Sin planearlo tanto llegaron a Miami con sus artículos de cerámica
Gabriela Nevado y Doménica Villalba son las manos y rostros detrás de Doga, una marca que destaca por sus obras en cerámcia. Sus productos son parte de un importante restaurante en Estados Unidos.

Estas dos jóvenes emprendedoras no venden artículos en serie. Las tasas, floreros, fuentes o adornos de Gabriela Nevado y Doménica Villalba son diseños únicos que ofrecen coherencia, belleza, funcionalidad y utilidad.

En esta era donde los productos en masa dominan el mercado, el trabajo artesanal en cerámica se destaca como un testimonio de creatividad y habilidad. A esto apuntan estas emprendedoras al moldear la arcilla para volverla en objetos funcionales o decorativos.

Las dos se conocieron cuando estudiaban diseño industrial en el Instituto Metropolitano de Diseño, conocida como la Metro. Se graduaron en 2022 y en las aulas nació una amistad que perdura hasta estos días.

Gabriela creció en Latacunga, donde su familia poseía plantaciones de rosas, lo que marcó su conexión con la naturaleza. "De niña jugaba con lodo, nunca tuve barbies". Con una carcajada cuenta que pasó por todas las carreras y universidades hasta encontrar lo que verdaderamente le apasiona. "Mi mente es muy dispersa, no sé si tenga déficit atencional, los números conmigo no congenian". 

Dos hechos marcaron su vida: su padre enfermó de cáncer y la muerte de una amiga. "Cuando entré a estudiar diseño industrial en la Metro, descubrí que era un crack, tenía las mejores notas, me sentía en mi papayal".

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Doménica es la antítesis de Gaby. Deportista, ordenada, disciplinada y buena alumna. Fue gimnasta profesional por 12 años, obteniendo algunos triunfos para el país. Se graduó de arquitecta en la Universidad San Francisco de Quito. "Confieso que nunca ejercí, a lo mucho arreglé los baños de mi casa. Mi intención era hacer una maestría en diseño industrial, pero cuando estaba armando mi portafolio mi computadora colapsó, mis archivos se borraron y adiós sueños"

Decidió no darse por vencida y llegó a la Metro. Cuando estaban a punto de graduarse entendieron que era el momento de empezar su propia aventura con un propósito real. Así nació Doga, que es la unión de las dos primeras iniciales de sus nombres.

Los primeros pedidos de platos, vasos, floreros y otros artículos de cerámica los elaboraron en la cocina del departamento de Gabriela. "Nos pidieron diez tasas de café con platos. Éramos unas ignorantes en el tema negocios, por suerte un profesor nos ayudó. Nos facilitaron en la universidad los hornos para la quema de la cerámica y ganamos US$ 100". 

Tras ese primer pedido una amiga les encargó una vajilla para 12 personas en color negro. "Nos pusimos la soga al cuello, no podíamos conseguir el color, salía cualquiera cosa, pasamos tres meses de prueba y error. Llegamos a un punto de decir basta, habíamos perdido US$ 500. Finalmente ella aceptó el color que logramos y superamos la prueba con un saldo en rojo".

El siguiente paso era comprar un horno y los moldes. La inversión para el primero fue sobre los US$ 5.000 y cada molde vale en promedio US$ 40; hoy tienen más de 50.

A partir de entonces, empezaron a elaborar piezas personalizadas para cafeterías, restaurantes y tiendas especializadas. Realizaron un primer taller de cerámica en Quito que fue un boom. El boca a boca les dio a conocer. 

Sus creaciones a mano son piezas detalladas. Asemejan texturas que se encuentran en la naturaleza. "Son trabajadas con tal cuidado que logran ser traslúcidas y en ocasiones aparentan ser pesadas como un coral".

La reinterpretación de la chuspa para filtrar café, muy típico del país, es su objeto insignia por lo laborioso que es. Tenerla lista puede tomar hasta tres semanas.  Su valor supera los US$ 120. "No puedes acelerar el proceso, es un trabajo minucioso, usamos arena de mar que hay que lavarla y la parte de arriba es de madera. Estos detalles son los que hacen esta pieza única en el mercado".

Los colores juegan un papel predominante: amarillos, negros, verdes, cafés, coral, en su mayoría relacionados con la naturaleza logran darles movimientos, vida y sensaciones a sus objetos. Los artículos son únicos, tienen su propio estilo y carácter. Ellas no tienen miedo a arriesgarse y equivocarse. Sus creaciones son un reflejo del ingenio de estas emprendedoras.

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Para ellas, lo importante es que el cliente quede contento, no vender por vender. "Nuestro estilo es un cliente feliz", aseguran con complicidad. La expresión es un acto significativo en su día a día. Gabriela es una chispa en creatividad y Doménica es la estructurada que plasma en la computadora las locuras de su socia.

Una taza puede valer US$ 25, un plato US$ 30 y una fuente superar los US$ 50. Todo depende del trabajo manual, ingenio, inspiración y magia que trasmitan. Para ellas lo importante es lo perfectamente imperfecto. Cada semana, sus manos se fusionan con arcilla y agua para dar vida a sus piezas y contar una historia.

Desde 2024 sus creaciones de cerámica son parte de las vajillas del restaurante Cotoa, en Miami Estados Unidos. "El primer pedido fue de unos cacaos gigantes para exhibir los postres. La acogida fue tal, que enseguida nos pidieron tazas, platos, bowls y fuentes. Incluso se venden en la tienda que tiene el restaurante". Esporádicamente sus creaciones llegan a México, Venezuela, Colombia y Madrid. Y como soñar no tiene límites, quién sabe si pronto los envíos sean en mayores cantidades. (I)