La "eternidad" de Rafael Nadal está obligando a reescribir los libros de historia del tenis y abre una alerta amarilla para Novak Djokovic, que hasta hace pocos meses era el señalado para colgarse el título de jugador más exitoso de la historia.
Ya no, ya no está claro lo que pueda pasar. El título de Nadal en Roland Garros, el décimo cuarto en París, es a la vez el vigésimo segundo de su carrera a nivel de Grand Slams. Djokovic está estancado en 20, al igual que Roger Federer, cuyo regreso al circuito está previsto para octubre. Su futuro es una incógnita.
"Voy a seguir luchando", dijo el español de 36 años minutos después de laminar al noruego Casper Ruud 6-3, 6-3 y 6-0 en el estadio Philippe Chatrier. Eso, en lenguaje nadaliano, significa mucho. El hombre no se retira, no se rinde, no se cansa del tenis.
"Es que quizás no lo entendéis", explicó a un grupo de periodistas un par de horas después de asegurarse el título. "No se trata tanto de los récords, a mí lo que me gusta es jugar al tenis, lo que me gusta es competir".
Pero Nadal hará una pausa, la necesita. Jugó Roland Garros anestesiándose el pie antes de cada partido -siete en total-, porque los dolores por su osteocondritis en el escafoides ya son insoportables. El escafoides es un hueso del pie, en su caso el izquierdo. Es una lesión con la que convive desde 2005 (!), pero que hoy lo afecta, dice, ya no solo para jugar, sino "para vivir".
Y aunque asegura que su intención es jugar Wimbledon dentro de menos de tres semanas, la realidad es que Nadal le da prioridad a probar un tratamiento que le quite el dolor del pie. No quiere tener el pie totalmente dormido, sino solo dormido a medias. Esta semana probará un tratamiento. Si funciona, hay Nadal para rato.
Pero mientras tanto, e incluso si el español no sumara más que 22 títulos, su "rush" de 2022, en el que conquistó los Abiertos de Australia y Francia, pone en serios problemas a Djokovic, que no es el jugador de 2021.
El año pasado, el serbio ganó los tres primeros Grand Slam del año y rozó la hazaña inviable desde 1969, la de Rod Laver: la conquista del Grand Slam, los cuatro grandes torneos en una misma temporada. El ruso Daniil Medvedev se lo impidió en la final del US Open.
Pero Djokovic estaba lanzado, Djokovic era una máquina. En 2022 sumaría dos o tres títulos más de Grand Slam para salirse de ese triple empate a 20 con Federer y Nadal e instalarse como el mejor, el más grande, el más ganador.
Fue entonces que llegó enero en Australia. El serbio se involucró en una historia absurda, intentando forzar la reglamentación del tenis y el sistema legal australiano en medio de una pandemia. Perdió, fue expulsado por el departamento de migraciones y su ambición de ganar por décima vez en Australia se esfumó. Y en vez de él, ganó Nadal. Ya era un 21 a 20.
En París, Nadal le ganó el duelo de manera directa, unos cuartos de final que fueron el gran momento del torneo. Y luego ganó el torneo: 22 a 20.
Así, de pensar en liderar la carrera por la historia, Djokovic, que ya tiene 35 años, pasó a estar hoy en desventaja. No solo por los éxitos de Nadal, sino porque el resto de los jugadores está creciendo.
Ya se lo demostró Medvedev, pero más pronto que tarde llegará la explosión del griego Stefanos Tsitsipas, mientras suben las acciones de Ruud. El alemán Alexander Zverev es también un jugador de primerísima línea, aunque su grave lesión de ligamentos en las semifinales ante Nadal hará que no se cuente con él hasta 2023.
Pero falta uno más: Carlos Alcaraz. El español ya derrotó a Djokovic en Madrid y verlo ganar un Grand Slam este año no es una quimera.
Alerta amarilla para Djokovic. El papelón de Australia puede haber sido, quizás, el mayor error de su carrera. Ser el más exitoso de la historia es para él, mucho más difícil hoy que hace seis meses.