de vidrio corrediza da al balcón, también de madera, desde donde se descubre del mar. El viento y el sonido de las olas ingresan inundando todo. También hay un jacuzzi desde el cual se puede observar el atardecer mientras se bebe una Corona con limón, y con el mar que golpea a pocos metros.
Cada bungaló tiene un área ejecutiva donde destaca una larga mesa de madera. La zona de la ducha no es nada común, está recubierta de una pared circular de bambú, con accesorios negros que le dan un estilo de primera clase, con las enredaderas de la planta potos colgando, mientras los rayos del sol atraviesan las hendijas.
Una estadía de cinco noches y seis días
Pocos han sido los elegidos para llegar a este lugar paradisíaco. La marca Corona invitó a un grupo de periodistas, influencers y creadores de contenidos a la isla. Posteriormente, viajaron ejecutivos de Cervecería Nacional de Ecuador y los ganadores de una promoción que duró 90 días, en la que se inscribieron 15.000 personas. En total, llegaron 80 ecuatorianos como turistas durante cinco noches y seis días en abril de 2023. Desde que abrió la isla, en julio de 2022, han arribado más de 1.000 personas de más de 10 países donde opera la marca.
Gert Stepan, gerente de Marcas Globales y Premium de Cervecería Nacional, reveló a Forbes que los planes de la empresa son sacar a la venta paquetes turísticos; actualmente se analizan los costos y se afinan los detalles para que más personas puedan vivir la experiencia. Sin embargo, todavía no hay una fecha definida y se sigue trabajando con la exclusividad para ganadores de los mercados que tiene Corona a escala global.
Bajo los árboles, con un estilo playero, con sombrero, bronceado por el excelente clima de la isla, Gert contó que lo más espectacular de Corona Island es que es 100% natural. Es una isla creada para potenciar el propósito de la marca, que invita a los consumidores a desconectarse de la rutina, y lo que nació como una idea publicitaria se convirtió en una maravillosa realidad de turismo responsable.
“Tengo 31 años y este es un viaje como ninguno que haya hecho antes. Todas las actividades están diseñadas para respetar la naturaleza, el hábitat único, y el objetivo es ser lo menos invasivos. El principal lujo es el entorno, pese a tener muchas comodidades, el diseño de los bungalós, y las experiencias que ofrecemos. Rescato la encantadora belleza de un lugar tan paradisíaco, que se mantiene como nos propusimos. Es una experiencia premium que busca que los consumidores se lleven estos paisajes naturales y crear consciencia sostenible”.
El costo del paquete de las cinco noches y seis días fue en promedio de US$ 3.500 por persona. Eso incluyó el hospedaje, el servicio de hospitalidad, las tres comidas, los traslados, recorridos para la siembra de manglar, la inmersión para conocer la resiembra de corales, las diferentes actividades como buceo, kayak, clases de yoga, masaje, coctelería, baile, y las bebidas. Solo el hospedaje por noche se calcula entre U$ 350 y 450 por persona.
La marca analiza uno o dos paquetes, con y sin pasaje aéreo y sin bebidas, ya que, según el país de origen, los costos se pueden disparar. Un viaje Guayaquil-Bogotá-Cartagena y retorno tuvo un costo de US$ 800 en abril pasado. “Estamos trabajando con el equipo global para crear paquetes donde puedan disfrutar las cinco noches y los seis días. La intención sería replicar la experiencia del cronograma, que incluye la educación ambiental. Y revisamos si podemos garantizar incluir alimentación, hospedaje, traslados entre islas, y actividades deportivas, pero quizás nos quede por fuera el pasaje aéreo y el consumo de bebidas alcohólicas”. También, en función del tiempo y el presupuesto de las personas, el paquete podría ser de menos días de estadía.
En las profundidades
El canoero conduce la angosta embarcación, con tres pasajeros, por estrechos laberintos de raíces enredadas que sobresalen del agua oscura y verdosa. Todo se muestra marrón, fangoso y parece que no hubiera vida. El canal de agua salada, que parece un túnel al centro de la Tierra, conecta con lagunas internas y luego llega a la orilla del mar. Ahí nos cambiamos a una lancha rápida que nos conduce a algo inimaginable: un cementerio de manglares. La imagen es devastadora.
Es como encontrar huesos vegetales disecados, muertos por la falta de agua, cuyo acceso se quedó bloqueado en los últimos años. Orika, un pueblo en el sur de Isla Grande, desde la época de pandemia comenzó a trabajar en un proyecto para replantar el mangle y recuperar la zona. Jaider, un líder comunitario, cree que la única forma de evitar que el cementerio de mangle se extienda es con la acción de la gente. Por eso, los visitantes a Corona Island se convierten en dadores de vida en ese minúsculo punto del planeta, donde se siembran plántulas del mangle.
Corona Island es parte de un parque natural subacuático, donde se ubica la plataforma coralina más extensa del Caribe continental colombiano (alrededor de 420 km2). Ahí se localizan gigantescas zonas de arrecifes, bosques de manglar, pastos marinos que bordean las islas, con diversidad de invertebrados, y se calcula que hay una variedad de más de 3.000 peces multicolores.
Los visitantes también tienen el privilegio de conocer el proyecto de restauración de corales durante un recorrido con esnórquel. Escudriñas las profundidades y observas a los corales amarrados o sobre estructuras como si fueran huertos marinos. Estos trabajos se ubican en un sector frente a Isla Grande, que, como dice su nombre, es la isla más grande del archipiélago. Se calcula que ahí viven entre 1.200 y 1.400 personas; tiene resorts de lujo, hoteles, haciendas privadas y mansiones que pertenecen a famosos.
La carta
En Corona Island se conjugan el entorno natural, el estilo de vida y la gastronomía. El menú fue creado por el chef de origen chileno Cristopher Carpentier, según las horas del día y la presencia del sol, y predominan los productos locales. En las mañanas, la dieta se basa en alimentos que te dan energía: cereales, huevos, panes, quesos, algunas frutas.
El almuerzo, cuando el sol está en el cenit, se vuelve más colorido: ensaladas, mariscos, y en la noche se prepara una pizza, una paella, una parrillada, con la participación de los turistas. La carta se elaboró pensando en la escala global de los visitantes.
En un almuerzo te pueden sorprender con dos colas de langosta. El plato de bienvenida fue un arroz con coco, ensalada, patacones y pargo frito. El menú también respeta las preferencias de quienes son vegetarianos y pesco-vegetarianos.
El hábitat protegido
Corona Island tiene un bosque seco tropical con vegetación nativa donde se destacan el manzanillo, mangle de Zaragoza, mangle blanco, mangle rojo y mangle negro; tiene fauna nativa y también introducida.
Al segundo día de estadía, parece que la isla te habla. Se escuchan los susurros del viento que se interrumpen con los sonidos de las María mulatas. Es un ave nativa y representativa del Caribe colombiano-cartagenero. Una especie de cuervo, aves de caza que habitan la isla. Tiene un color azul tornasolado, con un canto estridente que se escucha con más fuerza en las mañanas silenciosas.
Las guacharacas no son aves nativas de la isla, pero son asiduas visitantes. Son una especie de gallina silvestre y popular en la zona. Son de vuelo corto. Como Corona Island está cerca de Isla Grande y Barú, donde tienen sus áreas de reproducción, la isla se convierte en una zona de estancia para luego movilizarse a las otras islas. Se calcula que existen aproximadamente 10 unidades.
La mayor parte de las especies son introducidas como parte de un programa de rescate. Los monos tití cabeciblanco te observan en todo momento. No crecen más de 25 centímetros, sin contar la cola. Actualmente, 10 de ellos saltan entre los árboles y roban la comida de los turistas. Es una especie en peligro de extinción por la destrucción del bosque seco tropical.
En la isla hay dos papagayos que han sido introducidos: Eduarda y Gonzalo. Cada uno tiene 5 años ahí y pertenecen a una campaña de liberación y reubicación de animales silvestres. Fueron tan domesticados que no hubieran sobrevivido en otro sitio. Son de los habitantes más queridos y comparten hasta las conversaciones con los turistas.
Tuki es una especie de tucán pico iris que habita en bosques tropicales y subtropicales. También fue rescatado de zonas urbanas e introducido en la isla. Se ha convertido en el emblema de Corona Island. Es el más fotografiado y el visitante en todos los bungalós; si te distraes, te dejará sin almuerzo o se llevará algún objeto.
También hay cinco loros cabeza amarillo y amazónico que fueron reintroducidos en su hábitat natural. Todavía no se han reproducido porque no encuentran un entorno apropiado.
La isla también es un sitio de anidación de tortugas de carey y verdes. En el inicio del proyecto se identificaron tres nidos que se tuvieron en cuenta en el diseño y construcción para facilitar el desplazamiento de las tortugas por la isla. Empiezan a llegar cada año en mayo para inspeccionar el sitio, depositan los huevos y pueden eclosionar entre 150 y 250 luego de 50 a 60 días. Las tortuguitas que no logran llegar al mar son acogidas, alimentadas y cuidadas de los depredadores. Una vez que han crecido, en octubre, son liberadas y comienzan su caminata hasta el mar, lo que se convierte en un espectáculo natural para los visitantes. (I)
El artículo original fue publicado en la edición impresa No. 13 de agosto-septiembre de 2023.