En los últimos años, según han ido cambiando mis intereses, lo que valoro y donde pongo mi energía, han surgido varios pensamientos sobre como definir el éxito en la vida de una persona. Los primeros cuestionamientos me invadieron después de la muerte de mi padre al perder la guerra contra un cáncer que lo desconcertó por completo. Su padecimiento de los últimos meses me llevó a recordar lo vital que había sido en gran parte de su historia y como fue el fin de ella. Una reflexión llevó a otra y me encontré frente a una serie de interrogantes sobre cómo debía hacer esta evaluación y si valía la pena el intento.
Para abrir mi espectro, me resultó útil analizar primero cuáles son las etapas de un ser humano Y, por otra parte, revisar las distintas visiones, para de alguna manera calificar lo que se considera una vida exitosa o no. Dentro de las enseñanzas del Kundalini Yoga, práctica en la que he caminado por algún tiempo, se considera que en la vida se repiten varios ciclos cada cierto número de años, los que produce cambios fundamentales y de otro lado varían las inquietudes dependiendo de la edad.
Sobre la base de este concepto, se puede hablar de un ciclo de cambio de consciencia cada 7 años, de transformaciones en nuestra inteligencia cada 11 y variaciones importantes en nuestra energía y vitalidad cada 18. Esta idea permite aceptar que estamos mutando permanentemente. Es decir, tenemos la posibilidad de revisar lo que valoramos, como lo aplicamos o como nos sentimos cada cierto tiempo y eso influye definitivamente en nuestro comportamiento, nuestros objetivos y nuestros sueños.
Por otra parte, se enseña que de los 0 a los 18 años estamos en una etapa formativa y nuestras preguntas van más hacia tratar de descubrir ¿dónde estoy?. De ahí a los 40 años nuestras preguntas están relacionadas con ¿quién soy? En la senda hasta cerca de los 60, comenzamos a preguntarnos ¿a que vengo? Y de ahí para adelante, nuestra preocupación va más ¿hacia dónde voy? En virtud de estos cambios, nos confrontamos con nuestra identidad, autonomía, rol en la sociedad, productividad o sabiduría. Pues bien, si la vida no es una constante en nuestros pensamientos y anhelos, ¿cómo nos valoramos?, ¿en cuál de las etapas? o ¿en todas ellas?
Otra cuestión igual de complicada es determinar los parámetros para establecer el éxito de una persona, pues dependerá de cuál sea la óptica con que mires. He escuchado decir varias veces “es un gran hombre de negocios, una vida exitosa”. Al igual que otras afirmaciones como: “mira como terminó”. o “que tristeza todo lo malo que le pasó en su vida”. Frases frecuentemente repetidas pero pocas veces contrastadas respecto del otro lado de la moneda de esas personas. Por ejemplo, tal vez el gran hombre de negocios se perdió toda la infancia de sus hijos. Quien terminó de una forma difícil, tuvo una vida absolutamente plena. O si a quien le pasaron tantas cosas tristes, también le sucedieron muchas extraordinarias.
En definitiva, encontrar la vara para medir el éxito es difícil. En mi opinión, quizá se necesite hacer un análisis por partes. Mirar cada una de las etapas. No solo analizar cuantos objetivos cumplió, sino cuantas veces se levantó ante supuestos fracasos. Para hacer una apreciación justa, será necesario darle una mirada a lo que la persona aprendió, a como se equivocó y si fue capaz de intentar enmendar lo que erró. Observar que tanto trató de sentir el momento y acercarse a lo que le hacía feliz. Con que perspectiva pudo ver las cosas nuevas, dejar atrás las pasadas y disfrutar las presentes. Cuan compasivo fue con los demás y consigo mismo. Quizá solo haber logrado domar su carácter, romper un hábito o iluminar a quienes lo rodean sea más que suficiente. Y para los que ya se fueron, cuanto amor dejó, cuanto amor se permitió recibir.
Volviendo a mi padre, me atrevo a aseverar que fue un ser humano absolutamente exitoso, aunque puede que mi opinión no sea absolutamente imparcial. Pero no me cabe duda de que se desafió a si mismo constantemente, ya sea que se haya tratado de su profesión, de sus aficiones, un proyecto una idea o una emoción. Se cayó muchas veces y se levantó en casi todas con excepción de la última porque era hora de partir con dignidad. Vivió con intensidad el momento presente en muchas de sus períodos y cuando no pudo hacerlo aceptó haberse perdido. Su camino siempre fue regido por la bondad con los demás y su legado fueron miles de enseñanzas que hoy las repetimos y vivimos hijos y nietos.
En resumen, no es una tarea sencilla evaluar la vida de alguien y quizá no tenga ningún sentido hacerlo, pues en el fondo solo uno conoce sus propios caminos y sus batallas. Sin embargo, hace unos días tuve la oportunidad de escuchar a dos personas, cuyas palabras dejaron una huella en mis cavilaciones sobre este asunto. Por un lado, un ser querido de casi 82 años reflexionaba en el sentido de que, más allá de toda su trayectoria profesional, lo fundamental son los pasos que has dado y sigues dando día a día en tu accionar, manteniendo tus principios y en consecuencia sintiendo paz en el corazón cada vez que te levantas por la mañana.
Por otra parte, escuché las palabras de la madre de un amigo. Ella relató vivencias muy duras, pero también otras maravillosas, lapsos donde se encontró con desaliento, pero otros con gran iluminación y crecimiento. Compartió su experiencia de resiliencia, conciencia interior y una increíble conexión con lo que hoy valora. Mirar a estos dos seres con sus recuerdos, pero al mismo tiempo ser conscientes de vivir cada momento, me estremeció intensamente por dentro. Su vida reafirmó mis creencias sobre lo que es valioso y a quienes definitivamente puedo considerar exitosos. (O)