Jorge Drexler (Montevideo, 1964) es el tipo de compositor que puede escribir un éxito mundial basándose en las leyes de conservación de la materia y la energía, como en Todo se transforma, una canción en la que el calor de un beso tiene repercusiones que llegan a galaxias lejanas.
No hay nada evidente ni superfluo en sus textos, que pueden abordar temas tan, a priori, poco pegadizos como la tecnología, la soledad, la religión o la interconexión global. También sabe resumirlo en el título de una de sus canciones: La vida es más compleja de lo que parece. Formado en su Uruguay natal como médico (igual que sus padres), llegó a ejercer de otorrinolaringólogo antes de dedicarse de lleno a lo que era entonces una simple afición, la música.
La vida le cambió por completo en 1994, cuando fue invitado a actuar como telonero de Joaquín Sabina en el Teatro de Verano de Montevideo y el de Úbeda, a su vez, lo animó a instalarse en Madrid, a donde Drexler llegaría al año siguiente.
Pero no lo tuvo fácil en estos casi treinta años transcurridos desde su llegada a España. Ganó primero un Óscar, en 2005, por la canción Al otro lado del río, de la película de Walter Salles Diarios de motocicleta, antes de levantar un Goya o los siete Grammy Latinos que suma hasta el momento.
Forbes: Efectivamente, lo de perdurar es complicado. Vos ya lo conseguiste: después de tres décadas sos una figura internacional. Pero nunca he visto un cambio generacional tan grande como el que se está produciendo ahora. ¿Notás vos que la gente de 18 años sea más distinta que la gente que tenía 18 años hace diez o veinte?
Jorge Drexler: Sí, lo estoy notando porque, además, tengo hijos de diferentes edades: un hijo de 24, Pablo, y otros dos de 13 y 10. Y veo una diferencia muy grande entre ellos, más grande en muchos aspectos que la que hay entre mi hijo Pablo y yo. Pero, aparte del cambio, también nos estamos poniendo mayores.
Y no ha habido ninguna generación que al ponerse mayor no le parezca que el mundo va cambiando demasiado rápido. Desde Aristóteles siempre se ha tenido mucha desconfianza de lo nuevo. Y llegado a ese punto, sólo te quedan dos opciones. Una es reaccionar con desconcierto y humildad diciéndote voy a intentar reinventarme como un señor mayor, pero tratando de vincularme con esto de alguna manera y entenderlo.
Forbes: ¿Y la otra opción?
J.D: La nostalgia. Que es la que utilizamos más. Bajar la cortina y decir: ¡No, no, no! ¡No me compares la música de ahora con la de mi época! Está hipererotizada y es chabacana, vulgar y comercial. No ha habido ninguna generación que no lo haya pensado. Ninguna. Lo que pasa es que lo bueno de ser viejo, o ir camino de serlo, es que también has visto a otras generaciones decir las mismas tonterías.
Me produce una tristeza muy grande la nostalgia, porque el mensaje directo es: ¡Ya está, gracias, vamos cerrando la puerta!. Si ya no te gusta nada de lo que hay en el mundo y si crees que todo lo bueno pasó hace veinte o treinta años es una manera de irse muriendo de a poco.
Forbes: En 2005 ganaste el Óscar e imagino que te ofrecieron trabajar en EE. UU y convertirte en el cantautor en castellano más grande de todos los tiempos. ¿Estuviste tentado de hacerlo?
JD: Sí hubo un momento en el que esa posibilidad estuvo encima de la mesa. Y no lo hice porque me divorcié al poco de haber ganado el Óscar. Tenía una prioridad vital, que era mantener una presencia en la vida de mi hijo. Fue tan sencillo como eso.
Eco fue el disco que, en su versión extra, tenía Al otro lado del río. Pero el siguiente, 12 segundos de oscuridad, fue un trabajo introspectivo, muy anglosajón, triste, sobrio, elegante. Un disco que quiero mucho, pero el más inadecuado para aprovechar el envión que me había dado el Óscar.
Si mi idea era irme a Los Ángeles o a Miami y hacer una carrera nueva, basada en el crossover hispano, vinculando mi lado festivo hispano a mi yo anglosajón, y con el Óscar en la mano, hice el disco que no tenía que hacer. Eso sí, mi opción fue completamente consciente. Necesitaba dirimir por qué estaba en este trabajo y qué era lo que me gustaba. Mi enorme suerte fue haber empezado muy tarde en este trabajo.
Forbes: ¿A qué edad te refieres exactamente con eso de tarde?
JD: Empecé a escribir canciones a los 25; a vivir de la música, a los 30; y me empezó a ir bien a los 40. La mayor parte de la gente piensa que desde que pisé España fue todo gloria. Y no. De mis primeros cuatro discos ninguno pasó de las 4.000 copias vendidas, en un momento en que todos mis colegas vendían 300.000 ó 400.000.
Yo era un fracaso completo para la industria musical. Sí tenía prestigio como compositor, porque Ketama, Rosario, Miguel Ríos, Ana Belén o Pablo Milanés grababan mis canciones, pero la gente de la industria no entendía muy bien por qué me empeñaba en tener una carrera artística.
Forbes: Te vino bien entonces llegar tarde al éxito.
JD: Cuando irte bien se demora tanto y ya tienes 40, alcanzas la educación sentimental suficiente como para saber decir no. Sabes que te gusta escribir canciones y que tienes el enorme privilegio de vivir de lo que te gusta, que es escribir con el corazón, intentándolo hacer, artísticamente, lo más bonito que se pueda y que las canciones sean una especie de herramienta de crecimiento personal.
El Óscar fue una fuerza mediática, como un viento muy grande, pero yo iba en mi barquito, y tuve que decidir si soltar las velas y dejar que ese viento me llevara o agarrarme fuerte al timón y aprovechar el impulso para ir más rápido hacia donde realmente quería ir. Me jugué a tener una carrera seria, una carrera de respeto y usé las armas a mi favor. Y la verdad es que salió bien. Estoy contento.
Nota publicada en Forbes España.