En época de vacaciones propongo al viajero convertirse en lector y, viceversa, al lector transformarse en viajero, exclusivamente para admirar la naturaleza humana expresada en las ciudades y sus escritores, sobre la base del poder de su palabra, independientemente de su tendencia política, lo cual a la postre, cuando se habla de arte, es lo que menos importa.
Cuando el viajero y el lector aprecia el talento de Cortázar en Rayuela escribiendo …apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sústalos exasperantes… resulta muy difícil no pensar en el tango y sus inevitables consecuencias, escenificado en el Buenos Aires europeizado, originario de los barcos, fundido con la pampa americana. En la Argentina también está, el inconmensurable Borges, del que se escribirá en solitario, porque es un inmenso genio universal y no son calumnias.
Los aforismos de Oscar Wilde, son otro camino que se debe seguir y digerir para sobrevivir, todos estamos en la misma alcantarilla, solo que algunos vemos las estrellas escrito sentado sobre una piedra en Dublín, ciudad de la literatura, del famoso Irish Coffee, del Temple Bar de James Joyce y de las casas Jameson y Guiness, para beneplácito del dios Baco y de sus sinceros súbditos que, lejos de la hipócrita formalidad, coinciden con el Diccionario del Diablo del gringo Ambrose Bierce, ese personaje amargo que elevó la ironía, la sátira y la crítica a categoría de arte literario que, suelto de huesos, dijo: …el abstemio es una persona de carácter débil que cede a la tentación de privarse de un placer, sin duda, esa gente siempre será sospechosa de algo y tristemente nunca llegará al Nirvana etílico del español Fernando Savater, quien por otro lado y como corresponde, afirma contundentemente que, emborracharse todos los días resulta aburrido y de mal gusto.
Llegar a Madrid y no entrar al Café Gijón reducto de Juan Belmonte, Valle-Inclan, Pio Baroja y de la gloriosa Generación literaria del 27, cuyo mecenas fue el torero y dramaturgo Ignacio Sánchez Mejias, café de tertulia de Pérez Galdós y luego de Camilo José Cela, es visita obligada, no ir, es un terrible y craso error para el viajero lector y lector viajero, sin embargo, este sitio solo es uno de los cientos que hacen a la capital del reino una ciudad acojonante.
El arribo a París, para el ecuatoriano siempre deberá estar ligado a dos personajes, enemigos irreconciliables, el presidente García Moreno y su innegable adoración a lo francés y Juan Montalvo, escritor, curiosamente, para iniciados. Tanta fue la afición del presidente García Moreno que, trajo desde el Palacio de las Tullerias, parte del balcón que hasta el día de hoy está en el Palacio de Carondelet de Quito. El segundo porque vivió en la ciudad luz sus mejores años de producción literaria, allá en la Rue (calle) Cardinale número 7, se sienten sensaciones especiales, tantas y tan buenas como entrar al cementerio Perè Lachaise, en lugar de acudir al salón de la Peugeot, lo más probable es que Fréderic Chopin, Wilde, Edith Piaf, Marcel Proust y Jim Morrison agradecerán la visita.
Si todos los caminos conducen a Roma, sin temor a equivocaciones, siempre estarán esperando en la ciudad eterna, los ilustres Umberto Eco y Alberto de Moravia, éste último convencido de que la vida es demasiada corta para no vivirla.
En México, Bogotá, La Habana, Lima y Quito, para conocer sus letras y describir lo que significan, se necesitaría el espacio de un novelista, porque hay que citar a Octavio Paz, Sabines, el Gabo, Fernando Vallejo, Alvaro Mutis, Nicolás Guillén, Carpentier, Vargas Llosa, César Vallejo, César Dávila o Jorge Enrique Adoum, todos ellos y muchos más, quedan leídos y apuntados.
Aventurar de esta manera, no tiene desperdicio, nutre el alma, tal como lo hacen las artes vivas y el fuego de las tradiciones, lo bailado y lo viajado a nadie le pueden arrebatar. El pasado ya pasó, el futuro no existe, la vida es hoy y el tiempo pasa como todo, tic… tac… tic… tac… (O)