Vacas asesinas
¡No! Las vacas no se han unido a las estadísticas de crímenes violentos e inseguridad, solo son culpables involuntarias de formar parte de nuestra pirámide alimenticia. En pocas, nuestra dieta carnívora las hace muuuuuuy mortales, debido a su directa influencia en el calentamiento global.

Hace seis años, 193 países (más la Unión Europea), firmaron el Acuerdo de París y desde entonces hemos vivido, en carne propia, la temporada más calurosa de la historia. Y pese a los 'mínimos' esfuerzos y discursos vacíos realizados por los gobiernos mundiales, parece que solo nos quedan nuestras acciones individuales para tratar de aminorar, juntos, los efectos nocivos del cambio climático, 'Tres Mosqueteros' style. Y el primer gran paso que podemos dar es revolucionar la forma en la que comemos. Nuestra alimentación provoca más gases de efecto invernadero que conducir y volar. Esto quiere decir que, aunque dejemos los combustibles fósiles, estamos muy lejos de llegar al objetivo planetario de limitar el calentamiento global a 1,5 °C, excepto si cambiamos radicalmente nuestra dieta. En contexto, un tercio de las emisiones de gases de invernadero viene de nuestro sistema alimentario y sus principales protagonistas: las vacas.

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Cada año, una vaca produce tanto dióxido de carbono (CO2) como un auto que recorre 20.000 km. Eso no sería un problema, pero nuestro tóxico antojo de parrilladas, hamburguesas, salchichas y bistecs han hecho que la población de bovinos en el mundo crezca exponencialmente, tanto así, que en conjunto, todas las vacas pesan 5 veces más que todos los mamíferos salvajes del planeta. Y, aunque la mayor fuente de gases de invernadero del ciclo alimentario viene de la deforestación y el secado de pantanos para la agricultura, la crianza de animales tiene una relación directa con este problema. Entonces, ¿cuál es la solución? La data refleja que si todos renunciamos a la carne y comemos solo pescado, podríamos ahorrar cerca de 4.000 millones de toneladas de dióxido de carbono cada año; si nos convertimos al vegetarianismo serían 6.000 millones de toneladas; y si nos adaptamos a una dieta vegana, sin ningún producto animal, serían casi 8.000 millones de toneladas menos, eso es más de la mitad de gases de efecto invernadero generados por nuestra alimentación. 

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Además, si reducimos el consumo de vacas, liberaríamos tierra fértil para alimentar a los humanos y volver a forestar. Solo el 6 % de las emisiones de efecto invernadero, del ciclo alimentario, son causadas por el embalaje y el transporte. Por lo que es más importante qué comemos que de dónde viene. La solución más factible, hasta el momento, es producir carne sin carne. Por ejemplo, a partir de una masa desarrollada de aceite de colza y guisantes, se puede crear una salchicha vegana ultra realista. Se estima que el mercado de sustitutos vegetarianos y veganos crezca 30 % cada año y algunos analistas calculan que en 2040, los productos alternativos a la carne tendrán, en todo el mundo, una mayor participación en el mercado que la carne animal original. Pero, su principal problema continúa siendo el sabor. 

Un sabor se compone de dos cosas: el gusto y el olor. La carne de res es una combinación de cientos de moléculas diferentes y para poder replicar cada una de ellas, la comunidad científica utiliza cromatografía de gases y olfatometría para descomponer esas mezclas complejas y analizar cómo estas moléculas afectan nuestras sensaciones. Muchas empresas se dieron cuenta que faltaba la fórmula secreta de la cangreburguer y la encontraron. La hemoglobina, una sustancia que fluye a través de los cuerpos de todos los animales y que replica el sabor de la sangre, fue el ingrediente sagrado para los vampiros vegetarianos. Sin embargo, la principal brecha que debemos cerrar en la industria de la carne a base de vegetales es el problema de la soja, causante del mayor porcentaje de deforestación de la selva amazónica, y de su precario consumo, que destina solo el 2,6 % de la soja mundial para hacer tofu, el 2,1 % para leche de soja y el 77 % para alimentar animales (vacas). 

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Otra extraña alternativa que trae la tecnología es tomar células de un animal, hacerlas inmortales y permitir que crezcan para siempre. Con esta solución podemos producir cualquier cosa que queramos comer. La compañía Future Meat puede crear alrededor de 500 kilogramos de carne 'de res' por día, equivalente a una vaca original. También, hace algunos días EE.UU. aprobó la venta de carne cultivada en laboratorio y una compañía de carne artificial mezcló células de cordero y ADN de mamut para crear la primera albóndiga prehistórica. 

Y, ¿ tú qué harías para ayudar al medioambiente? ¿Comerías vegetariano, vegano o prehistórico? Cualquiera sea la decisión que tomes, lo más importante es hacerla realidad. Porque, lamentablemente, el planeta no aguanta ni una vaca más pastando tranquila e inocentemente en el campo. (O)