José Miguel 'Pino' Fiorentino lleva la gastronomía en sus venas. A su padre, un migrante italiano que llegó al país en los años cincuenta le encantaba la cocina y los fines de semana en su casa todos participaban de la preparación de los más variados platos. Su madre ecuatoriana, en una época manejó el restaurante Casa de Italia.
Estudió Marketing y Administración de Empresas. En 1993 abrió su primer restaurante especializado en comida italiana, En 2000 creó Fiotu, una importadora de productos gourmet. En 2004, con dos socios, María del Carmen Borja y Noé Carmona abrieron en el parque de Cumbayá, al este de Quito, el primer local de Noe Sushi Bar. La inversión fue de US$ 70.000 compraron un pequeño local y los tres fungieron de maestros mayores, pintaron, decoraron y arreglaron el lugar. Un año después, abrieron en Quito y en el valle de los Chillos. En 2006 se extendieron a Guayaquil. En 2010 nació Kobe, con un concepto de servicio express. En el 2014 llegaron a Cuenca, ese mismo año nació Nubori experience con un estilo más exclusivo y sofisticado. En 2020, en plena pandemia, decidieron explorar e incursionar en comida oriental con Chef Choy. Hoy, Sushicorp. aglutina a 33 restaurantes, cuenta con 840 empleados y factura sobre los US$ 25 millones anuales.
Parte de esta vida de negocios y responsabilidades son su esposa, sus tres hijas y sus dos perros. Toffe, un “delmer” adoptado llegó a la casa hace 12 años. Antes habían tenido un Springer Spaniel quien, según cuenta, se volvió una verdadera tortura, se escapaba de la casa, se subía las paredes, se entraba a las viviendas de los vecinos. La situación se volvió insoportable y lo tuvieron que dar en adopción. Fiorentino sentenció a su familia a que no habría más mascotas, pero más pudieron las súplicas de sus tres hijas y un año después llegó Toffe. Pino le puso el nombre porque en su familia, cuando era pequeño, tuvieron una camada de 13 cachorros y a todos los llamaron así.
“La chica que en ese entonces trabajaba en la casa me contó que una perrita de su tía había tenido cachorros y me propuso traer uno, para que las niñas jugaran. Nosotros habíamos pensado tener un Shih Tzu, sin embargo, accedí. Cuando llegó era un bolita sin pelos, no tenía ninguna gracia, era feo, pero, poco a poco, se ganó el cariño de todos. Nuestro Yaruquí terrier (porque ahí nació) se quedó y el Shih Tzu nunca llegó (risas)".
Para este ejecutivo, Toffe es todo amor, noble, de una lealtad indescriptible, educado, entiende todo lo que se le dice, cariñoso, mimoso, una historia llena de alegrías, paz y tranquilidad.
Los sobresaltos se dieron 10 años después, en 2020. “Un día llegábamos con mi esposa a casa y la empleada nos dijo que una de mis hijas quería hablar con nosotros. En la puerta de su dormitorio había una nota pegada que decía 'Van a ser abuelos'. Casi me da un infarto, ella tenía 20 años. Cuando abrí la puerta me encontré con una gatita en la cama, con un laso en el cuello. Respiré profundamente, le expliqué que era difícil tener un gato en casa. Mientras veíamos qué hacer nos empezamos a encariñar, pero duró hasta que se ensució en mi cama. Las niñas me chantajearon y así llegó Enzo, un Golden Retriever, tenía dos meses".
El nombre le puso su tercera hija, por el corredor de autos. Sus hijas saben que le encantan los autos y sabían cuál era su punto débil. Cómo era un cachorro no tuvo problemas con Toffe y ahora tiene muy claro quién manda.
Los sobresaltos continuaron, Enzo era un monstruo, travieso, inquieto y destructor. “Dañó todo el sistema de riego, destruyó el sistema eléctrico, dejó el jardín lleno de huecos, se comió toda la sala exterior, las sillas del comedor interior fueron mordidas, tiene una afinidad por los cables hasta arrancarlos. Por suerte, no le gustaban los zapatos, pero sí era un tigre para los pantys y medias (risas)".
"Un día, mi hija hacía su maleta para la universidad, en un descuido se entró al cuarto, se comió pulseras, collares, gafas, pijamas y unas cuantas piezas de ropa. También se cogía la comida de los mesones, era un verdadero terremoto. Decidimos con mi esposa bajar la guardia, relajarnos, darle tiempo y paciencia, siempre consigue que le perdonemos, porque pone una cara de yo no fui, es un mojigato”.
Fue necesaria la mano de un entrenador. Mientras conversábamos, Enzo se sentó junto a nosotros, como si supiera que hablamos de él, no se movió, de vez en cuando le acariciábamos y se notaba que disfrutaba de esos mimos.
"Se ganó el corazón de todos, incluso el de mi esposa, que no es muy perruna, nos sorprende todos los días”.
Los dos duermen dentro de la casa, son parte importante de la familia, las reglas se rompen apenas Fiorentino cruza la puerta de salida. Ahora que tiene dos años han logrado domarlo, en el buen sentido de la palabra, le acompaña una vez por semana a la oficina y en la casa han empezado los arreglos de todos los destrozos.
Habrá que ver cuánto dura y si se acaban los sobresaltos. (I)