Miguel Sánchez y Jonathan Chamba se conocieron durante sus estudios en la Escuela Superior Politécnica de Chimborazo (ESPOCH). Jonathan, oriundo de Loja, y Miguel, de Ambato, se cruzaron en el camino académico donde comparten una pasión en común: la robótica. Esto los ha llevado a participar en competencias nacionales e internacionales. Así han construido una amistad que se ha mantenido a lo largo de los años y que ha sido fundamental en sus éxitos. Hoy, los dos son docentes, pero también se han consolidado como mentores dentro del mundo de la robótica para futuras generaciones.
El Robot Challenge es una de las competencias de robótica más prestigiosas a nivel mundial y participar en ella no es una tarea fácil. Jonathan y Miguel relatan que habían participado en diferentes competencias a nivel internacional como preparación para esta contienda. Su gusto por la robótica, junto al honor de representar a su país, fueron los principales catalizadores que llevaron a Sanchez y Chamba a embarcarse en este desafío.
La construcción del robot Mini Gouki para la categoría Mini Sumo, la cual llevó al equipo a la victoria, no fue un proceso sencillo. La construcción tomó alrededor de dos años. Primero, se empezó con el diseño mecánico del robot. La atención al detalle fue clave en este paso ya que los participantes tienen que ajustarse a parámetros estrictos de dimensión y peso.
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En esta categoría, las dimensiones permitidas para el robot eran de 10x10 cm, con un peso máximo de 500 gramos. El siguiente paso fue la programación. Aquí es donde el equipo destacó. Los docentes mencionan que, aunque hay muchos robots con tecnologías parecidas, este se destacó por su capacidad superior en la creación de algoritmos y estrategias de búsqueda optimizadas, utilizando sensores con altos índices de precisión. Para asegurar la eficacia del robot en la competencia, fue sometido a una serie de pruebas rigurosas, permitiendo al equipo realizar constantes mejoras al diseño.
Uno de los mayores desafíos que enfrentaron Jonathan y Miguel fue adaptarse a los reglamentos variables de las diferentes competencias. Cada torneo cuenta con sus propias reglas, eso significa que cada robot debe estar programado de manera diferente y elimina cualquier posibilidad de reciclaje entre competencias. Los docentes cuentan que afortunadamente en China, el challenge fue más fácil en este sentido, ya que los robots siempre comenzaban enfrentados uno contra el otro.
Según los entrevistados, el oro en esta competencia simboliza mucho para Ecuador, ya que los recursos para el desarrollo tecnológico son limitados en comparación con otras economías como: Singapur, Suecia o Estados Unidos.
Este triunfo demuestra en dónde se encuentra tecnológicamente el país. Además, permite concretar alianzas con instituciones de diferentes lugares. La victoria, por sí sola, ha generado interés en establecer convenios con universidades en el extranjero que podrían potenciar la robótica en Ecuador para futuras generaciones.
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Miguel y Jonathan estiman que gastaron aproximadamente US$ 1.500 en el desarrollo de su prototipo. Asimismo, comentan que recibieron una compensación económica por ganar la competencia, pero que el reconocimiento y el prestigio que obtuvieron son invaluables.
Estos soñadores aspiran a seguir liderando la expansión de la robótica en nuestro territorio. Y están convencidos que es importante establecer lazos de fraternidad con universidades de todo el mundo. La construcción de un robot y la participación en estos torneos a nivel mundial es un proceso que involucra múltiples disciplinas. Finalmente, Miguel comparte una cita que resonó en su mente durante la competencia: un ganador no es más que un perdedor que jamás se rindió. (I)