No quiso trabajar en una oficina. Rechazó siempre la posibilidad. Esa idea no circulaba por sus venas. Él solo quería emprender en algo. Pero, ¿en qué? Jorge Bedón no lo sabía… Cuando tenía cuatro años, sus padres decidieron migrar a EE.UU. Su padre, médico, se había especializado en tratamiento de VIH y eso le abrió puertas en los centros de salud en ese país. Sin embargo, tras pasar los años, al joven Jorge le llamaba Ecuador, así que a los 13 años regresó a vivir en Ambato, en casa de sus abuelos. Hasta los 18 años, la vida colegial marcaba sus días. Hasta el momento en que todo dio un giro: con su novia -hoy esposa- concibieron una bebé. Desconcertados y sin un horizonte claro, había que buscar la forma de generar recursos. Su suegro le ofreció buscar un espacio en el Municipio ambateño: él se negó. Así que empezó a viajar a Colombia y EE.UU. a traer mercadería para venderla en la ciudad. Combinaba eso, con la elaboración de sánduches y la venta en el parque de Los Quindes. No había estudiado gastronomía, pero tenía una especie de don…
En vacaciones de verano, mientras cursaba estudios en la universidad, aprovechaba para viajar a EE.UU., trabajar y ahorrar dinero. La exigencia a sí mismo, durísima, generalmente en dos turnos, entre 04:00 y 15:00 y entre 15:30 a 24:00, haciendo las tareas que estuvieran a la mano. Como migrante, no había muchas opciones que elegir. Sin embargo, en uno de esos viajes temporales encontró la forma de invitar a conferencistas del ámbito empresarial norteamericano a Ecuador. Junto con un amigo socio, empezó a organizar eventos en Ambato y a invitar a estos gurús. El negocio iba bien, hasta que un nuevo revés, le dio una cachetada de realidad. Hicimos tres eventos, pero al cuarto, por mi capricho, mi egocentrismo, la sociedad se resquebrajó y perdí todo. Los conferencistas no vinieron y tuve que devolver el valor de las entradas a quienes las habían adquirido. Me quedé con US$ 50 en el bolsillo y, emocionalmente, estaba en el piso. Como creyente en Dios, me dije que podría salir de esta. Con mi esposa nos preguntamos qué sabía yo hacer y, claro, la respuesta era cocinar.
Con esos mínimos recursos y un poco de apoyo de sus padres y suegros, Bedón abrió un pequeño local de comida rápida, al que llamó Comma. Gracias a las redes sociales, principalmente Instagram, la fama de este centro de comida fue propagándose, hasta convertirse en uno de los principales puntos de encuentro en Ambato. Tan bien iba el negocio que después de tres años decidió dar el salto y abrir un local en Quito, en plena República de El Salvador, donde los costos de arrendamiento eran muy elevados. Eso no lo amedrentó porque sabía que sus cartas de sal y de dulce eran lo suficientemente fuertes para viabilizar este paso. Lamentablemente, el optimismo fue mayor y a los seis meses tuvo que cerrar, no sin antes haber aprendido la lección. Uno aprende que la vida no es solo dinero, no es solo lujos, no es solo materialismo. La vida es la búsqueda de la felicidad, es el amor. Conversamos con inversionistas para que nos ayudaran a sostener e impulsar la operación en Quito, pero no fue posible. Así que con mi esposa decidimos cerrar y poner todo el corazón en el local de Ambato.
Inquieto por el tropiezo, Bedón no se quedó quieto. Estaba seguro que Comma se encontraba en un punto que podría manejarse a la distancia y con un administrador de confianza. Por eso, en mayo de 2022, arma maletas y se marcha a un viaje de reconocimiento de tendencias culinarias por Nueva York y, específicamente, por Chelsea Market, una vía de aproximadamente un kilómetro de largo infestada de restaurantes. Allí, con los ojos abiertos, soñaba verse trabajando o abriendo una sucursal de Comma. Pero el local Stakehouse Nusr-Et, del famoso chef Nusret Gökç, mejor conocido como Salt Bae, interrumpió su imaginación. Parado a la entrada, se dijo qué pasaría si les pide trabajo. Armado de valor, entró y habló con uno de los gerentes. La suerte estuvo de su lado esta vez. Le ofrecieron, a prueba, un puesto de parrillero, tras varias pruebas que las pasó sin problema. A las dos semanas, le propusieron quedarse. Y después de algunos meses, le ascendieron a Asistente Junior Chef, la categoría más baja de dirección. No obstante, eso le abrió la mente hacia un horizonte que lo había dejado en segundo plano: el manejo de los procesos.
A los seis meses, dadas mis habilidades de liderazgo, desarrollados en la organización de eventos, en el Comma, el restaurante me ofreció el cargo de Chef Ejecutivo. Algo que no lo puedo creer. Tiene 50 restaurantes en todo el mundo y yo soy el líder en uno de ellos. Es un logro muy grande para mí, hasta ahora me salen lágrimas de felicidad. Un Comma en Chelsea Market es más posible: ¡por supuesto!, dice, aunque por ahora prefiere disfrutar de donde está, transmitir todo el conocimiento a su emprendimiento en Ambato y, por qué no, inspirar a otros jóvenes ecuatorianos a que se arriesguen a perseguir sus sueños, trabajen para alcanzarlos y aprecien cada paso de su camino. (I)