Black Rabbit Cumbayá nació en octubre de 2019, sobrevivió al paro nacional, a la pandemia y a otros desafíos. Juan Felipe Ordóñez y Alejandra Rodríguez, ambos de 37 años, son una pareja que decidió crear un espacio con mucho rock, pero sobre todo con una carta única de cocteles de especialidad.
Sus profesiones no coinciden en ningún aspecto. Rodríguez ha trabajado en la industria de la hospitalidad alrededor de 17 años, mientras que Ordóñez estudió arquitectura. Su historia de amor es de aquellas de la adolescencia. Llevan juntos 15 años y casados, seis.
Dejando de lado sus vidas profesionales, ellos y un grupo de amigos idealizaron el concepto de Black Rabbit, un bar al que se pueda acudir constantemente, un sitio clásico para encontrarse con los amigos y tomarse un buen trago. El proyecto se cristalizó y el montaje de este lugar tuvo una inversión de US $120.000; su diseño estuvo a cargo de Ordóñez. Era un parqueadero, no había nada. Queríamos algo diferente, una barra en donde pudieran sentarse y tener una buena bebida en la mano, cuenta Rodríguez.
El Covid 19 marcó un antes y un después en Black Rabbit. Pensamos que serían 15 días pero fue el golpe más duro que hemos recibido. Pusimos todo en este local, aseguran. Sin duda, estas anécdotas son parte de la historia que queda para contar a las próximas generaciones para que conozcan a aquellos soñadores que dejaron todo en la cancha para que sus negocios floten. Esta pareja lo consiguió.
Cerramos las primeras semanas que nadie podía salir de casa, pero después ¿cómo vendes un bar a domicilio?, enfatizaron. Estos esposos buscaron todas las alternativas para que Black Rabbit volviera a ver la luz. Comenzaron a vender hamburguesas y dulces de dátiles, hacían envíos de su coctelería embotellada, junto con un playlist llamado The Black Rabbit Experience.
Finalmente 2021 fue un año de reactivación para esta industria, luego de las restricciones. Ordóñez asegura que dirigir un restaurante y este tipo de negocios exige mucha resistencia y temple.
En 2022, el panorama fue distinto. La barra que había desaparecido por la distancia social volvió a su puesto. Las personas podían hablar nuevamente con el barman, juntarse con los amigos y disfrutar de un ambiente acogedor. Las puertas de Black Rabbit estaban nuevamente abiertas. Ese año llegaron a los US$ 240.000 en ventas. Nadie nos tumba, vamos con todo, enfatiza Rodríguez.
Sus fundadores destacan que la carta clásica de cocteles que crearon es una de las principales razones por la que sus clientes están de regreso. En este bar podemos encontrar desde un Old Fashioned hasta un Boulevardier. Nosotros elaboramos artesanalmente nuestros propios bitters y macerados. No solo es sacar una receta del internet y listo. Es conocer e investigar la mezcla perfecta, afirma Ordóñez.
Luego de cuatro años de arduo trabajo y desafíos, la pareja llegó a Cuenca por casualidad y para visitar a la familia. Habían pensado, un tiempo atrás, en la posibilidad de abrir un nuevo local fuera de Quito. Ese viaje, cambió sus planes. Fue una idea loca y acelerada. Fuimos en mayo de este año y nos preguntamos: ¿esta es una señal?, recuerda Rodríguez. En apenas cuatro meses, levantaron su segundo proyecto, el cual tuvo una inversión de más de US$ 90.000. Y para 2024 proyectan una facturación de más de US$ 600.000 entre los dos locales.
Black Rabbit, en Cuenca, está ubicado en el centro histórico, a pocas cuadras del Parque Calderón, en el segundo piso de una casa patrimonial. A la inauguración llegaron más de 130 personas. No lo esperábamos, no habíamos hecho mucho publicidad. Fue emocionante. Cuenca es una ciudad maravillosa y estamos agradecidos comenta Ordóñez y añade que Quito trabajan siete personas, desde el primer día hasta la fecha, mientras que en Cuenca son ocho colaboradores. (I)