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Y el dolor de todos ya no fue solo por la eliminación de un gran equipo ecuatoriano en el mundial de fútbol ni por las lágrimas de todos esos jugadores que nos ilusionaron a todos y que apostaron incluso a jugar las instancias finales como ya lo hicieron hace pocos años cuando fueron campeones de América y terceros en un mundial juvenil.

30 Noviembre de 2022 16.49

El que diga que el fútbol es solo un juego, claramente no entiende de fútbol. Esta primera etapa del mundial de Catar, a pesar de los cuestionamientos y del boicot que se intentó hacer al torneo por habérselo celebrado en un país que irrespeta derechos humanos fundamentales de mujeres, migrantes y grupos GLTB, paralizó a la mayoría de naciones en el mundo, incluso a aquellos que no clasificaron y a los que pretendían alejarse de la fiesta del fútbol por conciencia moral. 

Pero claro, resulta muy difícil alejarse totalmente de un evento que congrega a los mejores jugadores y selecciones del mundo en el deporte más popular del planeta, aunque en el fondo no estemos de acuerdo con la forma corrupta en la que la FIFA designó a esta sede ni con el extremismo político y religioso que impera en aquel país y que, precisamente por haberse celebrado en su territorio el mundial de fútbol, han quedado aún más al descubierto sus trapos sucios, su intolerancia y sus más íntimas vergüenzas. 

Eso sí, cuando de vergüenzas se trata, nada mejor que un mundial de fútbol para desviar la atención y pasar por agache derogatorias, excarcelaciones y nombramientos truchos. Así, entre goles y locura deportiva, la Asamblea legislativa, lo peor que tiene este país en el ámbito político y ético, hizo de las suyas al intentar tomarse el CPCCS y persistir en su necesidad de nombrar autoridades de control que sirvan a sus intereses particulares. En su arremetida mundialista, sin embargo, se encontraron con la horma de su zapato, un juez descalificado y mañoso como los que tantas veces han utilizado ellos mismos para sus arbitrariedades y vivezas, un juez que les dejó en fuera de juego con una acción de protección que resultó ser un autogol de taco y desde medio campo para la mayoría legislativa. 

Sin embargo, otro juez de mala índole, de aquellos que tuercen las leyes y ajustan sus decisiones al mejor postor, mientras todo el país gritaba los goles de la selección y se sentía orgulloso de los jóvenes que la rompían en Catar, sacó la pelota de la canchita de la cárcel 4 con una jugada sucia que ningún Var alcanzó a distinguir, y dejó en libertad a uno de los jugadores que más lesiones ha fingido en la cancha de la política nacional. 

Y el dolor de todos ya no fue solo por la eliminación de un gran equipo ecuatoriano en el mundial de fútbol ni por las lágrimas de todos esos jugadores que nos ilusionaron a todos y que apostaron incluso a jugar las instancias finales como ya lo hicieron hace pocos años cuando fueron campeones de América y terceros en un mundial juvenil, sino también por tener que volver a la realidad de un país podrido en corrupción, asolado por la violencia y sumergido en la más profunda crisis política y ética de toda su vida republicana; un país que se unió alrededor de ese grupo de jugadores que, sin duda, nos darán muchas alegrías en un futuro cercano. (O)

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