La primera ocasión que visitó una camaronera tenía 8 años. Su abuelo trabajaba administrando piscinas en la isla La Seca, en el golfo de Guayaquil, y aprovechaba los fines de semana para acompañarlo, porque era muy apegada a él. Se adentraban entre los ramales de los manglares para ir a visitar la zona, para revisar los trabajos y pagar al personal. A Yahira Piedrahita le gustaban esas aventuras.
Para mí era toda una experiencia ir a recorrer la camaronera, porque crecí en el campo, al pie del río Vinces. Desde niña me dedicaba a tomar los pececitos pequeños para meterlos al tanque de agua. En esa época no había energía eléctrica ni agua potable en la finca, y, por pedido de mi abuela, los más chicos debíamos llenar los tanques con el agua del río.
Por eso, Yahira Piedrahita dice que tiene más de 40 años vinculada al sector camaronero. Desde hace 11 años es Directora Ejecutiva de la Cámara Nacional de Acuacultura (CNA), el gremio que reúne a toda la cadena de valor de la mayor industria exportadora no petrolera del Ecuador. Se vinculó luego de cinco años de haber estado en la función pública.
Es ingeniera acuícola, graduada de la Escuela Superior Politécnica del Litoral (Espol), con una maestría en Manejo de Recursos Bioacuáticos y un diplomado en Economía Pesquera. Tiene más de 25 años de trayectoria en el sector, ha ocupado cargos como directora general de Acuacultura y del Instituto Nacional de Pesca. Ha trabajado en pesca y acuicultura para el Centro de Promoción de Importaciones de Holanda. En 2015 se unió al proyecto Capacity Building Inititiative for Trade Development in India, y ha participado en la revisión del Manual de buenas prácticas para el cultivo de camarón. En 2016, como consultora de la ONU para el Desarrollo Industrial, realizó el diagnóstico de la industria camaronera en Nicaragua y Colombia. También ha sido parte del equipo que preparó una guía de trazabilidad en pesca y acuicultura de la FAO a escala global. Ese trabajo comenzó en 2020 y el documento se publicó en 2022.
Nació hace 50 años en el cantón Vinces, provincia de Los Ríos, y estudió unos años en una escuela rural unidocente. Hasta que me fui a la ciudad, agarré mi gallina y me vine, en esa época quería estudiar Medicina. Estaba en los últimos años del colegio cuando decidió inscribirse en el preuniversitario de Oceanografía, pensando en las historias de Jacques Cousteau. Pero ahí descubrió Acuacultura en la Espol y supo que eso era lo que quería.
Desde el primer año de universidad hizo prácticas en un laboratorio de larvas de camarón, en segundo año cultivó truchas y en tercero ya estaba trabajando de técnica en una camaronera en la isla Bajén, en el golfo de Guayaquil. Tenía 20 años.
Fue creciendo profesionalmente hasta que se encargó de la Gerencia Técnica. Estuvo viviendo 10 años en la finca, hasta 2000. Pero en 1998 le tocó vivir la peor parte de la historia de la industria camaronera: la crisis de la mancha blanca. Un síndrome patógeno que significó la debacle del sector, causó el 60 % de la caída en las exportaciones y paralizó el 50 % de las piscinas.
Las producciones se fueron abajo, aunque seguí trabajando en la parte productiva. Pero en 2000 me ofrecieron un trabajo para una empresa de alimentos balanceados, entonces salí de la finca y regresé a vivir a la ciudad. Después de 25 años, la industria camaronera ecuatoriana es una potencia, Ecuador se convirtió en el principal exportador del crustáceo a escala global. En 2022 las ventas del país sumaron US$ 6.653 millones, el 60 % de los envíos se van a China. La producción tiene un promedio de crecimiento anual de 15 %, existen 220.000 hectáreas dedicadas al cultivo de camarón y genera 200.000 plazas de empleo.
¿Cómo fue vivir la crisis de la mancha blanca en las camaroneras?
Triste. Porque sembrábamos las postlarvas que llegaban desde los laboratorios y el problema se presentaba más o menos entre las tres semanas y el mes y medio de cultivo, cuando los camaroncitos estaban entre uno o dos gramos. Y lo que sucedió es que de repente una mañana las piscinas amanecieron llenas de gaviotas sobrevolando para comerse los camarones moribundos con la mancha blanca que iban a la superficie de las orillas. La supervivencia era del 2 % o 3 %, en el mejor de los casos, y había que ir sacando lo que se podía o juntar piscinas. Fueron algunos años complicados, demoramos seis años en recuperarnos de la mancha blanca.
La nota completa la puede encontrar en la edición impresa número 15, que circula desde el pasado 9 de diciembre.
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