Esta es la historia de una familia lojana contada desde tres perspectivas. Cada recuerdo encierra la personalidad de su propietario y nos permite conocer de cerca a qué se atribuye su éxito. Muchos pensarán que hablamos de dinero, pero no. Aquí recorremos los momentos más importantes en la vida de Sofía, Víctor y Francisco Bastidas Vivar. Tres hermanos que —como decimos en Ecuador— la están rompiendo en el extranjero.
Nacieron en el seno de una “buena familia”. No significa que fueron adinerados, sino que tuvieron la oportunidad de educarse y aprovechar la infinidad de oportunidades que encontraron fuera del país. Víctor Bastidas (su abuelo y rector de la Espol por más de 20 años) fue su motor y el encargado de infundir nuevas perspectivas en sus cabezas. Él estaba pendiente de que aprendieran otros idiomas y de motivarlos a viajar (si no podían hacerlo, un buen libro era el mejor remedio). Sin duda alguna, marcó la vida de estos migrantes. Son 100 % lojanos, a pesar de que pasaron muy poco tiempo en estas tierras. La profesión de su padre (comerciante) los llevó a vivir en EE.UU. (donde nació Francisco) y después en Quito y en Guayaquil. Esta última ciudad fue su principal residencia, ya que aquí culminaron el colegio. Sin embargo, nunca rompieron sus raíces y siempre regresaban a la casa de la abuela, el pilar de esta familia que mantiene la unión y la complicidad a miles de kilómetros de distancia.
Loja es el lugar de encuentro, donde se sale de caminata o se come arvejas con guineo. Esta provincia no los vio crecer, pero se siente como el verdadero hogar. La tradición, desde pequeños, era pasar ahí las festividades y las vacaciones. Viajaban en cooperativa o en carro propio, durante casi 10 horas, desde Guayaquil a Vilcabamba; disfrutaban de los paisajes, las montañas y, sobre todo, reían, peleaban y hacían “relajo”.
Son orgullosos, pero de una manera inteligente. No tienen vergüenza de decir no sé y, durante su adolescencia, se sentían como peces fuera del agua. Sabían que Ecuador no era para ellos y nunca fue una opción quedarse en Guayaquil. Crecieron con un modelo capitalista y su objetivo, en un primer momento, fue hacer negocios y dinero. Una meta que ha cambiado para Víctor y Sofía, pero se mantiene firme para Francisco, el empresario y el que tiene la personalidad más disímil. Los dos primeros comparten la pasión por las artes y la cultura, viven en la misma ciudad (Barcelona) y cuentan con un círculo social muy parecido e interconectado. Mientras Víctor es fuego, el alma de la fiesta y del que todo el mundo quiere ser amigo; Francisco es tranquilo, habla menos y es introspectivo. Sofía, la mayor, es un punto de unión. Su carisma y sus ideas han sido el ejemplo y la motivación para sus hermanos.
Tienen una relación como todas las familias, con altos y bajos. Tratan de reunirse por lo menos una vez al año y no permiten que muera la comunicación. Sus padres están separados. Su madre maneja una pequeña finca con producción de caña de azúcar y su padre continúa con su vida de comerciante. Sofía está estudiando una maestría en Barcelona, Víctor recorre el mundo haciendo arte con famosos y Francisco está sacando a flote su propia empresa de alimentos. Cada uno es inspiración del otro. Los primeros que salieron de casa abrieron las puertas para los que venían atrás. ¿Cuál es su secreto? Perseguir sus sueños.
'Quiero reencontrar Ecuador desde otra visión'
Andrea Sofía, más conocida por su segundo nombre, llegó a Guayaquil para iniciar la escuela y permaneció en esta ciudad hasta culminar la secundaria en el Colegio Nuevo Mundo. La decisión de qué estudiar no fue fácil. Viajó a Estados Unidos con la idea de ingresar a la facultad de Comunicación y —después de intentarlo— se encontró con la carrera de Historia del Arte, en la Universidad Internacional de Florida. “En mi casa hay varios artistas. Mi mamá es diseñadora de muebles y mi papá es un buen conocedor del arte. No solo me enamoré de esta posibilidad, sino de la vida de los artistas”.
En Miami trabajó en museos y realizó pasantías para conocer la escena local. Asimismo, emprendió un proyecto, por tres años, para llevar estudiantes a conocer el ambiente artístico en Puerto Rico, México y Ecuador. Al mismo tiempo, decidió hacer una residencia en esta ciudad, que fue fundamental para su crecimiento profesional. “Obtuve una beca por un año para hacer un curso multidisciplinario y formar las bases de mi práctica de investigación. Tuve la oportunidad de estudiar con gente muy reconocida en esta industria”
En 2016, le ofrecieron un fellowship en Dallas, Texas, en la Universidad Metodista del Sur. Se mudó de Estado con la idea de vivir 10 meses, pero se quedó seis años. “Me ofrecieron el puesto de directora de la Galería de la universidad. Por cinco años invité a muchos artistas a dar charlas y organicé más de 100 exhibiciones de reconocidos personajes como Peter Fend, Timothy Morton, Eyal Weizman, AA Bronson, Agustina Woodgate, Mary Ellen Carroll, Tracey Emin, LaToya Ruby Frazier, Julie Mehretu, Mickalene Thomas, Ramiro Chaves, entre otros”. Durante esta estancia, Sofía también colaboró con renombrados arquitectos (Frank Lloyd Wright, Roberto Venturi y Scott Brown) y cultivó su amor por la academia, una herencia de sus abuelos. Dictaba clases con base en sus investigaciones, apoyaba el desarrollo de mallas curriculares más reales para los estudiantes y fue parte de un proyecto de inversión cultural para conectar los espacios públicos con la comunidad.
Después de vivir 15 años en Estados Unidos, Bastidas sintió que necesitaba tiempo para sí misma y, en febrero de 2022, comenzó su año sabático en España. “Por muchos meses quise dejar mi puesto en Texas y volver a estudiar. Ingresé a mi segundo máster en Diseño de Espacios en la Universidad de Arte y Diseño de Barcelona. Mi objetivo es aprender a repensar la ciudad, el urbanismo y la arquitectura, ya que me gustan los temas relacionados con el cambio climático, los nuevos materiales, la sostenibilidad y el respeto al ambiente”. Con 35 años, esta ecuatoriana —aficionada a las artes marciales— ha forjado una reconocida carrera como comisaria. Una actividad que no le enseñaron en las aulas de clase, sino que aprendió sola, en el camino, y disfrutando de muchos shows. “Los comisarios son las personas que teorizan alrededor de una obra o un artista para crear exhibiciones. Por ejemplo, el orden y los rótulos que están en los museos no son casualidad. Están dispuestos por la época, por el color, por el formato, por la conexión entre los autores…”. Se necesita de un ojo crítico para captar la atención del público y —de acuerdo con Sofía— la coordinación es clave para ser una productora intelectual.
Su hermano Víctor la motivó a mudarse a Europa para darle un giro a su carrera y viven en el mismo edificio. ¿Ecuador es la próxima parada? No lo descarta porque es una gran oportunidad para reconocer y reencontrar el país desde una nueva visión. “Ecuador es un lugar con mucha cultura y sobre todo estoy muy orgullosa de ser lojana, por eso siempre quiero volver. Además, me gustaría hacer proyectos de arte público y acercarme más a la región”.
Actualmente, la mayor de los Bastidas se dedica 100 % a sus estudios y a sus consultorías. Su propuesta va más allá de lo que se conoce como arte y busca expandir este concepto para llegar a más personas. Su mayor éxito: conjugar una vida tranquila con su afición por el arte y su incansable deseo de sumar más sellos en su pasaporte.
'Desde joven me ponía los objetivos más difíciles'
Víctor José es el único que está casado, tiene 33 años, ha visitado 30 países y habla seis idiomas: español, inglés, francés, chino, portugués e italiano. Su vida es propia de ser contada, como un recuerdo para quienes afirman que levantarse —una y otra vez— no es posible. Vivir en distintas ciudades fue difícil, pero con el tiempo le cogió cariño a Guayaquil. Desde los 14 años, cuando viajaba a Estados Unidos a visitar a sus tíos, se sentía más a gusto en el exterior y, apenas se graduó del colegio, se embarcó en un avión a China. Pasó 66 meses en el gigante asiático estudiando negocios y chino en la Universidad Shanghái Jiao Tong. “Me fui como un loco a los 18 años. Me emocionaba el simple hecho de hacer las cosas diferentes. En un primer momento quería estudiar en Europa y mi abuelo (Víctor Bastidas) me dijo: 'No te quieres ir a ser un migrante más'. Tampoco teníamos plata y China, en ese entonces, era muy barato y había una gran apertura para los extranjeros. Desde los 18 hasta los 23 años tuve una cantidad de experiencias muy salvajes, desde momentos muy felices hasta los más duros. Una vez me desperté con la casa en llamas por una falla en el calefactor y tuve quemaduras”.
Desde pequeño estaba influenciado por el estilo de vida americano y pensó —de acuerdo con su relato— que iba a ser muy feliz en China haciendo negocios. Una idea un tanto alejada de la realidad. “Vivir en Asia es como irse a otro planeta. El idioma era difícil y me rompía la cabeza tratando de aprender. Llegué a un punto en que odiaba China y me hacían falta mi casa, mi familia. Una vez perdí una materia y eso significaba que debía quedarme seis meses más. Tomé clases extras porque cinco años y medio eran suficientes. En otra ocasión, vendí todo con la idea de no volver más. Tomé mis maletas para irme a Ecuador y cuando llegué mi mamá me dijo que el único que se iba a sentir mal por no terminar era yo. Me faltaba un año y medio, así que regresé”.
En esta época conflictiva llegaron dos libros que fueron su salvación: El poder del ahora y el Método Silva. Empezó a meditar para liberar la tensión de vivir en un país donde no entendía a las personas. “Me hacía falta educación, concentración y manejar la mente. Yo tengo cinco carriles en mi cabeza y eso es un problema. La bulla de la ciudad, el chino, la falta de dinero, las drogas, las fiestas… Tenía un desbalance total porque a los 18 años me fui solo a vivir como un adulto y todo se me fue de las manos”.
Ingresó como pasante en el Consulado de Ecuador en China, ya que quería hacer dinero. Después el ecuatoriano Miguel Bustamante abrió una productora en Shanghái y comenzó a trabajar para él. “Cuando no estaba de fiesta hacía producciones pequeñas y así descubrí mi pasión. Antes pensaba que no iba a hacer dinero con las artes y por eso me metí a los negocios. Un día me llamaron para hacer un video —que cambió mi vida— en una exhibición del fotógrafo más famoso del mundo, Mario Testino. Me dijeron que si le caía bien tal vez me daba una oportunidad”.
Así lo hizo. Víctor recibió una propuesta una semana más tarde y tenía que mudarse a Londres. Le faltaban ocho meses para graduarse y —durante las vacaciones de curso— se fue a realizar un mes de prueba. “Volé de China a Sao Paulo, Uruguay, Buenos Aires, Londres, Los Ángeles, Nueva York y nuevamente a Londres. Fue un mes y medio de trabajo a otro nivel, con gente muy talentosa”. Bastidas no tuvo una formación en esta rama, sino que aprendió de manera autodidacta.
Un año más tarde obtuvo la visa para laborar en Reino Unido, pero no se fue sin antes obtener su título universitario, la prueba fehaciente de sus vivencias. “Llegué a Londres con 23 años y una nueva energía. En total, fueron nueve años con diversos matices. Mientras organizaba grandes proyectos; las drogas, el rock and roll y las mujeres ocasionaron que me volviera loco nuevamente. Estuve siete años con Mario Testino (lo echaron por su actitud) y dos por mi cuenta. Cuando me quedé desempleado comprendí que había cometido muchos errores. Uno de ellos, pensar que iba a seguir en contacto con gente famosa. Por ser prepotente, egocéntrico y pedante me cerraron muchas puertas y había personas que ni siquiera me contestaban el teléfono”. Este lojano, amante del yoga, pasó de hacer videos de alto rango a aceptar cualquier propuesta.
En 2021, se mudó a Barcelona y antes vivió en Francia, su país favorito. “La regla en mi casa es que el que gana más dinero decide en dónde vivimos y mi esposa, Nora Attal, gana más”. Hoy tiene su propia empresa, Bastidas y Compañía, que factura un cuarto de millón de euros anuales. Sus proyectos pueden costar desde los US$ 5.000 hasta las siete cifras. Este lojano se convirtió en un reconocido productor, director y fotógrafo. Ha trabajado con grandes marcas y personalidades como Chanel, Ana de Armas, Margot Robbie, Kendall Jenner, DuaLipa, Victoria Beckham, Carlos Vives, Scarlett Johansson, entre otros. Dejó Inglaterra para impulsar su carrera y en Francia encontró lo que le hacía falta: “Yo salí de Ecuador odiando ser latino, para darme cuenta que es lo mejor que tengo”.
Bastidas ha descubierto el camino y el estilo que quiere transmitir en sus proyectos. Encontró el equilibrio entre ser ecuatoriano y plasmar su esencia con marcas internacionales. Es un artista que no solo tiene proyectos en Francia, España o Inglaterra, sino que viaja en busca de nuevas aventuras. Su mayor anhelo es hacer películas y ya consiguió financiamiento para un cortometraje en Colombia. “Al final, nunca terminé haciendo plata, pero estoy muy feliz. Me siento más rico que la mayoría de gente que conozco”.
'Quiero volver y compartir lo que he aprendido'
Llegamos al tercer y último personaje. Francisco Nicolás tiene 31 años y es diseñador industrial de profesión. No nació en Ecuador ni en Loja, pero este país es su hogar. Una mina de oro y un paraíso que está marcado en su radar. Como todo buen empresario, quiere regresar, abrir sus negocios e impulsar el talento nacional. Su meta a largo plazo es crear una industria sustentable en el país, pero —por ahora— está concentrado en sacar adelante sus proyectos y hacer mucho dinero.
Como sus dos hermanos, apenas culminó el colegio ya tenía un pasaje listo. Comenzó a estudiar Ingeniería en la Universidad de Florida, pero no estaba seguro de su carrera. En esos dos años tomó clases de arte y encontró en la creatividad la motivación que le hacía falta. Decidió mudarse al otro lado del país (San Francisco) para estudiar Diseño Industrial en el California College of the Arts. “En mi último año empecé a buscar oportunidades y me di cuenta de que la cafetería tenía muchas falencias. Con la ayuda de mi papá y un préstamo del banco pude abrir mi propio food truck, un negocio que buscaba transmitir lo que yo viví en Ecuador. Para nosotros es muy normal consumir frutas frescas: mangos, bananas, piñas… pero aquí son productos muy valorados. Extrañaba la comida fresca y, sobre todo, ese sabor tropical. Es así que en 2014 abrí mi carrito Ruru Kitchen de frutas, licuados, jugos y bowls”.
En un primer momento, el plan era mejorar la comida de la universidad, pero los jóvenes tienden a guardar su dinero para otras cosas y el cuidado de su salud queda en segundo plano. Después de operar un año en este espacio, Francisco buscó mercados más grandes y se mudó al centro financiero, un lugar más estratégico y con mayor demanda de productos saludables. “Los primeros tres años tenía una socia y los dos hacíamos todo, desde lavaplatos, chefs hasta cajeros. Cuando nos movimos al centro, contratamos gente que nos ayudara y entregamos el catering para diversas empresas de la bahía: Google, Facebook, Apple, Instagram y Airbnb.
Ruru Juice LLC nació como una idea de su hermana y llegó a facturar en su mejor año (2019) US$ 650.000. “Una vez, en una conversación, Sofía dijo que quería abrir un lugar de jugos saludables. Yo vivía con ella en Florida y era una estupenda cocinera. Cuidaba mucho su salud. Eso me sirvió de inspiración porque yo no prestaba atención a los alimentos que consumía”.
El negocio iba en crecimiento hasta que llegó la pandemia del Covid-19 y en seis meses desapareció por completo. Todas sus entregas se cancelaron y la cuarentena obligó a que las empresas optaran por el teletrabajo, por lo cual el food truck quedó sin clientes. “Estaba desesperado, a punto de tirar la toalla y dedicarme a otra cosa, pero los bienes raíces aparecieron para rescatarme. Varios almacenes y restaurantes cerraron y esto me permitió continuar con uno de mis sueños: abrir un local comercial. El sector inmobiliario estaba golpeado y era una gran ventaja para conseguir un espacio. Además, el agente que me ayudaba en la búsqueda me presentó a una persona que quería lo mismo que yo. Nos conocimos, hicimos clic e iniciamos la aventura juntos”.
Francisco se encargaba de las operaciones y la construcción, mientras que su nuevo socio, Jacob, tenía más experiencia culinaria. Primero, hicieron una prueba de concepto para saber qué tipo de restaurante iban a abrir y comenzaron con sánduches y macarrones con queso, todo al estilo americano. Su objetivo era ofrecer comida casera, ideal para una tarde de películas o un domingo familiar. “Encontramos un local en la Marina, a mediados de 2021, pero era muy grande para el concepto de todo meltdown. Abrimos un año y decidimos cambiarlo a un bar-restaurante de vinos”.
Construyeron un menú de comida mediterránea, buscaron personal capacitado y abrieron el 4 de julio de 2022. Esta nueva compañía, Bay Area Eats LLC, factura entre US$ 30.000 y US$ 40.000 mensuales. Con Ruru Kitchen participa en festivales de música y el año pasado facturó US$ 150.000. Aún no abre el food truck porque la mayoría de personas no ha regresado a sus oficinas, pero tiene un nuevo proyecto que transformará completamente el concepto de Ruru Juice. “Estoy construyendo una planta procesadora de bebidas para comercializarlas en supermercados”. La inversión asciende a los US$ 300.000 y se espera que esté funcional en abril de 2023. Este amante de las olas, la playa, el baile y los juegos de mesa continuará impulsando sus nuevas líneas de negocio, poniendo como prioridad la creatividad y los productos saludables. (I)
*El artículo original fue publicado en la edición impresa No. 11 de abril-mayo de 2023.