El cura peronista o máximo el cura peronista que está en Roma es como se han referido por escrito al papa Francisco intelectuales y periodistas que se dan de muy liberales, avanzados e integrados a la globalización. Los adjetivos son peores cuando se refieren al papa en conversaciones privadas.
Pero Francisco lo sabe: A veces me sorprende que cada vez que hablo de estos principios algunos se admiran y entonces se ponen a catalogar al papa con una serie de epítetos que se utilizan para reducir cualquier reflexión a meros calificativos peyorativos. No me enoja, me entristece. Es parte de la trama de la post-verdad que busca anular cualquier búsqueda humanista alternativa a la globalización capitalista, es parte de la cultura del descarte y es parte del paradigma tecnocrático, dijo el pasado 16 de octubre en su videomensaje al Encuentro Mundial de los Movimientos Populares.
Sé que a menudo resulto molesto cuando hablo de temas sociales como la pobreza, la migración y la ecología, pero lo voy a seguir haciendo, dijo, porque lo que está en juego no es el papa sino el Evangelio.
"Principios como la opción preferencial por los pobres, el destino universal de los bienes, la solidaridad, la subsidiariedad, la participación y el bien común" son todos valores que aseguran que ese anuncio evangélico se concrete en los planos social y cultural.
El encuentro, el cuarto de este tipo, convocó en Roma a líderes de organizaciones de base, desempleados, campesinos y comunidades indígenas. Estos asistentes y lo que el papa tenga que conversar con ellos pueden resultar y, de hecho, resultan incómodos para algunos. Pero lo que levantó roncha fue su llamamiento, dirigido nueve veces "en nombre de Dios" a los más poderosos de la Tierra. Pidió a los grandes laboratorios, que liberen las patentes y faciliten la vacunación, porque hay países donde solo 3 o 4% de sus habitantes ha sido vacunado. A los grupos financieros que permitan a los países pobres garantizar las necesidades básicas de su gente y condonen esas deudas tantas veces contraídas contra los intereses de esos mismos pueblos. A las grandes corporaciones extractivas, que dejen de destruir la naturaleza. A las grandes corporaciones alimentarias, que terminen el monopolio y la manipulación de precios. A los traficantes de armas, que cesen por completo su actividad. A los gigantes de la tecnología, que dejen de explotar la fragilidad humana y paren los discursos de odio, las fake news y las teorías conspirativas. A los gigantes de las telecomunicaciones que liberen el acceso a los contenidos educativos. A los medios de comunicación, y esto fue especialmente urticante para ciertos periodistas, que terminen con la lógica de la post-verdad, la desinformación, la difamación, la calumnia y esa fascinación enfermiza por el escándalo y lo sucio; que busquen contribuir a la fraternidad humana y a la empatía con los más vulnerados. Y a los países poderosos que cesen las agresiones, bloqueos, sanciones unilaterales contra cualquier país en cualquier lugar de la tierra. No al neocolonialismo. Los conflictos deben resolverse en instancias multilaterales como las Naciones Unidas.
Es un llamamiento, que el papa hace, sí, en nombre de Dios, pero que me parece corresponde al más profundo humanismo. Una visión integral y solidaria de los seres humanos, una conciencia verdaderamente social que no son caricatura. El del papa no es el discurso populista del peronismo ni lo que, con burla, se llama en Argentina el pobrismo: el papa condena esa visión clientelar: quiere más puestos de trabajo, dignidad para la gente y una renta básica universal, a fin de solventar las necesidades elementales de la población mundial. A su vez, condena todo absolutismo estatista. Insiste en que lo que está diciendo no es nuevo. ¿Qué es entonces lo que resulta molesto? ¿Qué no cante loas al liberalismo y a la globalización y recuerde, con agudeza, impaciencia e insistencia que no todo en el capitalismo es perfecto? (O)