Hablar de "vejez" es referirse a la época en que el ser humano comienza un proceso de deterioro físico. A riesgo de sonar discriminatorios, la edad de envejecimiento no siempre es de exclusivo orden cronológico, pero está ligada por igual a factores socio-estructurales que redundan en mengua del bienestar corporal y mental de la persona. En sociedades carentes de políticas adecuadas en torno a la alimentación, cuidado de la salud, educación, esparcimiento, y en general a la atención integral a la población, el declive de los individuos inicia más temprano. La decadencia sistémica de los pueblos es mayor en países con escasa conciencia y justicia sociales.
Respecto de la dignidad, la aproximación que interesa por ahora nos la ofrece Marco Tulio Cicerón (106 a. C.-43 a. C.). La desarrolla a título de la proyección de un hombre honesto, interesado siempre en cultivarse como ser de bien, equivalente a sujeto honorable. Es la faceta ontológica traducida en el cuidado con uno mismo... esa auto-pulcritud llamada a impregnar nuestras actuaciones de probidad, de moral, de ética y de nobleza. El hacerlo con sinceridad demanda, igualmente, de rendir tributo a la dignidad de terceros. Tal doble vía engendra una interrelación virtuosa entre los actores sociales, lo cual conforma la base sobre la que se desarrolló la política universal de los derechos humanos.
En nuestra permanente búsqueda del saber en la filosofía, nos hemos topado con una "decidora" frase de Sócrates (470 a. C.-399 a. C.): "Triste debe ser llegar a la vejez sin conocer la belleza que pudo alcanzar tu cuerpo". Al margen de eventuales otras interpretaciones que pueden caber de sus palabras, para nosotros es un llamado a enfrentar la vida con el propósito de llegar a la vejez convencidos de que en aquella hemos saboreado los frutos de la lindeza ética y estética. Lo contrario será el caso de quienes han desperdiciado su existir colmándolo de pasiones malsanas, de odios, de corrupción, de atentar contra el bienestar del prójimo, en definitiva, de efusiones atentatorias de la dignidad humana. Dignidad propia que debe ser preservada en todo quehacer personal, y ajena llamada a ser respetada.
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Cuán penosa debe ser la ancianidad, y consiguiente muerte, de quienes las alcanzan con la mente y el corazón inquietos ante una vida que no supieron o pudieron colmarla de bondad, solidaridad, decoro y decencia. ¿Qué sentirán aquellos que con la muerte cerca solo miran a los bienes materiales que lograron acaparar, con su "alma" vacía de benevolencia con el "hermano", exigida por una vida digna? No se trata de temor al infierno etéreo, pero de sufrir el dolor de una madurez exenta de la certidumbre de una "savia" honorable. De allí la necesidad de educar a los niños, jóvenes y adultos en valores concientizadores de obligaciones sólidas en moral objetiva.
Platón (427 a. C.-347 a. C.), en su República, convoca a una vida justa y piadosa, acompañada, y con el corazón alimentado, de buena esperanza. A ello lo cataloga de "nodriza de la vejez"... por ende, la mejor guía para el versátil juicio de los mortales. Es el llamado filosófico a respetar la vejez, que se constituye en principio de autoridad. Sin embargo, en Parménides, uno de los diálogos de vejez de Platón, afirma que tal potestad está ligada al conocimiento. En la misma línea de razonamiento excelso, tenemos a Solón (640 a. C.-558 a. C.), quien demanda envejecer "aprendiendo continuamente muchas cosas". Para el legislador, ello es posible "siempre que la enseñanza proceda de personas de bien".
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Lo expuesto nos lleva a reflexionar sobre la contingencia que representa para un país la inexistencia en él de un sólido régimen educativo. Parte de tal sistema es prestar atención al "ejemplo". La decadencia de una nación puede apreciarse en la no reacción decidida, furibunda, frente a quienes -y aquí no solo ante los viejos- con sus patrones de conducta rocían inmundicia en la sociedad, embarrándola de excrementos pestilentes en ética.
Retomemos a Cicerón. En De senectute, dedicada a Tito Pomponio Ático (109 a. C.-32 a. C.), asevera que la excelencia, la sensatez y la sabiduría son las mayores virtudes que vienen con la vejez. No es que dejen de estar presentes entre los jóvenes, pero sí que se consolidan en la edad avanzada. Lo hacen, decimos nosotros en función de lo expuesto en este ensayo, cuando la juventud y la adultez las hemos transcurrido con dignidad. Según bien lo señala el orador romano, las mejores armas y defensa en la vejez son "las artes y la práctica de las virtudes a lo largo de la vida". Concluye Cicerón proclamando que al fin de la vida será satisfactorio gozar de la conciencia de haber vivido honradamente, con el recuerdo de las acciones buenas realizadas. (O)