Descubrir petróleo, oro, la minería, ciertos metales, puede llevar a un país a la ruina. Esta paradoja ilustra perfectamente la “maldición de los recursos naturales” que a veces pesa sobre los países ricos en materias primas. Probablemente no sea una fatalidad de la que es imposible escapar. Pero curar la “enfermedad holandesa” requiere decisiones políticas de elevado costo.
En 1959 se descubrió en el norte de los Países Bajos el yacimiento de gas natural más grande del mundo: 2,82 billones de metros cúbicos. Las autoridades incitaron a particulares y a empresas a orientar su actividad hacia ese maná. Se iniciaron las exportaciones y las divisas llegaron en grandes cantidades, anunciando un futuro feliz para los Países Bajos. Pero con el rápido aumento de las exportaciones, el valor de la moneda neerlandesa, el florín, se apreció rápidamente. Los hechos revelan que cuanto más asciende el volumen de divisas extranjeras, más aumenta el valor de la moneda local.
La primera consecuencia de este fenómeno se encuentra en la pérdida de competitividad de las exportaciones de los demás sectores, pues el costo de éstas, realizadas con una moneda local que vale más, resulta más elevado. Como consecuencia, el sector industrial debió enfrentar la disminución de sus pedidos rápidamente. Por otro lado, el sector gasístico, y los que se encontraban ligados a éste, tendía a acaparar la mayoría de las inversiones y el resto de la economía perdió velocidad.
Las riquezas obtenidas con las exportaciones de gas se dedicaban solo a la compra de todo lo que el país consumía, pero que ya no producía. De allí surgió esta paradoja: a mediados de 1970 los Países Bajos enfrentaron enormes dificultades pese al enorme volumen de exportaciones. Se etiquetó así la Enfermedad Holandesa, fenómeno que también ha sucedido en otros países, en distintas épocas: España, con el retroceso de su sector manufacturero, Austria y más recientemente en Venezuela.
Curar esta “enfermedad” puede resultar una tarea delicada que a menudo ha recibido una receta universal: sembrar el petróleo, es decir utilizar la renta generada por el sector para desarrollar la industria y disponer de una economía capaz de funcionar sin la explotación petrolera. Esto significa evitar los desequilibrios de la balanza comercial por la tendencia al consumo de productos provenientes del extranjero; proteger la producción industrial nacional con políticas con dirección opuesta a la tendencia hacia los acuerdos de libre comercio; alcanzar un mayor nivel de desarrollo tecnológico que incentive la creación de nuevas líneas de producción con capacidad de competir en el mercado mundial.
En Ecuador, la decisión de construir el Oleoducto de crudos pesados para transportar 410 mil barriles de petróleo en una distancia de 408 kilómetros, desde Lago Agrio, Sucumbíos, hasta Lago Agrio Esmeraldas, auguraba un largo período de bonanza. El país esperaba un justo reparto del crecimiento económico anunciado y el mejoramiento del nivel de vida, definir el nivel de inversiones públicas, emprender en estrategias para la redistribución de la riqueza nacional y adoptar una política comercial que garantice la necesaria protección a los sectores que requieren ser competitivos (Fontaine).
Luego de los vaivenes de la economía petrolera mundial y de los efectos ocasionados en la economía nacional, la participación del sector petrolero en el PIB a lo largo de la explotación del crudo no ha redundado en el crecimiento sostenible de los sectores cuya importancia radica en su capacidad para desarrollar nuevas líneas de producción y de generación de ocupación. La industria manufacturera no presenta un florecimiento económico, sus cifras de producción no tienen un estimado crecimiento, al igual que las de sus exportaciones. Los recursos naturales, inmensos, que dispone el Ecuador, no han escapado de la fatalidad de la enfermedad holandesa. (O)