Aquí parece que siempre saliera el sol. Su propia energía hace un foco de luz del que se hace casi imposible no sentirse atraído. Algo tiene María La Panadería, un local que nació en 2016 como una pequeña panadería de Ana Gabriela Villota Herdoíza, nieta de quien fuera Alcalde de Quito, reconocido en aquellos como el Maestro Juanito.
Graduada del Colegio Alemán, se marchó a vivir en Canadá. Pasó siete años en Alberta, Edmonton, donde estudió y trabajó. Pero los crudos inviernos de ocho meses, finalmente, la desgastó. Así que regresó al país en 2013. “La verdad no tenía planeado regresar, yo había aplicado para mi residencia permanente en Canadá y creía que me gustaba mi vida, lo que no me daba cuenta es que el tema de los inviernos era muy difícil. A los 18 años nada te pega, no hay nada que te moleste y todo es una aventura. Pero cada año que pasaba las cosas se volvían un poquito más pesados. Me hice vegetariana, luego vegana y, la verdad, es que las personas que viven en el Polo Norte no están diseñadas para ser vegetarianas o veganas. Ya no lo soy”.
En Canadá estudió, primero, Panadería y Pastelería Profesional y, luego, Hotelería y Turismo. Mientras esperaba en Ecuador que le emitieran la residencia se le esfumó las ganas de volver a Norteamérica. Armó con su hermano y otros socios el restaurante Lobosapiens. Por diferencias irreconciliables cerró tras un año. Luego trabajó dos años en el catering de Henry Richardson, allí hizo la línea de especias llamada Chef en casa.
En 2015 decidió que ya era hora de empezar algo propio. Y empezó a armar su plan. Lo nombro así porque María es un nombre muy tradicional quiteño y Panadería porque rima. Invirtió US$ 10.000. Y desde ahí solo ha sido crecimiento. Con toda la ilusión de que las cosas venían bien, estaba lista para abrir un local más grande, que es donde está actualmente. Invirtió US$ 10.000 más y, cuando estaba en los últimos brochazos de la pintura del local, se vino la pandemia.
Un “ángel” panadero de Madrid, como ella la llama, fue clave para diseñar la logística de operación para esta etapa. Y sus amigos y familiares la motivaron a no darse por vencida. Así que le puso todas las ganas en el delivery, vendiendo los productos a través de Instagram.
En septiembre de 2020 conoció a su pareja, un exchef de Somos y ahí empezaron con el concepto con comida confort, desayunos todo el día y brunchs. “El confort food, slow food, es hacer la comida desde cero, haces tu propio pan, salsa, embutidos, fermentos, ahumas, curas. Hacemos comida que nos gustaba cuando éramos niños, lo que nos gustaba que nos cocinara nuestra abuelita. Es una conexión con los recuerdos, con la nostalgia de esos años en los que las cosas parecían más simples”.
En un local para 25 personas, donde ocho colaboradores son los responsables de la magia, es un orgullo para un barrio que no es un foco de ubicación de restaurantes. Por eso, los proveedores pequeños del propio barrio garantizan la frescura de los platos. Y todo está hecho en esta casa. Abre de miércoles a domingo, entre 09:00 y 17:00. La carta ofrece sánduches “tipo gringo”, desayunos todo el día. En definitiva, es “vivir de día en todo momento, eso es lo que nos enseñó la pandemia”.
Antes de ir, eso sí, llénese de paciencia. Por ratos, la fila de espera es larga. Pero no desespere, porque tendrá su recompensa. “Quito es aburrido a ratos en el ámbito gastronómico. Vamos entre dos extremos, entre las huecas, muy informales, chiquitas, donde a nadie le importa si te sientas en el piso, o entre los lugares súper caros, elegantes, pretenciosos. Y no hay casi nada en la mitad. Un lugar que sea más casual. Así somos, casuales, no tienes que romper el chachito para pagar un brunch. La carta va entre US$ 6 y 10”. (I)