Para decirlo de un modo coloquial y simplificador, es del montón. O, por lo menos, es predecible. Es de tiros. Tiene valores de producción relativamente bajos para Hollywood, con escenarios digitales hechos a desgano, a pesar de que cuenta con un presupuesto alto. Es formulaica pero protagonizada y producida por una actriz de prestigio como Viola Davis. ¿Por qué introducir, entonces, a G20, en una sección llamada "qué ver"?
Porque hay algo divertido en el asunto de fondo. Y porque este estreno de Amazon Prime es el más reciente ejemplo de un género no reconocido ni declarado, que bien podría llamarse "heroísmo desde la Casa Blanca".
El otro motivo está en que lo protagoniza y produce una actriz ganadora de un Óscar, seis premios del Sindicato de Actores, un Emmy, un Globo de Oro y hasta un Grammy. Aquí, a sus cincuenta y nueve años, más atlética que nunca, empuña un arma y salva al mundo. Es un caso más extraño, incluso, que el de Harrison Ford interpretando al heroico presidente en Avión presidencial (Air forcé one, 1997).
La historia y sus antecedentes
G20 se ambienta en dicha cumbre presidencial, que para el caso se realiza en Sudáfrica. La presidenta de Estados Unidos, Danielle Sutton (Davis), tiene líos familiares porque su hija rebelde la deja en ridículo ante la prensa, mientras que ella promueve un sistema de ayuda a granjeros subsaharianos mediante el empleo de una criptomoneda. Presentará esta idea salvadora en la cumbre del G20, ante los líderes más poderosos del mundo, acompañada por su esposo, quien se hará cargo de sus dos hijos mientras ella hace sus nobles e idealistas tareas presidenciales.
Pero siempre hay una piedra en el camino.
Se trata de un grupo terrorista que asalta la cumbre y toma como rehenes a todos los presidentes (algo que es muy probable que sea imposible en el mundo real). De todos los presidentes, la que se escapa por los pelos, aunque queda encerrada en el mismo recinto junto al primer ministro de Gran Bretaña, es Viola Davis. Por supuesto. Sus hijos y su esposo también pueden escapar y corren por su cuenta dentro del lugar, asistidos por dos guardias sudafricanos con quienes enfrentan a los villanos.
En cierta forma, se puede decir que esta es la enésima versión de Duro de matar. Porque la presidenta no es una mandataria cualquiera. Ella es una reconocida veterana de guerra que se mantiene muy activa y sabe usar todo tipo de armas. Por lo tanto, su reacción va tomando por sorpresa a los malos.
El condimento distinto es reflejo del espíritu de época. Se trata de una heroína afro. Casi todas las decisiones y cuestiones importantes se discuten entre mujeres. El esposo tiene como tarea explícita la de cuidar a sus hijos, por lo que su existencia en la ficción de la película se basa en eso. De los dos hijos, es la hija la que más sabe y más actúa. A pesar de todo eso, no deja de olerse el espíritu de la película de Bruce Willis en el fondo de cada una de las situaciones. De hecho, uno de los pósters promocionales muestra a Viola Davis sosteniendo una pistola exactamente del mismo modo en que lo hacía Bruce en el afiche de Duro de matar.
Desde lo argumental, entonces, es heredera del esquema que fue definido por esa película, continuado en otras de presupuestos y éxitos comerciales tan distintos como Máxima velocidad, Pasajero 57, Alerta máxima, La roca y Muerte súbita. Siempre se trata de la persona correcta atrapada en el momento equivocado, enfrentando a los villanos desde adentro. En definitiva, un ratón más duro y tenaz que la misma trampa.
Pero hay más en el trasfondo de esta película; hay superhéroes y también superpresidentes.
El inconsciente y las explosiones
Un amigo sostenía la teoría de que, inconscientemente, los estadounidenses odian a sus autos. Al contrario de lo que uno podría suponer, anhelan su aniquilación, aseguraba él. La prueba de esta idea radicaba en la irracional cantidad de autos que explotan en el cine de Hollywood. Se puede pensar en extremos como las películas de Michael Bay (Transformers, Bad boys y sus respectivas secuelas) o en chistes sobre el asunto como los que se incluían en El último héroe de acción y en la genial Top secret.
Desde una mirada más académica, es probable que se pueda generar una tesis sobre el asunto. Después de todo, el cine refleja en cierto punto el inconsciente colectivo y la sociedad. Ahí está como ejemplo el tema de los roles de género, tan discutidos y reformulados en estos años por motivos genuinos y comerciales también (por algo, en G20 la heroína es mujer y su esposo cuida a los hijos).
Por lo tanto, aparece la idea de que Hollywood y el público, tienen una fascinación con la idea del presidente héroe. Y con los actos heroicos generados desde la Casa Blanca.
Repasemos en Internet. Como si fuera generado por inteligencia artificial a pedido de la búsqueda, el resultado en Google de inmediato arroja varias respuestas que parecen confirmar la existencia de este género. "Las 25 mejores películas sobre presidentes", es un artículo en Vulture. "Los mejores filmes presidenciales", es una lista de Ia Internet Movie Data Base (propiedad de Amazon) seguramente generada por votos de usuarios. Wikipedia ofrece una categoría llamada "Películas sobre presidentes de Estados Unidos". Aparece otra lista de IMDB titulada llamada "Las películas más taquilleras sobre presidentes", en la que JFK, controvertida y seria película de Oliver Stone, aparece como la más exitosa, aunque también se incluye en quinto lugar una muy distinta y más divertida, Abraham Lincoln, cazador de vampiros.
Ante el público, no importa si el presidente recibe un tratamiento periodístico, como en JFK, estilizado e idealizado, como en Lincoln, o si pelea contra vampiros a los saltos en una espectacular estampida de caballos. Incluso gusta más si se trata de un caso como este: Bill Pullman, el presidente de Día de la independencia, que casualmente sabe pilotar jets de guerra, termina por salvar al mundo de la invasión extraterrestre... el 4 de julio. Por algo Día de la independencia fue inmensamente más exitosa que cualquiera de las otras citadas.
Lo que importa es si el mandatario actúa y salva la situación, que en general implica rescatar el mundo. G20 no es la excepción, ya que el plan del villano apunta a enriquecerlo y causar un descalabro financiero global, destruyendo economías enteras. No queda muy claro cómo funciona su plan con criptomonedas y blockchain, del mismo modo que tampoco se entiende bien cómo la presidenta piensa ayudar al país africano con un sistema de criptomonedas. Eso es solo una excusa para la trama. Lo que interesa, en definitiva, es que el mandatario sea un héroe. Esa idea, que puede parecer ridícula (imaginemos a un Yamandú Orsi o a un Lacalle Pou enfrentando villanos), es lo que hace divertido a este subgénero películas que no ha sido reconocido a la par del terror, el policial y demás.
Genéricamente, el presidente superheroico cae bajo la etiqueta de thriller de acción.
Superhéroes y realidades
Es de Perogrullo que los países y las distintas culturas precisan héroes. Grandes figuras de referencia, modelos aspiracionales presentes o pasados que generan la idea de unidad nacional. Su aparición suele ser, en general, fruto de una operativa que nace desde estructuras de poder. Su permanencia en vida y en la posteridad se debe a los mecanismos de ese poder. Los enormes héroes nacionales que supuestamente forjaron naciones, son sostenidos por los estados en ritos anuales que marcan el calendario.
Esto no quiere decir que muchos de los grandes héroes históricos y religiosos de ayer y hoy, según se prefiera, hayan realizado actos nobles o positivos. Solo me refiero a su presencia en el imaginario colectivo y su uso por parte de estructuras de poder.
Si esas estructuras no son estatales ni religiosas, los héroes surgen igual desde otros ámbitos. Pueden ser deportistas, con todos los méritos que implica su alto desempeño. O pueden ser ficticios, como los de Marvel, con todos los méritos que puede tener un actor carismático que los interpreta o un historietista que crea grandes historias con ellos.
"Estamos traumatizados por las imágenes y los videos de guerras y desastres, somos espiados por cámaras de vigilancia omnipresentes (...) somos presa de oscuros y monumentales dioses del miedo (...) ¿No será que nuestra cultura, privada de imágenes optimistas de su propio futuro, se ha dirigido a la fuente primaria en busca de modelos utópicos?" se preguntaba el gran historietista escocés Grant Morrison en su ensayo Supergods.
Por algún motivo, presidentes de Estados Unidos se convirtieron, para Hollywood, en materia prima del heroísmo. Siempre en clave de cine de acción, constantemente entre explosiones, humo y disparos. Lo extraño es que, en el siglo XXI, el presidente de ese país es el político más destacado del mundo, pero no necesariamente la persona más influyente y, por lo tanto, mesiánica o salvadora.
Un multimillonario o un pope de las grandes corporaciones tecnológicas globales podría serlo. Sin embargo, sobre figuras como estas solo hay dramas como por ejemplo La red social y Steve Jobs (ambas escritas por el respetado guionista Aaron Sorkin). Por el momento, no parece que vaya a aparecer alguien tan atrevido como para meterlos en una situación extrema, cargarlos de armas y ponerlos en movimiento. Lo mismo se podría decir sobre líderes religiosos. Al final, tal vez corresponda preguntarnos si no será un reflejo de la vida real que en la ficción, tanto la tecnología como la religión imponen más solemnidad y respeto que la política.