Si nos ponemos a pensar, cerrar los ojos no es un acto eminentemente nocturno. Cuantas veces cerramos los ojos para no ver y cuántas para ver mejor. Desde luego que hay una diferencia abismal entre no ver para dormir o ser cobarde y otra para apreciar mejor lo que se nos presenta. Quién no ha cerrado los ojos con ese abrazo que cura todo lo que el mundo rompe. Cerramos cuando el abrazo es fuerte y aún más cuando las cosas no están del todo bien o están tan bien, que viene acompañado con palmadas, posibles lágrimas, sonrisas y mucha euforia. Como un abrazo de gol.
Quien no ha cerrado los ojos al entrar a una panadería con la intención perversa de dejarse envolver por ese olor que las bendice y salir de ahí siendo mejor persona. Sentir el olor del café que nos espera a cualquier hora, el vapor de la taza caliente de cualquier te de frutos rojos y acordarnos que la vida no es vida sin esos pequeños placeres.
Abrir de par en par las puertas que dan a la calle cuando empieza a caer gotas de esa lluvia que llega del otro lado y propone empaparnos. No hay nada más cómplice que aceptar esa invitación y mojarse a propósito por el simple placer de no tener opción. Fruncir el ceño, estirar la mano y sentir en la piel el agua que cae desde tan alto. Total, las narices mojadas nunca mienten.
Apretar los ojos y pedir un deseo con todas nuestras fuerzas, como si se fuera a cumplir. Lanzar una moneda a una fuente, soplar once velas (quizás menos) o simplemente recoger una pestaña de la mejilla y pedir un deseo por el gusto de desafiar al azar. Total, siempre hay esperanza y es, quizás, lo único que nos queda.
Cerrar los ojos al escuchar una canción. Sentir que la música nos envuelve y nos dejamos llevar por el ritmo de manera inconsciente para que el cuerpo se empiece a mover desafiando siempre el ridículo y pensar sin pensar que nadie nos mira, que esa es justamente la mejor forma de bailar.
Besar más, besar mucho, besos en metralleta, porque siempre se besa con los ojos cerrados cuando son sinceros y de verdad, que es la forma que tiene el amor de llenarse de babas. Besar hijos, besar padres y abuelos por besar. Sin ningún motivo, haciendo caso a los más precarios impulsos. Besar amores, suspirar y temblar, sobre todo cuando todavía pensamos que vivimos en el país de Nunca Jamás voy a Perderte, porque todavía no nos hemos enterado de que el amor eterno solo dura dos años. Cerrar los ojos con cada beso, sin más, sabiendo que después de eso todo está mejor.
Cerrar los ojos y revivir a nuestros muertos. Contarles en silencio que nos hacen falta, pero que absolutamente todo mejora con el tiempo y que todo va a estar bien.
Cerrar los ojos y perder la noción del tiempo. Un placer sobre el que no hay nada más que decir.
Cerrar los ojos con el aroma de un perfume que huele a recuerdo y aspirar profundamente, para no dejar de disfrutar de aquel olor que no debería acabarse nunca. Ese que es felicidad absoluta que ataca directamente a la memoria y que dura lo que dura el tamaño de nuestros pulmones. Cerrar los ojos y oler a bebé, a pareja, a pasto mojado, a libro nuevo, a azahar y mandarina, a gasolina, a pipa recién prendida, a árbol de Navidad de verdad y olvidarnos de todo, aunque sea por un ratito, y pensar que seguir, por el solo hecho de recordar, vale la pena y ser todo lo felices que podamos ser.
Que no se acabe nunca la primera vez de algo. Que mientras unos duermen, otros sueñen mientras tropezamos de frente con nuestras más absurdas fantasías. Que encontremos sin buscar, como dijo el gran Julio Cortázar: porque sin buscarte te ando encontrando por todos lados, principalmente cuando cierro los ojos, que es la mejor forma de encontrar.
Cerremos los ojos al orar y rezar, apretar las manos muy duro, muy duro, pensando en el milagro de la Navidad. Cerrar los ojos al encontrarnos con nosotros mismos y apreciar que el mejor regalo no se valora, que es carísimo perder lo que no tiene precio y que estas cosas, una vez bien vistas, nos devuelven la certeza de que todo es posible.
Quizás deberíamos hacerlo más seguido. Cerrar los ojos para sentir. Otras veces para recordar. Es ese cerrar los ojos para poder, sin duda, ver mejor. (O)