Ser abogada en Estados Unidos no es fácil y mucho menos para una migrante. María Belén Albuja, quiteña de nacimiento, se demoró 10 años en tener el título en sus manos y, como ella dice: no es una carrera de velocidad, sino de resistencia. La aventura comenzó como una pasantía de tres meses en Denver (Colorado), para una firma de abogados con base en Chicago. La contrataron como paralegal (persona que realiza trámites y forma parte del equipo legal, pero no es abogada), no obstante, básicamente hacía de recepcionista y 'sacaba copias'. Me pagaron una semana de hotel, me dieron una oficina chiquita y fui entrenada por teléfono, desde Chicago. Ese fue su primer acercamiento al derecho migratorio y ahí entendió que tenía que comenzar desde cero, a pesar de tener 33 años.
Albuja estudió derecho en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE), realizó su primera maestría en la Universidad de Nottingham, en Inglaterra, y una segunda en la Universidad de Denver (EE. UU.), pero nada de esto la ayudó a ejercer la profesión en el país del norte. Cuando una es migrante, la humildad es lo principal. Nada del glamur que se ve en redes sociales es real porque la mayoría comienza desde cero.
Y -sin lugar a duda- ella es un ejemplo de este proceso migratorio. Tras los 90 días de pasantías, quiso volver al país, pero se quedó y ya suma 19 años allá. Vivo con el corazón partido, pero los viajes siempre han sido parte de mi ADN. Quería ser la mejor profesional y -a mis 50 años- reflexiono; fueron mis padres quienes me impulsaron a cruzar fronteras para buscar un futuro. Mi papá era militar, nos movíamos de una ciudad a otra y nunca le oí a mi mamá quejarse.
Tuvo que esperar 10 años para ejercer como abogada, ya que no tenía la licencia. Durante ese tiempo trabajó en bufetes, pero no como abogada. Se demoró dos años en ingresar a la facultad, cuatro años en terminar la carrera (estudiaba en las noches) y un año en aprobar la Barra (un examen de 16 horas que define si se puede o no ejercer la profesión). En aquella época, los abogados no hablaban español y buscaban asistentes bilingües. Nunca tuve problemas para encontrar trabajo y así me fui encaminando a la rama del derecho migratorio. Una especialización que iba de acuerdo con su experiencia de vida.
Albuja heredó la pasión por esta profesión de su abuelo César Uribe y de su padre, Jaime Guillermo. Desde pequeña me gustaba el tono de justicia. Quería, en primer lugar, trabajar en Derechos Humanos en Ecuador, pero me di cuenta de que el sistema no era lo que yo pensaba. Ahora, no importa de dónde vienen mis clientes o qué bandera tienen, todos cargamos la misma factura de distancia y el asunto legal es primordial para vivir con cierta igualdad y dignidad. Recuerdo que me preguntaban qué quería hacer cuando terminara la universidad y yo decía 'irme a Australia'. La vida me sacó de mi país, pero hacia otra dirección (dice entre risas). En 2003 se mudó a EE.UU., sin despedirse de nadie, y hoy cuenta con una familia conformada por muchos amigos y dos perros, que son sus mejores compañeros.
Albuja es una mezcla de locura, persistencia y humildad. Se describe como una persona curiosa, que le gusta hablar y conocer nuevas culturas. En estos años fuera de Ecuador sufrió la pérdida de sus padres y una crisis de inestabilidad económica y mental, que la superó creando su propia oficina.
Siempre soñé con ser asociada en una firma de abogados, pero no vine a este país a los 20 años y la edad ya pasa factura. Además, cuando una es migrante no tiene tiempo para deprimirse, solo sigues en busca de la meta. Con tan solo US$ 400, la laptop que usaba en la universidad y la compañía de la perrita de sus papás, abrió Albuja Law, LLC, en Denver, Colorado. Una oficina dedicada a unir familias, solucionar problemas de migración, apoyar las historias de amor internacional, gestionar problemas de asilo... Cuenta con siete colaboradores fijos y cinco contratistas externos. En estos 11 años (un año lo dedicó a dejar todo a punto para cuando obtuviera su licencia), han ayudado a 1.150 familias y han trabajado con los gobiernos de Guatemala y El Salvador. Su tasa de crecimiento anual prepandemia era del 15 % y tras el Covid-19 este porcentaje bajó al 10 %.
Esta abogada, especialista en migración, ha sorteado grandes obstáculos, comenzando por el tiempo y la discriminación. Menos del 5 % de estos profesionales en Estados Unidos son hispanos. Se ha dedicado a luchar contra sí misma, el peor rival. He roto mis propias estructuras mentales y la vida me llevó a aprender a ser jefe y líder sin tener un entrenamiento previo. En este 2022 espero facturar US$ 500.000 y vamos a expandirnos en 2023, contratando cuatro nuevos talentos.
Ha creado amistades duraderas, ya que estos procesos pueden tardar años. Sin embargo, considera que, si la justicia no se logra en tiempos razonables, no es justicia. Con esta premisa, espera (en el futuro) contribuir con la creación de políticas migratorias que amparen a los países de América del Sur, ya que la migración nunca va a terminar. Independientemente de la situación de un país, migrar es parte del ser humano y eso no va a cambiar. (I)