Era 1997 y el legendario Al Pacino daba otra soberbia clase se actuación en la película 'El abogado del Diablo'. Allí se encuentran líneas inolvidables como aquella que dice: He nutrido cada sensación que el hombre ha deseado. Nunca juzgué al hombre y pesar de todas sus imperfecciones, yo admiro al hombre. Soy un humanista, tal vez el último humanista.
Frente al diablo de Al Pacino se encontraba un joven Keanu Reeves, quien dio vida a Kevin Lomax, un impecable abogado, con una carrera prometedora y sin un solo caso perdido. Ese desempeño profesional obnubila a Lomax y lo lleva a un camino en el que llega a tocar el cielo (o al menos así lo cree él) y al instante cae a lo más profundo del infierno.
La vida de Lomax, como persona y como abogado, se acelera cuando se cruza con John Milton (Al Pacino), quien lidera una firma de abogados. Milton, es decir el diablo, se convierte en una especie de mentor de Lomax a quien literalmente le ofrece todos los placeres del mundo carnal. La película es una oda a la vanidad y se mantiene tan vigente como a finales del siglo XX gracias a un fenómeno del que muchos somos parte: las redes sociales y las pantallas frente a las que pasamos horas de horas, cada día.
Con el teléfono en la mano y una simple conexión a internet creamos historias, contamos nuestras vidas y las de nuestros seres cercanos, compartimos información, pero sobretodo vivimos una vida que no siempre es la real. Fingimos y pretendemos muchas cosas, y nos sentimos halagados con los likes, los emoticones de aplausos y con cada publicación compartida. Pasamos el tiempo en espera de ese reconocimiento público que no siempre llega y que pocas veces llena nuestro ego.
Sí, también están los espacios de las redes sociales para aprender, para informar, para hacer negocios, para educar, para conectar con personas que tienen nuestros mismos intereses profesionales, artísticos o deportivos. Pero hay que ser honestos: usamos las redes -muchísimas veces- para mostrar nuestro lado bacán, nuestra vida 'cool', para que la gente hable de nosotros. Por vanidad.
Así ha sido desde la primera vez que usamos hi5 o Facebook, hace tiempos inmemoriales, o hasta los actuales reels, tiktoks o las fotos supuestamente espontáneas e impredecibles de BeReal. Pero en redes casi nada es natural.
¿Es esta columna una señal de amargura o un lamento innecesario? No lo sé, muchos dirán que sí, otros asentirán y lo paradójico es que la mayoría habrá llegado hasta este artículo gracias a una red social. Sí es una reflexión sobre los tiempos modernos, en los que una pantalla, un selfie y un posteo son señales de que el ser humano presta demasiada atención a los asuntos triviales, a los temas sin propósito. Quizás una muestra más de la llamada sociedad líquida. Y John Milton, ese diablo del siglo pasado, estaría más que contento y satisfecho viendo cómo el ser humano sigue dándole la razón con sus comportamientos egocéntricos y su quemeimportismo frente a temas fundamentales.
No es casualidad, entonces, que John Milton cierre su aparición en la película con una frase contundente: Vanidad, definitivamente, mi pecado favorito. (O)