La cancha de tierra está bien trazada, uno que otro charco –producto de la lluvia de anoche- decoran el medio campo a igual que la esquina norte. De la estructura metálica de los arcos, cuelgan redes de nylon color azul. “Cancha con redes es verdadera cancha de fútbol” dice Don Agustín, responsable del rayado y el cuidado de las redes. El árbitro central –algo subido de peso y vestido totalmente de negro- mira su reloj y nervioso se mueve, listo para dar el pitazo inicial, sus dos ayudantes –que a su turno hoy serán centrales y que igualmente visten de negro- ya ubicados en sus respectivas líneas, banderín en mano, lo miran fijamente. Se espera unos minutos hasta que terminen de cambiarse los tres jugadores del Dynamo de Collaquí que acabaron de llegar, mientras los futbolistas del equipo contrario -Club Deportivo Qatar- de vistoso uniforme anaranjado, dan saltitos para calentar piernas, brazos o elongaciones repetidas que se alternan con rítmicos movimientos de cuello.
Hoy es Domingo y este es el primer partido de la liga barrial San Antonio. El partido de los ”madrugadores”. Son las 7:45 de una fría y nublada mañana. “Ayer sábado se jugó todo el día, ningún partido se suspendió. Estuvieron desde temprano las mujeres, los senior que son mayoría y los infaltables veteranos… la jornada fue normal, llena de goles y con los expulsados de siempre… la tribuna recibió mucha gente… familias enteras, cuenta Don Agustín.
Contadas personas están en los cubiertos graderíos y los vendedores de colas y “cosas finas” aún se encuentran descargando su mercadería. Dos o tres dirigentes –verdaderos pilares del deporte barrial- uno de los cuales aparece como director técnico y otro que parece ser “aguatero” o masajista o las dos cosas a la vez, dan últimas instrucciones a sus muchachos. En primera fila y cerca de la malla está la mesa de la vocalía, donde con gorros y bufanda, otros sacrificados dirigentes han verificado “carnets de cancha”. A lados contrarios de la misma tribuna, se aprecian los suplentes del Deportivo Qatar y un hincha del Dynamo indiferente maniobra su celular. La pelota blanca con negro, algo desgastada está justo en el centro del campo esperando también el silbato del juez.
Se ubican los atrasados jugadores del Dynamo de Collaquí y el árbitro después de consultar a los arqueros, mirando al cielo se santigua y da por iniciado el cotejo.
Con toda seguridad a esa misma hora, en otras canchas se estará repitiendo el ritual y la enorme maquinaria de recreación y deporte del Distrito Metropolitano de Quito dará comienzo a una larga jornada dominical. La capital ecuatoriana registra más de 400 ligas deportivas y barriales. Los partidos arrancan la noche del viernes- en las canchas que tienen iluminación- y terminan el domingo, generalmente, después de las 19 horas. En la ciudad de Quito y sus alrededores, cada fin de semana se juegan más de 4000 partidos de fútbol, involucrando a cientos de miles de deportistas de distintas edades, sexo, condiciones físicas y categorías.
Hace pocos años el fútbol femenino barrial, se convirtió en estelarista tanto por la cantidad como por la calidad de sus cultoras. No hay ninguna liga que no se precie de tener equipos formados y dirigidos por mujeres; con torneos de igual o mayor disputa y expectativa que el de los varones. Las ligas barriales, con sus graderíos y sus canchas: unas de césped sintético y otras descubiertas son el pretexto o motivo para que semana a semana lleguen amigos y amigas, vecinos, compañeras de trabajo, talleristas, artesanos, obreros, profesionales y estudiantes para recrearse jugando a la pelota o alentando al equipo de su preferencia. Una autentica expresión cultural masiva que tuvo su origen allá por 1932 con el aparecimiento de la primera organización deportiva en Chimbacalle, tradicional barrio del sur de la capital.
La trajinada vida citadina marca espacios laborales, estudiantiles, familiares y personales con graves episodios de ansiedad, agotamiento, depresión o estrés. La salud mental –que adquirió notoriedad relevante en la pandemia- se ve constantemente agredida dejando dolorosas evidencias: falta de confianza, nula resiliencia, pensamientos negativos, insomnios recurrentes, pesimismo crónico, ausencia de motivación entre otras manifestaciones. A todo esto, habría que sumar, generalizados y muchas veces cercanos episodios de inseguridad y violencia para completar un cuadro nada aceptable sobre la calidad de vida de los quiteños y quiteñas, y es ahí donde precisamente asoma el valor del deporte y su presencia en el entorno.
La Psicóloga española Patricia Nefría Vicente, en uno de sus muchos artículos, afirma que “Ninguna manifestación humana es tan completa para liberar neurotrasmisores como la práctica deportiva constante. La Endorfina, Dopamina, Oxitocina y Serotonina, cumplen roles trascendentes en el comportamiento de las personas, provocando sensaciones placenteras de euforia y satisfacción, combatiendo el estrés incluso reduciendo el dolor. El deporte practicado con frecuencia permite el equilibrio emocional, previene y mitiga la depresión y ansiedad. Los deportes colectivos como el fútbol, baloncesto o volley otorgan no únicamente un vínculo social sino el desarrollo empático con sus congéneres. Nada como la práctica deportiva para fortalecer la autoestima y la confianza”. (O)