A los siete años, el mundo de colores y fantasía en el que vivía Daniela Fernández se vino abajo. Su madre, Martha Fernández, perdió su empresa de exportación de flores. Un cliente ruso no le pagó un embarque importante de rosas. Eso significó perder toda la fuente de ingresos en casa. Mi padre nunca ha estado presente en mi vida, literalmente nos quedamos sin nada, no teníamos ni para comer.
Corría el año 2001, su madre, desesperada, se fue a Chicago, EE.UU., por recomendación de una amiga. Llegó a ciegas, sin idioma y sin papeles. Trabajó como mesera en restaurantes y en las mañanas repartía periódicos. Daniela se quedó un año con su abuela, y luego de ese tiempo la embarcaron en un vuelo con pasaje solo de ida. Recuerda que el peor shock fue ver desde el avión el aeropuerto O'Hare de Chicago.
Todo era cemento, no había nada de naturaleza, no veía montañas, lloré desconsolada. Yo estaba acostumbrada a tener mi propio dormitorio y jardín. Mi mamá vivía en una suite diminuta. Yo no hablaba inglés, en el colegio se reían de mí, no me tomaban en cuenta para ninguna actividad. Fue una época muy dura.
Nació en Quito hace 29 años, su infancia estuvo anclada al mar y a la naturaleza, porque en vacaciones viajaba con su mamá y su abuela a la playa de Atacames, en Esmeraldas, donde jugaba con el agua y la arena, o a Mindo, al noroccidente de Quito, donde caminaba por horas en los bosques nublados. Estas experiencias la marcaron de por vida.
Mirando hacia atrás, se admira de todo lo que pasó y de lo que ha sido capaz. Cuando tenía 11 años, un documental del exvicepresidente estadounidense Al Gore, An inconvenient truth (Una verdad incómoda), la impactó.
Renté la película pensando que era para niños, porque en la portada del DVD había un pingüino, mi animal favorito, pero me encontré con una realidad horrorosa; las lágrimas corrieron por mis ojos, pensé que mi generación estaba enferma de muerte. Ese momento me dije a mí misma, voy a hacer lo que esté en mis manos para cambiar este panorama. Cuidar el ambiente es mi misión. No sabía cómo ni cuándo, atrás quedó mi deseo de ser veterinaria.
Con esta decisión en firme, Fernández empezó a interesarse por todas las clases relacionadas con el medio ambiente. Recuerda que cuando tenía 15 años se empeñó en poner paneles solares en su colegio Alinkon Park High School. Necesitaba levantar US$ 15.000, y se le ocurrió armar un programa de talentos y cobrar las entradas para los shows que inventó. Un año después, este sueño se volvió realidad. El siguiente paso fue involucrarse en el club de debate Junior Statement of America. En este punto estaba decidida a estudiar política y relaciones internacionales. Ella pensaba que su camino era ser senadora para tramitar leyes a favor del planeta. En 2008 se graduó del colegio con honores. Aquí empezó un nuevo drama. Por no contar con papeles no podía postularse ni obtener becas en las mejores universidades del país. Este tropiezo no la frenó, todo lo contrario, consiguió una pasantía pagada en Chicago Scholars Foundation, una organización sin fines de lucro que ayuda a personas de bajos recursos a obtener financiamiento para sus estudios. Así consiguió ingresar a Elmers College. Trabajaba en el día y estudiaba en la noche. La luz al final del túnel se prendió en 2013, cuando por fin obtuvo sus papeles de residencia. Había llegado el momento de despegar.
Se postuló a Georgetown University, en Washington DC, y obtuvo una beca completa para estudiar Ciencias Políticas y Economía. En su primer año creó Sustainable Ocean Alliance (SOA), una iniciativa que buscaba adherir jóvenes a su objetivo de salvar el planeta. Las palabras de un profesor sobre ver más allá de los límites la impulsaron a tocar miles de puertas. Fue muy duro al principio, porque nadie creía en mí, pensaban que tenía ideas muy grandes, pero nunca me di por vencida. Daniela sabía que los planetas se alinearían a su favor, aunque no sabía qué pasaría.
Un día, en 2014, recibí una carta del departamento de becas invitándome a asistir a una reunión en Nueva York en la Organización de Naciones Unidas (ONU) sobre los océanos y el planeta. Era la única joven. En el encuentro participaban presidentes y embajadores. Todo se hablaba a puerta cerrada, sin ninguna retroalimentación ni plan de acción. Salí desilusionada, pero con más empuje para seguir. En el tren de regreso a Washington se le prendió una luz: SOA sería la plataforma que una a los jóvenes con el poder para así llegar a las autoridades y juntos encontrar soluciones. En sus cuatro años de estudio fue perfeccionando su proyecto.
Un hecho marcó el inicio del éxito. En abril de 2015 organizó la conferencia Sustainable Ocean Summit con la participación de 500 estudiantes de distintas universidades de EE.UU. Yo soñaba en grande, nada me detenía. Conseguí reunirme con el secretario de Estado de ese entonces, John Kerry, y le propuse transmitir la conferencia en embajadas estadounidenses en otros países. Conseguimos 30 países. Desde ahí nos volvimos copatrocinadores de estos eventos. En 2017 SOA funcionaba en cinco países y 30 capítulos.
Carismática, workaholic y perseverante. Al graduarse con honores, se le presentaron muy buenas ofertas de trabajo, en Wall Street, Goldman Sachs, McKinsey y otras firmas consultoras. Sus mentores y profesores le aconsejaban que tomara un trabajo seguro, que le ofreciera tranquilidad y estabilidad económica. Respondió con un rotundo no a todas las propuestas. Cuando estaba a punto de botar la toalla, viajó a San Francisco para reunirse con el vicepresidente de Wells Fargo. Estaba a punto de pedirle trabajo, cuando él me dijo que me daba US$ 11.000 si yo conseguía otras seis personas que me dieran lo mismo. Era un nuevo reto y no estaba dispuesta a fracasar, en agosto de 2017 conseguí US$ 77.000. Una parte lo utilicé para llevar jóvenes a la conferencia en Malta, Our Ocean, enfocada en las áreas marinas protegidas. Fernández era una de las ponentes, en su discurso anunció la creación de un acelerador de soluciones oceánicas, a través del cual se entregan fondos a empresas innovadoras que buscan abordar problemas de sostenibilidad por medio de tecnología.
SOA se ha convertido en la red de jóvenes líderes del océano más grande del mundo y lo consiguió antes de cumplir los 26 años. En 2019 esta ecuatoriana fue reconocida por la revista Forbes como un 30 under 30, de los 30 emprendedores menores de 30 años más exitosos del mundo. También fue nombrada una de las mujeres del año por Glamour Magazine, recibió el premio Christopher Bencheley Youth Award, Bustle's Upstart y es catalogada como top 5 de Azula's Top Ocean Heroes. En 2020 recibió el premio mundial al joven empresario otorgado por One Young World, que es definida como la versión juvenil del Foro Económico Mundial. Este reconocimiento está dirigido a los emprendedores más destacados del mundo.
Esta escalera de éxito no ha sido una casualidad, ha requerido de un infinito y duro trabajo para conseguir y transformar ideas brillantes en empresas generadoras de ingresos que puedan escalar y tener un impacto positivo en la salud y la sostenibilidad del planeta y el océano. Proyectos que creen materiales que sustituyan el plástico, que generen energía limpia y reforesten el fondo marino. Por ejemplo, sorbetes de algas marinas o desechos de cáscara de camarón en lugar de espuma flex. Hoy sus dos programas cuentan con más de 7.000 líderes jóvenes en 165 países, 45 empresas emergentes aceleradas y 280 mentores. Para ella el mensaje importante es que todos pueden ayudar al cambio.
Hasta el momento ha logrado levantar US$ 40 millones, la meta es conseguir US$ 100 millones en los próximos tres años. Muchas veces esta joven emprendedora se dio contra el planeta; todavía tiene cicatrices. Estas caídas se convirtieron en lecciones, en enseñanzas para nunca darse por vencida. Para ella, si pones pasión en lo que haces con honestidad e integridad las oportunidades llegan. Esta ciudadana del mundo tiene el acelerador puesto, no descansa. Un día está en Reino Unido, Francia, Grecia; tres días después en México, Colombia, y ocho días después en Ecuador. Aquí se reunió con el presidente Guillermo Lasso y le comprometió a firmar contra la explotación de minería en los océanos. En Ecuador SOA tiene cinco capítulos: Guayas, Galápagos, Santa Elena, Manabí y Quito. Cuenta con unos 35 líderes y 200 jóvenes.
Los últimos ocho meses de su vida ha pasado en un avión. Estamos intentando frenar la minería submarina en aguas abiertas internacionales. Es una campaña muy fuerte para conseguir una pausa moratoria de 10 años. Debemos tomar conciencia de que en el subsuelo del mar hay metano frizado. Este riesgo es equivalente a botar una bomba atómica. El océano es el único aliado que nos protege del cambio climático. No podemos pasar el 1,5% Celsius de calentamiento, porque cuando lleguemos al 2% el 99% de los corales del mundo morirían.
Este año se está desarrollando una nueva tecnología llamada wave energy, que consiste en aprovechar el constante movimiento del mar para producir energía eléctrica y disminuir el uso de combustibles fósiles.
Con su empuje y tenacidad logró no solo poner al océano en el mapa de las discusiones, sino que ahora existen unas 15 aceleradoras enfocadas en el mismo objetivo, que es salvar al océano. Daniela Fernández se ha multiplicado por los mares.
Sin duda esta joven mira más allá del momento. Conversar con ella fue una experiencia maravillosa y nos envuelve en su lucha incansable de limpiar los océanos para las futuras generaciones. Con tristeza concluye que el Ecuador tiene todo para ser una superpotencia, porque tiene la biodiversidad más grande del mundo. El problema es la falta de interés, dedicación y conocimiento. Me voy decepcionada. (I)