Sus mandamientos para caminar hacia el éxito son 11. A cada uno de los ejecutivos que trabaja en el 'holding' que lidera, le entrega una pequeña cartola donde se describen estos mandamientos. Permanentemente, les toma la lección. Estos consejos para la eficacia los apuntó a mano, durante la conferencia de John Brennan por la clausura del programa de capacitación en la que participó, en la Universidad de Harvard, EE.UU.
“Al comenzar su conferencia dijo 'estoy seguro que quieren saber cuáles son las claves del éxito'. ¡Por supuesto!, dijimos. Las comenzó a enumerar y yo inmediatamente saqué un papel para apuntarlas. Cuando regresé al Ecuador hice las tarjetas, las plastifiqué y se las di a los ejecutivos. Les dije 'así vamos a funcionar, de acuerdo con esta tarjeta'. Les tomaba la lección cada vez que aparecían (risas). Y ahora, cuando me dicen que qué hacemos con algún problema, les digo que revisen la tarjeta, que ahí está la respuesta, que la lleven siempre consigo”.
Cada mañana, religiosamente, empieza su jornada orando, en un rinconcito que habilitó en su casa, y ejercitándose. Desde su oficina, en el 'penthouse' de uno de los edificios de propiedad del Consorcio Nobis, en la zona financiera de Guayaquil, Isabel Noboa Pontón, puede observar las demás construcciones del grupo que la rodean, como si se tratara de un lienzo que le recuerda cada instante lo levantado a fuerza de trabajo. “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”, exclama, mientras abre y comparte el cofre de sus sentimientos.
Mirando hacia atrás, ¿cambiaría algo de lo que fue su caminar?
No me arrepiento de lo que he hecho, porque creo que ha sido parte de mi camino. Por supuesto, en ese camino ha habido risas y lágrimas, como todo camino. Y hubo decisiones que tuve que tomar, obligada por las circunstancias. Como hacerme cargo de las empresas familiares, porque hasta ese momento yo había sido empresaria social. Había empezado a los 26 años, creando dos organizaciones: la Fundación para la Adopción de Nuestros Niños y la Fundación Semillas de Amor, contra la droga y el alcohol. Y luego me tocó asumir la dirección de empresas con fines de lucro. Pero, creo que todo fue parte de un camino, porque estoy convencida de lo que dice la canción, 'caminante no hay camino, se hace camino al andar, son tus huellas el camino?'. La vida le va a uno preparando para lo que tenga que hacer y para asumir ciertas responsabilidades. Si volviera a vivir, de pronto trataría de buscar mucha estabilidad matrimonial, con todos mis hijos.
¿Cuál fue el costo de ser empresaria?
Creo que un pequeño costo en el sentido de que sacrifiqué tiempo con mi familia, a pesar de que mis hijos ya estaban grandes. Mi hija menor tenía 14 años, cuando tuve que asumir las empresas y los otros dos ya se habían casado. Pero más bien fue el costo de ser mujer, porque en la época que asumí las empresas prácticamente no
había mujeres gerenciando empresas ni siendo presidentas o vicepresidentas de directorios. Eso ha cambiado en los últimos 25 años.
¿Cuánto miedo sintió al asumir las empresas, cómo fue su primer día de trabajo, se preguntó: y ahora qué hago?
Estaba muy preocupada. Iba a asumir empresas que no conocía. A uno de mis socios en el Mall del Sol le pedí que me aconseje, que iba a entrar en este mundo empresarial con fines de lucro y donde no sabía ni siquiera lo que había allí. Me dijo 'tráete a McKinsey para que te haga una evaluación de cómo están las empresas'. Mientras tanto, me fui a capacitar. Fue un desafío, siempre es un desafío, pero me gusta. Lo trato de enfrentar y buscar qué solución le voy a dar. Cuando asumí, la gente no me dio una gran bienvenida, por ser mujer. Yo diría que hasta el empleado del Mall del Sol barría deprimido, porque pensaba 'ya nos fregamos, una mujer va a asumir el Mall,
seguro que nos vamos a la quiebra' (risas). Efectivamente, no había tenido una trayectoria empresarial de este tipo, mi experiencia era más bien en empresas sociales. Entonces, al darme cuenta del reto que tenía por delante y para mitigar esos temores que tenía la gente, me fui a la Universidad de Harvard. Allí estuve seis meses en inmersión total, tomando una gerencia avanzada con los mejores profesores. Esta capacitación, más el ejemplo de liderazgo de mi padre, fueron claves para mi carrera.
El plus de tener un padre que hizo una fortuna?
O sea, un plus en el sentido de que era un ejemplo a seguir para mí. Escribí el libro sobre mi padre que se llama “Perfil de un triunfador”, porque admiro sus principios, valores y el interés por el país, que fue tan grande que llegó a tener más de 100.000 empleados. Aunque en otras partes del mundo le daban gratis los terrenos para que sembrara allí banano, siempre dijo no, porque el país lo necesitaba. Él era una persona a quien admiré por su humildad, jamás menospreció a nadie, todo el tiempo le dio valor a las personas que trabajaron para él y las de humilde condición. Le interesaba mucho la gente, era una persona de un liderazgo sumamente matemático. En su época no había calculadoras y cuando luego salieron, nunca las usó porque él podía multiplicar y dividir con decimales en su cabeza. Siempre fue muy bueno para eso y para los negocios, un negociante nato, como le decía León Febres Cordero.
¿Fue más fácil administrar algo que ya estaba hecho, a diferencia de empezar de cero?
No fue nada fácil. Mi papá me había dejado el negocio bananero, pero yo quería que mis hermanos -somos seis- estuvieran también contentos y de que hubiera igualdad para todos. Y no es que mi papá no hubiera considerado esa igualdad, sino que nos puso a cada uno en distintos negocios y compensaba a los que no ponía en el banano con otras cosas. Finalmente, me salí del grupo bananero y me enfoqué en lo que me dejó mi papá. En el Mall del Sol tenía el 60%, pero era un centro comercial que recién se había inaugurado (1997) y no es que todo el mundo
va, hay que ir buscando concesionarios. Realmente fue un reto. En la Azucarera Valdez tenía un 50%, pero dije no, quiero 51%. La empresa estaba muy endeudada. Encima más, a los dos años de asumir vino la crisis financiera. Eso fue terrible para mí. Pero creo que las lecciones aprendidas, con mi papá y en Harvard, me hizo forjar un carácter de asumir retos siempre y buscar cómo salir adelante. Valoré como nunca la importancia del trabajo en equipo, por eso comparto con mis ejecutivos las tarjetas con los consejos para la eficacia.
¿Cuál era el castigo para quien no sabía la lección de los 11 mandamientos?
Sabían que tenían que venir a trabajar con la tarjeta. Si no lo hacían, les decía que a la próxima no podían fallar. No podemos continuar con lo que antes hacíamos. El mundo ha cambiado y debemos ir con el cambio, hay que estar en la superficie de la ola, porque sino, nos arrastra.
Siendo la empresaria más poderosa del país, ¿nunca se le cruzó por la cabeza terciar para la Presidencia de la República?
En primer lugar, no me siento la mujer más poderosa, ni jamás me he sentido. Pero sí me siento una mujer que ama a su país y que trata de hacer todo lo posible para su cambio y desarrollo. Por eso, siempre he estado cerca de los presidentes que han pasado, no porque haya comulgado con sus políticas, sino sencillamente porque ellos son los que pueden ayudar a este cambio.
Pero, ¿nunca quiso ser Presidenta?
No. Me llamaron muchas veces, para eso o para ser candidata a la Vicepresidencia, pero es algo que no me ha atraído por varias razones: primero, porque quiero supervisar las empresas que tengo; segundo, porque quiero seguir dedicándome a mi familia; y tercero porque me da mucho miedo la corrupción. Este país, desgraciadamente, está lleno de corruptos. Entonces, si yo llegara a cualquier cargo, los corruptos me harán ver como si yo también fuera corrupta (risas). Porque a lo mejor están cerca mío, pero no me he dado cuenta de la corrupción que han hecho. Entonces, prefiero no mezclarme con ellos.
Si los capaces no mueven sus brazos, ¿cómo se cambia el país?
Por supuesto que estoy dispuesto a apoyarlos, pero no a ser parte. ¿Cómo estoy aportando al desarrollo? Hace dos años arrancamos con una iniciativa que se llama “Unidos por la Educación”, porque pienso que es la vía transformadora para un país. Quiero igualdad de oportunidades para quienes no la tienen. Nos enfocamos en la educación pública, haciendo escuelas, capacitando a profesores, mejorando la calidad de educación, en principios y valores, en inglés en pensamiento crítico? Aplicamos el sistema Montessori, de manera coordinada con el Ministerio de Educación. El empresariado de todo el país está apoyando para hacer estas escuelas, en las zonas donde se ubican las industrias. Nosotros, por ejemplo, con el ingenio azucarero atendemos las escuelas públicas de Milagro y nos extenderemos a Bucay. Tenemos una respuesta muy buena del empresariado para hacer esta labor social a la que tienen derecho nuestros hermanos. En este año (2021), esperamos estar en 150 escuelas.
Detrás de la imagen personal sonriente y dulce, ¿cómo es su carácter de ejecutiva?
Cuando recién empecé a manejar las empresas y a medida que me iba capacitando y sabía lo que tenía, empecé a hacer preguntas. Y recuerdo a un ejecutivo que me decía: “Usted no confía en mí, usted me está haciendo muchas preguntas porque parece que no confía en mí”. Delante de todo el Directorio le dije: “Yo soy aquí la accionista mayoritaria, tengo todo el derecho de preguntar y lo voy a seguir haciendo”. Nunca más volvió a hacerlo. También recuerdo cuando puse una persona de Harvard a manejar el Ingenio azucarero y fue un desastre. Tal vez no por su capacitación, tal vez por sus propios problemas personales. Le advertí: “mira, si no mejoras los números que me estás presentando voy a tener que pensar si debes seguir aquí, te voy a dar tres meses para que mejores esos números”. A los tres meses no lo mejoró y con muchísima pena lo cambié. Todos estaban aterrados, no entendían cómo esta mujer había cambiado al gerente más importante en la empresa que más empleados tenía. Debía estar encima de las empresas a que no se nos vayan de las manos.
¿Cuál fue el peor error que cometió? ¿Los cometió? ¿Cómo lo manejó?
No siempre lo hemos hecho perfecto. Una de las cosas que hice y que fue una victoria y una derrota a la vez fue la compra de La Universal. Era una empresa centenaria que cuando cerró pertenecía a más de 800 trabajadores. Había multinacionales que querían adquirirla, pero los trabajadores no se ponían de acuerdo. Mi padre decía: “Más vale una promesa dada que un contrato firmado”. Entonces, cuando me vinieron a ofrecer, lo apliqué. Con mi abogado en ese tiempo, Vladimiro Álvarez, uno a uno, a cada representante de los grupos de trabajadores, fuimos llegando
a un acuerdo y haciéndoles firmar. Claro, Vladimiro me decía que esos papeles no tenían ninguna cabida legal. Le decía que no importa, que quede en su conciencia que han firmado un acuerdo y que luego no han cumplido. Y así lo hicimos con los distintos líderes. Lo logramos, les ofrecíamos fuentes de empleo, un precio que quizá no era el mejor del mundo. Pero que era justo porque después de dos años sin operar la maquinaria ya no nos servía mucho, lo que valía era el nombre. Fue una victoria en ese sentido.
Ahora, la derrota es que yo no sabía cómo manejar La Universal (risas). Pensé que era como cualquier empresa. Puse a un líder empresarial que manejaba Coca-Cola y fue un desastre. Casi me muero, cada vez perdía más. Él gastaba muchísimo en publicidad, pero La Universal, lo que necesitaba era producir caramelos y chocolates. Entonces contraté un peruano. Otro desastre. Puso a La Universal en Perú y cada vez perdía más. Quienes antes querían comprar la empresa se enteraron y venían a ofrecerme poquísimo. Me preguntaba hasta qué punto debía aferrarme, si estoy perdiendo la camisa. Puse a otro ejecutivo que había manejado empresas de dulces y confites, en un momento en que estuve a punto de ceder y venderla a lo que sea con tal de no seguir perdiendo. Este hombre comenzó a mejorar la situación en todo sentido. Al final la vendí para ser accionista de una multinacional que se llama BIA Brands, que además compró Sí Café.
En esta parte de su vida, ¿tiene olfato para elegir a los ejecutivos o aún se equivoca?
El instinto es súper importante, creo mucho en el instinto. Tal vez con la experiencia que he ganado, más o menos puedo ver lo que necesitamos. ¿Cómo elijo un ejecutivo? Primero, por sus principios, valores y profesionalismo. Segundo, que sea positivo. He tenido personas negativas a mi lado y eso es terrible. Tercero, si es posible, una persona que haga ejercicio, porque cuando hay que manejar muchas empresas el estrés es terrible. Y cuarto, que trabaje en equipo, que no piense en “yo hago”, sino en “nosotros hacemos”.
De los productos o empresas que tiene, ¿cuál es su mimada?
Bueno, al comienzo fue La Universal, porque la tuve que cuidar como niña bonita (risas). Pero, la empresa más importante que tenemos es la Fundación, porque es nuestro medio para llegar a los demás y poder, con el beneficio de las empresas, hacer un cambio.
Es una pregunta trillada, pero, en el mundo de los negocios, para usted, ¿cuánto es suerte y cuánto es conocimiento?
Hay de los dos. Pero, el 75% es conocimiento y perseverancia. Además, hay que ser resiliente y adaptable a los cambios, porque no podemos quedarnos estáticos.
Y justamente, en esa apertura a los cambios, ¿cómo está preparando el terreno para la tercera generación?
A nivel familiar, mis hijos participan en todas las reuniones que tenemos sobre las empresas, ellos conocen qué es lo que estamos haciendo. Creo mucho en la juventud, damos muchas oportunidades a estudiantes destacados de las universidades, que tengan buenas aptitudes.
Hay muchos estudios e informes que señalan que las terceras generaciones son muy difíciles para continuar con el negocio familiar. ¿A sus hijos les gusta la idea?
Hoy somos un 'holding'. La idea es que si traemos más inversionistas y gente que conozca, no va a importar que dejemos que manejen las empresas.
Cambiar el chip desde una mentalidad familiar hacia la apertura al capital no es algo que sea fácil para la mayoría de grupos empresariales. ¿Qué le motiva a verlo como opción?
Mi papá fue un ejemplo de cómo poner al Ecuador como el primer país exportador bananero del mundo. Fue el primer exportador privado de banano en el mundo. Esa visión internacional fue sumamente importante para mí. Y luego, mi amor por el país hace que quiera que atraiga inversiones para que haya más empleo, más 'expertise', mayor desarrollo en todo sentido.
Mucha gente piensa que, si fuera Isabel Noboa, con todo lo que ha logrado, ya dejaría de trabajar. ¿Hasta cuándo va a hacerlo usted?
Hasta cuando Dios permita que tenga la facultad de hacerlo. Me encantan los desafíos, me encanta estar encima de las empresas pensando cómo las podemos desarrollar, me encanta tener todas las relaciones posibles, no solo a nivel de gobierno sino también internacionalmente, para atraer al país a personas que puedan ayudar.
¿Cómo se da tiempo para todo?
La verdad es que mi tiempo es oro. Había una persona que fue un ejecutivo muy maravilloso para mí, Pepe Icaza. Él creó el Movimiento Cristiano de Emprendedores. Me decía siempre: “el tiempo es vida, cuando tú das tiempo estás dando una parte de tu vida”. Y eso es verdad. Primero, trato de estar bien físicamente, porque si no lo estoy no puedo hacer nada. Cuido mi comida, hago ejercicio todos los días, entreno a mi cerebro todo el tiempo, me gusta jugar ajedrez y ese tipo de cosas. La familia es sumamente importante; les digo a mis hijos, porque siempre me ven ocupada que, si me llaman, interrumpo lo que sea, pero les contesto. Y me interesa mucho mi país, quiero aportar en todo sentido para su desarrollo.
¿Apaga el celular?
No, pero lo tengo en vibrar y muchas veces ni lo escucho. En esos momentos con mi familia, muy poco contesto el celular.
¿Cómo se lleva con la tecnología?
Trato de aprender cada vez más. Admiro a los bebés que ya saben de tecnología antes de seguir creciendo (risas). Un día le llevé a mi nieto, que tenía nueve meses, a un viaje y le puse en mi falda, saqué el celular y de pronto me enseñó a hacer cosas que yo no sabía, por ejemplo, agrandar la imagen. Los niños nacen con otro chip.
¿Le cuesta hacer algo en lo tecnológico?
Quiero aprender cada vez más. Incluso soy regente de la Universidad San Francisco de Quito y he pedido que me digan qué curso tecnológico puedo seguir para avanzar más en la tecnología.
¿Se toma vacaciones, qué le gusta hacer?
Me encanta viajar.
¿Su sitito favorito?
Voy muchísimo a Miami, porque, además que mis hijas también van mucho, tengo un hijo que vive allá. Pero me fascina Italia, Francia y España. Gracias a mi papá tuve viajes fantásticos, iba con él para vender el banano en China, Japón, India, Nueva Zelanda?
¿Cree que es exitosa, lo ha hecho todo?
Hay mucho por hacer y siempre, hasta el día que me muera, sentiré que tengo que aprender mucho todavía. Claro, dependerá de las facultades que tenga y por eso me cuido físicamente, porque eso me da la fuerza para seguir haciendo cosas.
¿Cómo sueña a un Ecuador perfecto?
Con igualdad de oportunidades. Me encantaría que nadie se quede sin educación, pero con educación de calidad. No se trata de dar el pescado sino de enseñar a pescar. Enseñar a pescar nos ayuda a todos, porque cuando en un momento dado alguien no pueda pescar se le podrá ayudar a hacerlo. (I)