Geoconda Flores y Germán Galeano se conocieron cuando ella tenía 13 años y él 16. Es una historia de aquellas en donde la complicidad es el punto de partida para un inolvidable amor de colegio que perduró en el tiempo y que derivó en un negocio del mundo gastronómico.
Ambos son marketeros de corazón. Flores nació en Ibarra y, entre idas y venidas, decidió establecerse en Quito para estudiar y trabajar. Desde muy joven formó parte de una empresa de telecomunicaciones, donde llegó a ser Gerenta de Marketing.
Por su parte, Galeano se afianzó en el sector financiero y logró ocupar el mismo cargo de su esposa en un banco de la ciudad. Estaban viviendo la mejor etapa profesional de sus vidas, lo habían logrado todo pero había un “bichito” que les decía que tenían que hacer algo más.
Con la llegada de sus hijos, se propusieron objetivos mucho más retadores con la idea de dejarles un legado y un futuro económico más estable. En 2021, renunciaron a sus trabajos y dieron un paso al costado para dedicarse a su familia y comenzar desde cero. “Le dije a mi esposo que si íbamos a emprender, teníamos que hacerlo bien, con mucha asesoría, sobre todo en donde no éramos especialistas. Debíamos tener un plan muy bien estructurado”.
Entonces apostaron por un negocio gastronómico al que llamaron Tree House. Nació en la pandemia y de una cafetería evolucionó a un restaurante de alta cocina internacional, especializado en la parrilla.
El lugar nos traslada a lo fresco de un bosque. Una infraestructura imponente y contemporánea se esconde detrás de grandes árboles y plantas que generan paz, calma y relax, sensaciones que, según Galeano, hacen que la comida tenga un mejor sabor. “Aquí se puede escuchar hasta el sonido de los pájaros y lo que queremos como dueños es que las familias se sientan como en casa”.
El restaurante fue idealizado con el objetivo de que todas las familias puedan visitarlo. “Y me refiero a familias con o sin hijos, con abuelos, o solo parejas, e incluso jóvenes, todos pueden venir y experimentar lo que hemos preparado”, añade Flores.
Por ello, el restaurante tiene shows en vivo y también un DJ para sus dos ambientes que casi alcanzan 3.000 metros cuadrados de construcción. Además, ahora cuenta con un espacio para jugar mini golf. Hasta la fecha las inversiones superan el millón de dólares. La carta es variada, desde una sopa mexicana hasta un pulpo asado, entre otras especialidades.
Esta pareja de empresarios genera empleo directo para 35 personas y quienes trabajan en el customer service se encargan de que cada cliente sepa de qué se trata el plato que comerá. Y, cómo se dice por ahí, la comida entra por los ojos, por lo que la minuciosa decoración de sus platos y el menaje del establecimiento se cuidan al detalle.
Flores y Galeano nunca dudaron del éxito de su negocio. En su primer año facturaba entre US$ 50.000 y 60.000, mensualmente. Este año proyecta cerrar con una facturación cercana al millón de dólares.
Este es el negocio de su vida y su tesoro más preciado. Por eso aseguran que: “cuando uno cree en la capacidad y se entrega todo con amor y pasión, las cosas se dan. Hay veces que hay que arriesgar y perder el miedo para empezar de nuevo”. (I)