Cuenta la historia que una de las principales tradiciones de muchas familias quiteñas era salir de paseo hacia Ibarra, a dos horas de camino, y hacer una parada técnica y obligada en la heladería de Rosalía Suárez. En ese antiguo local, ubicado en las calles Oviedo y Olmedo, se registraron miles y miles de anécdotas, historias, vivencias y fotografías de quiteños, ecuatorianos y turistas, quienes atraídos por la legendaria receta de los helados, hicieron de este lugar el preferido desde 1896.
Ese año, Rosalía Suárez empezó con la magia, preparando helados para una fiesta de unas monjitas. Desde ahí, tras dar con la técnica precisa, con varios intentos fallidos, hasta ahora, 126 años y cinco generaciones de su familia después, esos helados guardan un lugar especial en el corazón de millones de ecuatorianos y turistas.
Un cariño a una heladería que nunca salió de Ibarra, del lugar donde nació, creció y hasta murió temporalmente durante la pandemia. "Desafortunadamente, en toda nuestra vida, vimos cómo aparecían Rosalía Suárez por todos lados. La gente venía y nos decía que probó el helado en x lugar y que estaba horrible, que qué nos había pasado. Nos veíamos permanentemente afectados", recuerda Ismael Guerrero, tataranieto, quien lidera la transformación actual de la mítica heladería.
A esos problemas con los que la familia tuvieron que aprender a convivir, le llegó el momento más difícil: la pandemia. El lugar donde estuvo por más de un siglo cerró sus puertas junto con las operaciones. Guerrero decidió tomar las riendas y arriesgarse a relanzar la marca, con una nueva imagen y un nuevo objetivo. Compró el nuevo local donde está ubicado hoy, a pocas cuadras del antiguo, lo equipó y construyó, junto con una empresa especializada, la marca renovada. La heladería ahora es de Guerrero, quinta generación familiar, quien en 1996, después de fallecer su abuelo, hizo una oferta económica a su abuela y sus tíos para comprar el negocio.
"Yo vivía entre EE.UU. y Ecuador. El año pasado regresé permanentemente y decidimos dar todo este giro. En mayo de 2021, abrimos Momalía. Fue una decisión difícil, primero salir del local de toda la vida y, segundo, darle un estilo diferente y cambiarnos de nombre. Hasta ese momento se llamaba Rosalía Suárez. Pero fue lo más acertado, porque la marca en sí no pertenecía a nadie. Hoy Momalía es una marca registrada. Por eso hemos podido crecer, incluso legalmente.
Momalía es el resultado de conjugar la forma cómo se le decía dentro de la familia la pionera: Mamita Rosalía. La idea fue dar un giro total en el diseño, en la carta, en la atención al cliente. Principalmente es una heladería, pero ahora dentro de la cafetería se ofrece desayunos, postres, etc. "Pero nuestra parte principal es el helado. Hicimos una inversión de, más o menos, US$ 120.000, sin tomar en cuenta el local. Trabajan seis personas; en fin de semana o feriado puede subir a 10 o 12 colaboradores".
El local en Ibarra abrió sus puertas el jueves anterior al feriado del 24 de mayo de 2021. Su propietario tenía una expectativa, que, increíblemente, se cumplió en el triple. ¿La razón? Un trabajo intensivo en la promoción por plataformas digitales. "Yo estaba bastante escéptico en el cambio de nombre e imagen. Hacerlo, para mí, era como arrancarme el brazo, fue muy duro y difícil. En el primer mes, el impacto se dio en la juventud, emperezaron a ser nuestros nuevos clientes. Poco a poco, la gente que conocía el anterior lugar empezó a venir, pero con sus hijos y nietos. Y se sorprendían de que éramos los mismos, solo con otro nombre y lugar".
Guerrero piensa en grande. Por eso, a la vez que reabrió en Ibarra, empezó a construir un sistema de franquicias que pudiera lanzar a Momalía en otras ciudades y hasta afuera del país. Después de analizar varias opciones en Quito, finalmente se decantó por extender la primera franquicia a un inversionista en Cumbayá. "Siempre hablamos de expandirnos, pero de la manera correcta. Desde agosto de 2021 estuvimos trabajando en el modelo de franquicia. El costo varía según el metraje del local. El de Cumbayá es un local de 60 m2, lo que implicó un valor de US$ 70.000. La inversión está basada en el equipamiento, principalmente. Solo la vitrina italiana para helados puede costar alrededor de US$ 20.000. La franquicia se firmó para diez años. Toda la oferta de productos se provee directamente desde Ibarra".
El objetivo es abrir un local más en Quito este año, hay mucha gente interesada, según Guerrero, porque se trata de un negocio súper rentable. "La inversión parece muy grande, pero el retorno del capital es relativamente rápido. El helado se vende solo. Espero llegar afuera del Ecuador. Es uno de los propósitos, ya no es un sueño, es un propósito. Hay gente interesada extranjera y que ha puesto al menos la palabra". (I)