Si alguna vez viste una anaconda verde enroscada en las aguas del Amazonas o una pitón reticulada estirada sobre el suelo de un bosque del sudeste asiático, entonces ya conocés a dos de las serpientes vivas más grandes del mundo. Estos gigantes, que superan los 6 metros de largo, ocupan la cima en sus ecosistemas. Sin embargo, un pariente extinto los supera con claridad.
En 2009, científicos hallaron restos fosilizados de una serpiente colosal en la mina de carbón de Cerrejón, al norte de Colombia. El descubrimiento, que parecía sacado de un mito, sacudió a la comunidad científica. La llamaron Titanoboa cerrejonensis, una boa prehistórica que vivió hace entre 58 y 60 millones de años, poco después de la extinción de los dinosaurios. Medía cerca de 13 metros y pesaba más de una tonelada. Hasta hoy, sigue siendo la serpiente más grande que se haya descubierto. Aunque en India apareció otra candidata de tamaño similar, ninguna la superó con certeza. A pesar de su imponente tamaño, lo que más sorprendió a los investigadores fue su estilo de vida y su dieta.
La Titanoboa fue una de las primeras boas conocidas. Su tamaño descomunal estaba directamente vinculado al clima. Las boas pertenecen a una familia de serpientes grandes y musculosas. A diferencia de las especies venenosas, que matan con toxinas, las boas lo hacen por constricción. Se enrollan sobre la presa y la asfixian. Es un método lento, silencioso y muy efectivo.
Forman parte de la familia Boidae, que incluye a la anaconda verde —la serpiente más pesada y la segunda más larga del mundo— y a la boa constrictor, cuyo nombre se volvió sinónimo del grupo. La mayoría de los boidos habitan en zonas tropicales, sobre todo en Sudamérica y el sudeste asiático. Allí, el calor y la humedad les permiten alcanzar tamaños gigantescos. Esto se debe a que su temperatura corporal y metabolismo dependen completamente del calor del ambiente.
Para sostener su tamaño, la Titanoboa necesitaba un clima estable y caluroso, con temperaturas promedio anuales entre 30 y 34 °C. Esa estimación coincide con los modelos climáticos del Paleoceno, que indican que los trópicos eran mucho más cálidos por los altos niveles de dióxido de carbono en la atmósfera.
La Formación Cerrejón, donde apareció la Titanoboa, es el yacimiento fósil más antiguo que se conoce de un bosque tropical neotropical. Junto a sus restos, los científicos encontraron fósiles de tortugas gigantes, reptiles parecidos a cocodrilos y peces de gran tamaño. Todo esto ayuda a reconstruir un ecosistema denso, húmedo y lleno de vida. Por el tipo de fauna y el entorno, los investigadores creen que la Titanoboa vivía como una anaconda moderna: pasaba buena parte del tiempo en el agua. Sin embargo, en un aspecto, rompía con lo esperado.
A principios de la década de 2010, un nuevo hallazgo en la misma mina reveló una pieza clave: partes del cráneo de la Titanoboa. Hasta ese momento, solo se contaba con vértebras, lo que permitía estimar su largo, pero no mucho más. Sin el cráneo, era imposible saber con qué se alimentaba ni cómo se relacionaba con las boas o anacondas actuales. Eso cambió cuando los equipos de campo encontraron fragmentos de la mandíbula superior e inferior, el paladar y la caja craneana. Por primera vez, pudieron reconstruir la cabeza y, con ella, entender mejor su forma de vida.
El cráneo medía cerca de 40 centímetros, lo que sugiere una longitud total de hasta 14 metros, más de lo que se calculaba. Pero más importante que eso fueron las pistas sobre su alimentación. Sus dientes estaban apenas unidos a la mandíbula, una característica que se ve en serpientes modernas que se alimentan de peces. Aunque ninguna boa viva hoy es pescadora habitual, esta sí lo habría sido.
Además, su cráneo mostraba uniones reducidas entre los huesos principales y un ángulo cuadrado poco profundo, señales propias de animales piscívoros. Si se suma esto a su hábitat pantanoso y a la presencia de peces prehistóricos gigantes en la zona, se dibuja un nuevo perfil: el de una serpiente gigante cazadora de peces. Un ejemplar único entre los boidos conocidos.
Una réplica a escala real de esta serpiente monumental, con 1.700 libras de peso (alrededor de 770 kilos), se exhibe en el Museo Nacional Smithsonian de Estados Unidos. Sin una dieta adaptada al entorno acuático, tal vez la Titanoboa no habría existido.
*Con información de Forbes US.