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El proyecto Openventi reunió a profesionales que diseñaron y fabricaron respiradores artificiales para salvar vidas durante la pandemia. Édgar y José Landívar, Vicente Adum, Paúl Estrella y César Jaramillo son algunos nombres para la historia.

26 Abril de 2023 15.49

A Édgar Landívar siempre le había gustado desarmar juguetes y objetos que le llamaban la atención en su casa. Incluso se ganaba los castigos, cuando lo hacía con equipos que no debía, como un televisor o una radio, en ese entonces, entre los años ochenta y noventa. Le atraían la electrónica y la programación, y había estado explorando ambas carreras, hasta que se decidió por estudiar Ingeniería Electrónica, con mención en Telecomunicaciones, en la Escuela Superior Politécnica del Litoral (Espol). “Así que pensé en la electrónica porque era lo que más me apasionaba, porque uno podía crear cosas”, asegura.

Muchos años después, tomó una decisión “que fue un poco arriesgada”, nada comparado con desarmar juguetes. Compró un ventilador de respiración artificial, que un hospital tenía en una bodega, tenía la pantalla trizada, pero eso era lo de menos. Pagó más de US$ 2.000, porque lo necesitaba. La intención era desarmarlo, ver cómo funcionaba y cuáles eran sus componentes. Eran los días más dramáticos del Covid-19 en Ecuador, la gente moría en las calles, las atenciones en los hospitales públicos y privados colapsaban.

En varios países del mundo se estaban usando los diseños del MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts) de un ventilador de bajo costo, que había publicado en 2008. Ese dispositivo se basaba en una bolsa llamada 'ambu', que se usaba en ambulancias, que puede servir en la guerra, en casos de emergencia. “Para nosotros era la manera incorrecta, los respiradores actuales controlan electrónicamente los flujos de forma instantánea, y ese diseño era como un brazo pequeño que presionaba un globo y eso metía aire al pulmón. Mucha gente comenzó así su emprendimiento en pandemia, basado en ese paper, y la mayoría fracasó. Al principio nos dieron palo por no seguir ese modelo, pero nos mantuvimos en que no funcionaban así los ventiladores”, explica Landívar.

“Le dije al hospital 'lo necesito, véndemelo', hizo su agosto con el precio alto, sin embargo, no había más”. Recuerda que tomó el aparato y lo desarmaron en la casa de Vicente Adum, ingeniero mecánico, también graduado en la Espol. “Lo desarmamos para validar lo que estábamos diciendo, cómo funcionaba y controlaba el flujo de aire. Lo que necesitábamos era un blower, que los médicos llamaban turbina, que debía ser lo suficientemente rápida para enviar oxígeno a una persona”. Ese proceso de ingeniería inversa que hicieron con el viejo ventilador fue clave para obtener información y diseñar el respirador Openventi, que salvó vidas durante la pandemia.

Landívar era el director técnico del Proyecto Openventi, una iniciativa sin fines de lucro que comenzó en marzo de 2020. Fue una alternativa para fabricar respiradores artificiales que escaseaban en Ecuador y en otros países del mundo, mientras cientos de personas fallecían por falta de oxígeno. Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), cerca del 20 % de los pacientes con Covid-19 requería oxígeno (uno de cada cinco). Fue una cruzada en la que se sumaron esfuerzos de personas, entidades privadas y públicas. Enfrentó retos desde lo logístico, financiero y burocrático. Sin embargo, fabricaron 200 respiradores, que fue la meta de la primera fase. Se donaron a hospitales públicos de varios cantones y clínicas del país. Incluso se enviaron dos a Perú. 

En mayo de 2022, Landívar, un guayaquileño de 47 años, fue incluido en una publicación de Forbes USA sobre 'Los ingenieros son héroes anónimos de la salud mundial'. La nota señala que cuando se piensa en salud global se menciona a médicos, enfermeras, investigadores y especialistas, pero no a los ingenieros, que son quienes mantienen encendidos y funcionando equipos o dispositivos médicos.

Todo comenzó con un tuit

“Fue un emprendimiento que surgió sin planificar, porque la pandemia llegó sin planificar”, dice en una entrevista el ingeniero electrónico más de dos años después. Su oficina en Puerto Santa Ana, en el centro de Guayaquil, está llena de piezas de equipos por todas partes y filas de cajoneras plásticas con chips. Todo comenzó cuando alguien escribió un tuit, en esos días. Pedía que los ingenieros locales hicieran algo para ayudar a superar la crisis y lo etiquetaron a él, a otros politécnicos y a la rectora de la Espol, Cecilia Paredes. Ese día, ella lo llamó y le preguntó: “Edgarín, ¿no vamos a hacer nada?”. Yo le respondí no, porque no sé hacer respiradores, honestamente. Pero en la noche estuve pensando y decidí llamar a algunas personas para ver si iba a estar solo o había gente que me podía ayudar. Todos dijeron sí, y, entonces, les dije: "hagamos un respirador”.

Entre otros, llamó a Vicente Adum, ingeniero politécnico, gerente de la empresa Metalco, quien se encargó de coordinar la manufactura y componentes mecánicos de Openventi, y a Paúl Estrella, ingeniero industrial, quien estuvo de coordinador general del proyecto. También a su hermano, José Landívar, socio en las empresas que ha fundado, Palo Santo Solutions y Yubox, una plataforma de IoT (Internet de las Cosas), quien vive y trabaja en EE.UU., y a César Jaramillo, un especialista en ciberseguridad y seguridad bancaria, socio de los hermanos Landívar en Yubox, y radicado en EE.UU.

Landívar explica que inicialmente dudó porque el respirador es un aparato extremadamente complejo. Cuando se ve en una película y dicen “vamos a desconectar a fulanito de la máquina”, el aparato que apagan es ese, es el que está respirando por él y, si se apaga, la persona fallece. Pero una vez tomada la decisión se metieron de cabeza. Y el reto más grande al inicio fue conseguir la plata. Estos equipos que están en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) se venden en el mercado por encima de los US$ 30.000 a US$ 50.000.

Ingenieros, médicos, abogados...

Durante el proceso, se sumaron más de 400 profesionales de Ecuador y de otros países, como España, México y Argentina, que querían ayudar. Pero a veces, “muchas manos son difíciles de manejar”. Así que se organizó un equipo base de 10 a 15 profesionales, entre ingenieros eléctricos, mecánicos, industriales, médicos intensivistas y especialistas en respiración mecánica. Otros grupos se encargaron de “golpear puertas” para conseguir fondos, procurement, promoción y lo legal.

Al principio, presentaron el proyecto al entonces ministro de Salud, Juan Carlos Zevallos. Él les dijo que el invento estaba bien pero “no lo iban a necesitar, porque ahí se terminaba el Covid-19 y no habría una segunda ola”. “Golpeamos las puertas del Gobierno y no recibimos apoyo”. Ni siquiera les iban a facilitar los permisos y certificaciones, porque primero había que “hacer pruebas en animales”. Así que recurrieron a la empresa privada. Para el financiamiento, aportaron el fideicomiso Salvar Vidas, la Fundación Privada Ecuatoriana, Tharsa, Grupo Difare, Tarpuq, entre otros. En la parte operativa, tecnología y ejecución, estuvieron las empresas Yubox, Metalco, Opendireito y Plásticos Kosh.

"El Estado nunca confió, pero el Estado fue el mayor consumidor; de los 200 respiradores, aproximadamente 140 fueron para hospitales públicos", recuerda Landívar. Una vez que se conoció que los equipos estaban listos para entregar, tuvieron una lista de solicitudes de Colimes, Alausí, Marcelino Maridueña, Guayaquil, Cuenca, Santa Elena, Manta, Loja...

En el grupo de médicos estaban Armando Mosquera Viggiani, venezolano, consultor clínico para Latinoamérica para Loewenstein Medical en Ventilación Mecánica y Medicina del sueño, y Miguel Chung Sang, médico intensivista de la Clínica Panamericana de Guayaquil. “Creo que a ellos les debo la parte médica, su aporte para crear el respirador fue valioso. La calibración y parte final fue hecha por el Dr. Chung Sang, y él dijo 'este aparato lo necesito y lo voy a conectar a pacientes'; fue el primero, confió 100 % y fue ejemplo para otros médicos. Estuvo de guardia toda la madrugada junto al paciente. Fue pionero y se necesitaba coraje para hacerlo, porque el Gobierno no caminaba”.

La tarjeta de control 

El respirador Openventi tuvo un costo promedio de producción de US$ 800, y se entregó sin costo a hospitales y clínicas. Es un equipo robusto tanto desde el punto de vista mecánico, como electrónico. Utiliza una turbina (blower) de grado médico para la provisión del volumen y presión de aire necesarios, además de sensores médicos especializados. El control electrónico está basado en la tarjeta IoT Yubox Node que desarrolló la empresa Yubox.

“Nuestro trabajo fue ayudar en la tarea logística, en el momento que se decidió hacer el respirador, le pregunté a Édgar cómo comenzar y me dijo que tenía las ideas, tenemos las tarjetas de nuestros equipos y con eso vamos a comenzar a hacer las pruebas y avanzar hasta donde podamos”, recuerda Jaramillo. Édgar Landívar hacía los diseños electrónicos y su hermano José se encargaba de coordinar la manufactura en otros países. Luego tuvieron que sortear “el drama gigantesco'' con Aduanas. “La burocracia local fue muy difícil”.

Jaramillo había conocido en 2019 a Landívar y decidió asociarse en Yubox, que recién estaba despegando. En noviembre de ese año adquirió el 10% de las acciones de la compañía. Incluso en febrero de 2020 la empresa participó en una exposición de IoT en EE.UU. y ganó el premio en Innovación. Así que la idea era comenzar una promoción, pero llegó la pandemia. A mediados de 2022, Yubox aceleró sus proyectos de desarrollo de la industria 4.0, con la instalación de soluciones IoT, para medir parámetros en la agricultura, acuacultura e industrias. Ese año la empresa cerró con una facturación de US$ 1 millón y arrancó este 2023 con su división para atender al sector camaronero. 

Emprendedor

Landívar se autodefine como un "emprendedor serial", es fanático de la música, de la historia y empresario. Está casado y tiene dos hijos. En 1998, luego de graduarse en la ESPOL, se fue como contratista de Hewlett Packard, en California, Estados Unidos.

Un año después fundó Palo Santo Solutions, con su hermano José Landívar, una empresa pionera dedicada a ofrecer soluciones de código abierto. Se inspiró en el movimiento de software libre, que estaba en boga en el mercado estadounidense. En 2000, decidió volver al país porque se preveía el inicio de la crisis de los puntocom. Mientras su hermano vive y trabaja en EE. UU.

Inicialmente había querido crear la compañía en EE. UU., con el nombre de Palo Alto Solutions, pero ya existía. Arrancaron con un capital de US$ 30,000. Eso les ayudó a sobrevivir en el primer año, exploraron nuevos negocios, hicieron clientes, ofreciendo servicios de consultoría, soporte técnico y entrenamiento.

Posteriormente comenzó a crecer la demanda de VoIP (Voz sobre Protocolo de Internet). En 2006, la empresa creó Elastix, considerado uno de los proyectos de código abierto más importantes de Latinoamérica. Llegó a usarse en todo el mundo como solución de comunicaciones unificadas y tenía oficinas en varios países. En 2016, la marca fue vendida a la compañía europea 3CX, aunque no revela la cifra, por temas de confidencialidad.

Además, es un activo impulsor del código abierto y la cultura Maker en Ecuador. Fundó AsiriLabs, el primer FabLab de Guayaquil. Ahí los emprendedores, o cualquier persona que tenga una idea, puede ir a fabricar su producto, cortar materiales por computadora, imprimir en 3D. Funciona desde 2016 en la Espol, que desde 2022 lo opera en comodato.

Innovación social

Édgar Landívar recuerda que les llegó un audio conmovedor. Un señor había conocido del proyecto cuando estaba sano y tuvo la intención de donar, pero no lo hizo. Luego se contagió de Covid-19, entró a UCI y un respirador de Openventi lo salvó. Alguien del equipo comentó: “Salvando una vida, el proyecto está pagado”.

“Normalmente he disfrutado lo que hago. En el caso del respirador, ese disfrute vino después, porque al principio uno sentía la presión social y fue muy estresante. Sentías que la gente se estaba muriendo si no tenía ese aparato, había una presión más allá de lo normal. Cuando uno crea un producto se toma su tiempo para pensar las cosas, se relaja y dice: 'a lo mejor voy por el camino equivocado, me tomo un café para pensarlo mejor'. Acá no, era una situación de no dormir, esa fue la diferencia entre otro producto y Openventi”.

El nombre del programa también fue su idea. Open por código abierto y venti por ventilación. Los planes son publicar los diseños para que cualquiera los pueda fabricar.

¿Hay planes de diseñar otros equipos médicos? Señala que lo ha pensado bastante, porque estos proyectos de innovación social requieren investigación y desarrollo, y normalmente toman algún tiempo en convertirse en algo rentable. Por ahora están explorando hacer una versión comercial de un respirador para que cumpla funciones ambulatorias y tratando de encontrar un punto de encuentro entre equipos médicos y el IoT, para monitorear a los pacientes. (I)

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