Entre las muchas cosas para combatir la nada, parafraseando a Cortázar, están las corridas de toros. Claro, hay mucha gente que no se atreve a ir o a comentar o a escribir porque quizás, equivocadamente y desde el desconocimiento, aprecia valores que no corresponden a una actividad como la de las corridas de toros. Otros opinarán que no es lo políticamente correcto y en esta sociedad actual importa mucho la aceptación social. El qué dirán condiciona. Por eso las prohibiciones van en contra de los principios de una sociedad democrática y libre ya que se basa en el respeto mutuo, aunque no guste. A nadie se le puede obligar a que le guste algo, menos un espectáculo. Pero no estoy para escribir sobre lo que es bueno o no. Por eso, no fue equivocación la primera línea: entre las muchas cosas profundas y maravillosas para combatir la nada, para mi están las corridas de toros. Y no pretendo discutirlo.
Este espectáculo, como cualquier otro, lo disfruta mucha gente que no se anda con complejos. Solo quiere emocionarse y divertirse, porque encuentra sentido a este entretenimiento y no se pregunta por qué, más allá del gusto adquirido. La estética y los gustos no se explican, aunque no se entiendan.
Los toros son un espectáculo rural y analógico. No hay pantallas táctiles, reuniones telemáticas o VAR que valga porque aquí se muere de verdad. Nada es edulcorado y las prisas no existen (el gran Juncal decía que las prisas para los delincuentes y los malos toreros). Es la representación de otra época en esta, sin ficción, en donde buscamos la emoción que produce un torero y un toro, solos, luchando de una manera bellísima.
Emoción. Emoción y emoción. La gente va a una plaza a emocionarse. Sin esto no hay fiesta y no hay espectáculo. Estas emociones deben estar proporcionadas exclusivamente por la participación y colaboración íntima en la tragedia entre toro, como eje central del espectáculo, y torero, artista colaborador del espectáculo. Cuando se juntan, crean de estímulos inentendibles. Por eso vamos a los toros.
En palabras de Antonio Caballero, no sólo está la muerte del toro, sino el peligro de muerte en que está el torero. Samuel Beckett indica que el deber de un artista es atreverse a fracasar, y yo creo que en ningún artista el fracaso está tan subrayado como en el torero, por la muerte. Los que vamos, es porque disfrutamos de un espectáculo profundo que nos produce una serie de sensaciones. Lo que nos gusta no es la tortura, sino el arte del toreo. La belleza del juego, el valor del combate, el sentido del sacrificio: todo lo que los toros son.
Como la muchedumbre disfruta de la emoción del fútbol o de la ópera, de ir a un museo o del color verde, lo mismo ocurre con esto. Sin duda, los gustos son inexplicables y las emociones muy personales. Es un espectáculo fabuloso. Ni siquiera hay que cuestionar su existencia porque es como cuestionar los gustos más internos. Es una discusión completamente estéril por el simple hecho de que existen. No se trata de si está bien o está mal. Es como si en el fútbol cuestionáramos la moralidad de los engaños que los jugadores generan para simular una falta o negar la posibilidad del uso del VAR solo porque se vuelve fiable pitar una falta. La famosa Mano de Dios no hubiese sido gol. Se trata justamente de eso. Sin duda no se puede normalizar la trampa o la injusticia, pero es difícil cuestionar la moralidad de una actuación de Hollywood en una cancha de fútbol porque eso es parte del espectáculo. Tampoco podemos juzgar y excomulgar al cristiano porque simuló una falta que se convirtió en penal. Esta sociedad actual gusta lo edulcorado y lo políticamente correcto y la mentira y valoramos la trampa. Se vuelve parte de lo que proyectamos como sociedad. La diferencia es que en los toros se muere de verdad y a veces eso no es tolerable.
Si bien en Ecuador hay toros todo el año, el coletazo de lo que fue la Feria de Quito, que se dejó de organizar hace varios años, todavía se mantiene. Por eso, como fue en su momento, los toros tienen su semana grande en los meses de noviembre y diciembre. Hay diversos eventos a lo largo de nuestra geografía durante el año, pero al finalizar la temporada española los toreros de otras latitudes pueden venir para presentarse como artistas en nuestra tierra local (Latacunga, Mulaló, Salcedo, Riobamba, etc.). Por eso, los toros vuelven a ser un espectáculo que todavía regresa todos los años.
Los toros son los que son. Y torear despacio, como se besa y se quiere, como se canta y se bebe, como se reza y se ama. Y eso gusta. Sin duda los tiempos modernos, como estamos viendo, están plagados de pelotas, VAR y edulcorantes, de pantallas digitales y reuniones telemáticas. Lo rural y lo que el hombre siempre fue, ha quedado para los libros de historia o para las corridas de toros. Por eso, ir a los toros parece un buen pretexto. ¿Vamos? (O)