En los países desarrollados, el actual modelo del capitalismo ha conseguido un incremento de la productividad y de las rentas, pero ha supuesto la expoliación y destrucción de los recursos naturales en todos los países, y ha provocado un cambio climático que compromete el futuro del planeta. También ha generado profundos desequilibrios territoriales y sociales, pobreza y hambre. Las Naciones Unidas advertían, desde hace unas décadas, que los patrones actuales de desarrollo ponen en riesgo la seguridad a largo plazo de la Tierra y sus habitantes.
Una reflexión sobre la existencia de los problemas estrechamente conectados con la calidad de la vida humana, dada por su conducta frente al medio circundante, permite deducir que el mundo se ha acercado paulatinamente a una urgencia planetaria. Así lo demuestran los graves problemas que lo aquejan actualmente: la contaminación ambiental y la destrucción de la capa de ozono, que apuntan a un peligroso cambio climático global; el agotamiento y destrucción de los recursos; una urbanización creciente y, casi siempre, desordenada y especulativa; un hiperconsumo de las sociedades desarrolladas y de los grupos poderosos, estimulado por una publicidad agresiva, creadora de necesidades, que impulsa al desperdicio y al despilfarro, entre otros graves efectos.
En medio de una confusión entre crecimiento y desarrollo, prosigue la progresiva destrucción de la naturaleza, tanto en el Norte como en el Sur. Ésta es, en principio, el resultado de la lógica del beneficio a corto plazo que prevalece sobre las necesidades del ser humano, y en general del productivismo y el consumismo. Si todo ser humano mantuviera el nivel de consumo de los más ricos, el planeta apenas podría satisfacer las necesidades de unos 600 millones de personas, dado que los recursos no son inagotables. Y el mercado no es capaz de dar respuestas a los riesgos globales que pesan sobre el medio ambiente.
La multiplicación de catástrofes naturales está ejerciendo presión sobre los gobiernos, incluso de los más reticentes, a apostar por soluciones energéticas alternativas. A largo plazo, salvaguardar la vida sobre la Tierra implica cambios radicales en su gestión para que el Norte tenga en cuenta los intereses del Sur y que en ambos el destino de miles de millones de pobres tenga prioridad sobre el de las minorías ricas. En adelante, el imperativo es proteger la biodiversidad, la variedad de la vida. Si no se frenan las emisiones de gases de efecto invernadero, los desastres podrían alcanzar una gravedad excepcional.
Esta situación ha motivado la reflexión para asumir la búsqueda de soluciones a partir de una comprensión del problema global, rebasando los límites del crecimiento económico o la satisfacción de las necesidades materiales encerradas en la mentalidad del consumismo.
Pese a la creciente percepción con respecto a las alteraciones del medio ambiente, sus causas y posibles soluciones, no existe cabal conciencia del alcance del cambio cercano necesario. EL aporte del ecologismo es haber logrado que en la actualidad un vasto público descubra que la supervivencia del planeta constituye la máxima prioridad, antes que cualquier otro problema. Se impone un nuevo paradigma, sin el cual el presente siglo resulta incomprensible, incluso aunque muchos traten de sacar su propio beneficio de la situación actual.
El nuevo paradigma debe marcar una ruptura con el pensamiento tradicional. Según la ética dominante en las sociedades productivistas, el medio ambiente está fuera de nosotros. La sociedad y la naturaleza se perciben de manera más o menos independiente la una de la otra. Los perjuicios que se inflige se consideran daños colaterales. En su actual estado, el sistema productivista trata a la naturaleza como una simple área de extracción y un producto desechable de la economía.
Se requiere un contexto favorable para un cambio de modelo energético que pueda ser apoyado por los industriales del Norte, ante la perspectiva de obtener beneficios derivados de la puesta en marcha de un nuevo ciclo económico, como la economía verde. Sin embargo, ésta supone nuevos peligros: por ejemplo, la mayor demanda mundial de biocombustibles provocará una especulación desenfrenada de productos alimentarios básicos utilizados para producir etanol, o requerirá que las superficies cultivadas aumenten significativamente, lo cual implicaría provocar grandes deforestaciones.
La perspectiva debe ser invertida: integrar la economía en los límites del medio ambiente y dejar de considerar a la naturaleza como fuente inagotable de crecimiento económico. Cambiar de modelo energético sin modificar el modelo económico significa correr el riesgo de que solo se desplacen los problemas económicos. (O)