Europa es hoy, a las puertas del verano más profundo, una gigantesca celebración en las calles. Se celebra el calor después de la pandemia, se celebra el estar vivo mientras se desarrolla una guerra, se celebra la llegada, para muchos, de las vacaciones. Y se celebra a cuenta de lo malo por venir, porque la mayoría es consciente de que la alegría de estas semanas es solo el prólogo de los días grises y fríos, de un otoño e invierno en el que se notará con más fuerza aún el descalabro económico, político y social que está generando la invasión de Rusia a Ucrania.
"Pasamos la pandemia y ahora vienen los efectos de la guerra. Sé que todo está carísimo, pero yo gasto ahora, yo vivo hoy", dijo a Forbes Argentina Gianluca Larghi, uno de los muchos italianos que llenó de turistas las playas de España, uno de los países más beneficiados por las ansias de viaje y libertad de los europeos.
El panorama de las últimas semanas es impactante: la gente en las calles comiendo, bebiendo y celebrando, los aeropuertos llenos, los precios de los vuelos y hoteles disparatadamente elevados, aunque sin asientos ni habitaciones disponibles, los festivales de música con asistencia y recaudación récord.
El ambiente es lúdico, casi despreocupado, por momentos dionisíaco. Aunque todos sepan lo que está pasando y lo que puede pasar.
La primavera y el verano incluyeron huelgas en aerolíneas y personal de aeropuertos, además de un problema que se acentuó tras la pandemia: la fuerza laboral no alcanza. En determinadas actividades hay más trabajos que interesados en trabajar. Es por eso que varios países europeos están abriendo sus mercados laborales a naciones de fuera de la Unión. Sin el aporte de los "extracomunitarios", a los que tantas trabas se les suele poner, la economía corre el riesgo de colapsar.
En España llaman la atención las sandías de 15 euros y los melones a valores absurdos. La inflación, que se acerca a los tres dígitos (anuales) vuelve como un mal que se había olvidado, mientras la Unión Europea (UE) ya acordó ahorros de gas que llegarán hasta un 15 por ciento en previsión de lo que todos saben que sucederá: Vladimir Putin estrangulando, con mayor o menor fuerza, los envíos de gas a la Europa invernal.
El equilibrio entre el apoyo a Ucrania, el cuidado de sus propios ciudadanos y la necesidad de evitar una hambruna mundial a gran escala es complejo para Europa. La expone a críticas como la que recientemente publicó el diario italiano "Corriere della Sera", que aseguró que el "chantaje" de Putin está funcionado y doblegando al viejo continente.
"Hace diez días el director general de la compañía de gas ucraniana Naftogaz, Yuriy Vitrenko, criticó con dureza la decisión de Alemania de 'suspender' las sanciones para poder entregar una turbina a Gazprom. En Berlín, se temía que Moscú cortara el suministro de gas a la Unión Europea y, para evitar la amenaza, prefirieron socavar la credibilidad de las sanciones. 'Vladimir Putin ahora sabe que el chantaje funciona, así que podemos esperar más chantajes', aseguró Vitrenko".
"Y Vitrenko parece haber acertado tras las decisiones de los últimos días. El acuerdo sobre la reapertura de los puertos ucranianos para permitir la exportación de 20 millones de toneladas de grano es fruto de un acuerdo que levanta algunas sanciones financieras y permite a Rusia vender grano y fertilizantes al resto del mundo con más facilidad".
Alemania está planificando el otoño/invierno (que allí es especialmente duro) al detalle. Teletrabajo, piscinas cerradas (las piscinas son esenciales en la actividad física de los germanos) y un calendario al detalle en los centros escolares para evitar gastos inútiles de energía como los que comenta a Forbes Argentina Oliver, un profesor de escuela secundaria en Düsseldorf.
"Desde la pandemia tenemos la orden de abrir todas las ventanas de las aulas cuatro veces por hora y cinco minutos en cada ocasión. Eso, en invierno, implica congelar el aula, a los alumnos y profesores. ¿Tiene sentido hoy".
"Para Rusia, contemplar cómo la poderosa Europa se siente fragilizada por tener que poner el aire acondicionado a 25 grados o la calefacción a 19 debe ser una causa de enorme orgullo nacional. Y de risotada", señaló recientemente Berna González Harbour en una columna en "El País".
Mercado Rosa, chic y sin estereotipos
"Que el castigo de las sanciones aparezca como unas cosquillas a su economía mientras ellos ven temblar el continente europeo mientras juegan con la llave del gas debe ser la mejor serie de la temporada en su televisión. Mejor no les regalemos el espectáculo de nuestra división", añadió.
En "El Mundo", la columnista Silvia Román cree que esa división es un hecho, al tiempo que destaca los peligros que entraña la renuncia de Mario Draghi, hasta ahora primer ministro de Italia.
"Semana tras semanas, se aproxima el invierno del descontento, con Alemania, la locomotora europea, a merced del chantaje energético que le quiera hacer el oso ruso. 'Todo es posible. Todo puede ocurrir', asegura el vicecanciller y ministro de Economía alemán, el verde Robert Habeck, cada vez que le preguntan sobre el espinoso tema. Y en verdad que puede acontecer de todo, una gran pesadilla centroeuropea de cuyos coletazos no podremos escapar: cierre de fábricas, huelgas, inflación...".
"Europa puede verse atrapada en una espiral de crisis, que se prolongaría varios años. Cuando se pide solidaridad con los países que se verán afectados por la escasez de gas ruso, y uno de ellos es Alemania, a algunos países del sur se les dibuja una sonrisa burlona, recordando la reciente crisis económica o del euro, cuando la República Federal germana (encarnada más en la figura del ex ministro de Finanzas Wolfgang Schäuble que en la propia canciller Angela Merkel) no pestañeó a la hora de poner orden en las cuentas de países como Grecia. Así lo siguen recordando los ciudadanos de a pie helenos y muchos altos cargos actuales: los hombres de negro, las directrices implacables desde Berlín... ¿Por qué ahora piden a los demás solidaridad?".
Pero por ahora la solidaridad se sostiene, no hay ruptura (¿aún?) al interior de Europa. La invasión a Ucrania tuvo para el viejo continente un beneficio con el que no se contaba hace menos de un año: reforzó la conciencia de sí misma, la fe en sus capacidades, en la necesidad de tener un músculo militar más poderoso. Y aceleró el proceso de independencia energética de Rusia, que ahora se encara a toda velocidad tras años de extraña desidia, en especial por parte de Alemania.
Hasta que esa independencia energética llegué, habrá momentos que serán duros, o muy duros. Los europeos, despreocupados hoy en las playas, montañas y mesas al aire libre en las ciudades, lo saben. Prefieren ser felices por unas semanas más, aunque el euro valga hoy ya algo menos que el dólar, aunque el invierno se presente mucho más desagradable y peligroso de lo que debía ser.