Nadie duda que el planeta está alterado, por todas partes se aprecian cambios que van desde prolongadas sequías- estiajes nunca vistos- hasta severas inundaciones, lluvias torrenciales o ríos desbordados, no hay lugar de la Tierra que no advierta los efectos del cambio climático y el ser humano contemplativo, amenazado y confundido sigue cumpliendo un papel preponderante en esta nociva transformación.
Con aquel incómodo pero innegable telón de fondo, la FAO (Organización de la Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) celebra el 16 de octubre de cada año- desde 1981- el "Día Mundial de la Alimentación". Una jornada que tiene como objetivo principal sensibilizar a la población sobre la importancia de la agricultura y muy especialmente de los pequeños agricultores.
En el devenir de los tiempos, la agricultura ha sido y seguirá siendo trascendente, desde los primeros cultivadores hasta las novedosas explotaciones agrícolas modernas, su enfoque permanente está basado en la producción y obtención de alimentos y su gradual diversificación- más todos los adelantos científicos que han ido apareciendo - obedecen a la misma causa.
Durante la pandemia de COVID, el mundo pudo apreciar - entre incrédulo y agradecido- que el trabajo del agricultor nunca se detuvo, aún a riesgo de su propia vida, siguió produciendo y trabajando los campos en una singular y silenciosa misión. Guerras, pestes, tragedias naturales encontraron siempre al agricultor cumpliendo su cometido.
La FAO como otras organizaciones internacionales reconoce el derecho que tiene la población mundial de alimentos sanos y de buena calidad, por ello y de acuerdo con su programación ha determinado que el año 2024 esté enfocado a resaltar el agua y su real impacto en los distintos sistemas alimentarios. Paradójicamente esta celebración encuentra al Ecuador sumido en una de sus peores crisis hídricas: ríos secos o con muy poco caudal, ausencia de lluvias, sistemas de riego insuficientes, sementeras con producciones fallidas, embalses a punto de colapsar, racionamientos generalizados de luz o agua y toda una cadena de consecuencias derivadas de esa penosa situación.
Las buenas intenciones y los manifiestos teóricos se chocan contra la dura realidad que vive el país y también el mundo : extensas zonas de páramos, bosques o selvas primarias quemadas, tala indiscriminada de árboles, generalizado mal uso de pesticidas, indetenibles avances de los desiertos, perversa manipulación tecnológica o empleo obscuro de simientes transgénicas o de híbridos así como la pérdida definitiva e interesada de semillas nativas, aspectos que junto con otros configuran un panorama sombrío y difícil para la consecución de alimentos sanos.
A fines del siglo XIX un médico norteamericano llamado John Harvey Kellogg creó sus famosas hojuelas de maíz (Corn Flakes) como una alternativa para el desayuno de sus paisanos, dando con ello el primer paso para lo que más tarde se llamó "comida procesada" y así fueron apareciendo grandes corporaciones que partiendo de productos animales o vegetales sanos e inocuos convirtieron a la comida humana en alimentos masivamente industrializados -sostenidos por millonarias campañas publicitarias- donde el empleo exagerado de la sal o el azúcar, las grasas, los saborizantes, los colorantes, los conservantes o las substancias preservantes, permitió un fácil ingreso a la cotidianidad de la mesa sin respaldo alguno y sin importar sus fatales consecuencias.
Otro norteamericano, el periodista Paul Roberts en su libro "El hambre que viene" publicado el año 2008 indica, entre otras trascendentes afirmaciones, que: "...el éxito del sector moderno de la alimentación se asienta sobre su capacidad de tratar los alimentos como si fueran un bien de consumo cualquiera... " es decir la industria alimenticia actual produce pan, embutidos, fideos, comidas enlatadas o congeladas, de la misma manera que una fábrica elabora zapatos, teléfonos celulares o plásticos, donde la presencia de lo artificial es definitiva y cierta.
Es sorprendente o curioso que en pleno siglo XXI en una época en que, por varias razones, el mundo produce la mayor cantidad de alimentos de su historia, también sea el período en que más enfermedades o alteraciones relacionadas con su consumo aparezcan en los cinco continentes, con escalofriantes cifras que año tras año se incrementan: obesidad, problemas cardiovasculares, diabetes, alergias de todo tipo, raras intolerancias, locura senil prematura, cánceres de etiología desconocida, etc.
Médicos, nutricionistas y dietistas sostienen que una alimentación saludable es la que proporciona los nutrientes necesarios para que el cuerpo humano- en sus fases iniciales especialmente- cumpla un buen funcionamiento, procurando su salud y desarrollo, minimizando el riesgo de enfermedades y convirtiéndose en un factor positivo para la reproducción, gestación y lactancia, así como una transición natural hacia la senectud.
Independientemente, si la dieta es omnívora, vegana, vegetariana o de otro tipo, el cuerpo humano precisa alimentos que produzcan energía: hidratos de carbono, grasas y proteínas. Elementos provenientes del agro, por lo tanto, producidos y trabajados por agricultores, sin cuyo esfuerzo sería imposible encontrar otra fuente de abastecimiento primario o definitivo. Verduras, cereales, legumbres, tubérculos, hortalizas, frutas, carne, leche y huevos tienen su origen en el campo y constituyen la base de una verdadera nutrición.
Inquietante la celebración anual planteada por la FAO no solo porque abarca los aspectos inherentes a la producción pecuaria o las cosechas agrícolas, sino que además enfoca su correcto destino, sin olvidar el incomprensible e injusto irrespeto a todo el género humano, manifestado por la enorme cantidad de desperdicios alimentarios que los grandes centros urbanos provocan, mientras el hambre sigue asolando vastas regiones del planeta. (O)