Las Islas encantadas como suelen llamar a las Islas Galápagos han sido a lo largo de la historia un lugar de contrastes, sueños, venturas y desventuras. Esta diversidad y polaridades se puede notar tanto en los personajes que las han visitado y habitado, como en los cambios que se han producido en ellas. Por sus tierras y costas pasaron: piratas, prisioneros, nobles, científicos, ejércitos extranjeros, emprendedores y colonos. Y a su vez, fue refugio de perseguidos, paraíso de cazadores de ballenas, laboratorio viviente de las investigaciones de Darwin, base militar, colonia penal y ahora parque nacional, destino turístico y Patrimonio de la Humanidad declarado por la UNESCO.
Las vivencias, descubrimientos, penurias, sacrificios y desafíos acontecidos en las islas, han dejado huellas que generaron verdaderas leyendas en este territorio casi abandonado en medio del océano pacífico. Misteriosos crímenes sin resolver dignos de un relato de Hitchcock siguen siendo contados luego de décadas. La existencia de una hacienda con esclavos y su propia moneda fue contada brillantemente en el libro Esclavos de Chatham de Alicia Yánez Cossío o historias más recientes, como la de los pescadores que salieron a una faena en su embarcación por una semana y quedaron a la deriva por 77 días para terminar en las aguas de Costa Rica, cuyo capitán, Miguicho Andagana, ahora es un activista contra la contaminación en las islas.
Pero más allá de los legendarios hechos vividos en este lejano archipiélago, llegar y visitarlos como turista es siempre una aventura. Desde que arribas al aeropuerto todo es distinto. Bus, hasta un canal, barca para atravesarlo y luego camioneta hasta llegar al puerto. Vas dejando unos cuantos dólares en cada trayecto y refunfuñando contra algunos temas del sistema administrativo que se deben regular, pero pronto comienzas a encontrarte con la fauna que ya empieza a mezclarse con la gente. Turistas, nativos de las islas, trabajadores hoteleros, caminan entre iguanas, pinzones o lobos marinos en las zonas aledañas al mar. De ahí en adelante, dependerá de cuál sea tu destino.
Cada isla tiene su encanto. En mi caso la Isla Isabela es una de mis preferidas. Los encuentros con el mundo animal aquí son espectaculares y los puedes tener, en algunos casos, exclusivamente con un guía autorizado a varios lugares fantásticos, como Los Túneles, donde los paisajes estremecen a cualquiera, o por tu cuenta, en una impresionante entrada de mar llamada Concha y Perla. Experiencias que no son fácil de repetir en otro lugar del planeta.
A diferencia de otros destinos, donde uno se demora en desconectarse del trajín diario, aquí rápidamente te sumerges, literalmente, para compartir el espacio con criaturas fantásticas. En esta ocasión, fue de especial emoción el poder nadar con tortugas marinas gigantes, que parecían llevar cientos de historias mágicas en sus caparazones. Sentir estos extraordinarios seres tan cerca, despertó sentimientos profundamente sanadores en mí. Todavía cuando quiero traer un pensamiento de paz a mi mente, visualizo aquel día flotando sobre ellas, sintiendo su respiración mientras escuchaba mi propio corazón.
Al día siguiente, un recorrido en bicicleta nos llevó a una cantidad de pequeñas playas y humedales, donde la vida te rodea y brilla por todo lado a pesar de la dureza del terreno. De regreso, presenciamos asombrados a dos tortugas de tierra gigantes mientras se apareaban, frente a nuestras indiscretas miradas. Flamingos a los lados del camino e iguanas que se asemejan a dinosaurios que hay que esquivar durante todo el sendero. Una ruta espectacular y por tu propia cuenta. Y que decir sobre lo que experimentamos en el mar: Cruzamos nadando un canal con cerca de 80 tintoreras bajo de nosotros, perseguimos delicadamente a una mantarraya con su cría por varios minutos y encontramos un pulpo en su madriguera. Temblando por el agua fría, pero en un absoluto éxtasis por la energía de este rincón del mundo.
Entre tanta flora y fauna agreste, se podría pensar que hay un riesgo permanente, sin embargo, los animales salvajes nos miran, algunos juegan, otros parecen no inmutarse ante nuestra presencia. En este viaje, entre tanto tiburón, rayas o peces escorpión, el percance más grave fue la picadura de una cruel avispa a mi hijo, quien no tuvo tiempo de quejarse, pues de la nada apareció un médico que miraba junto a nosotros las tortugas y le salvó la vida con un antialérgico que llevaba en su maleta de oportuno doctor. El ataque no pasó de un ojo inflamado y el orgullo un poco maltratado, pero él valientemente continuó con el paseo.
La ocasión más riesgosa que creería hemos vivido en la Isla, se produjo hace algunos años, cuando creíamos que habíamos visto todo, se nos informó del avistamiento de un elefante marino. Un animal que puede llegar a medir seis metros y pesar cuatro toneladas y que no es habitante de las Islas Galápagos sino de lejanas tierras como las costas de California o la Antártida, aparentemente extraviado por las corrientes marinas. A pesar de las dudas que me generaba la información, partimos hacia el sitio donde había sido observado este majestuoso mamífero. Cuando llegamos a la playa indicada, miramos de arriba abajo sin encontrar nada y cuando nos retirábamos con desilusión, unos pescadores se cruzaron con nosotros y mi esposa preguntó, como si se tratara de un perrito perdido: ¿disculpe, tal vez ha visto un elefante marino? Para mi sorpresa la respuesta fue: sí está ahí atrás del mangle y siguieron su camino.
Por mi parte, hice una reflexión sobre que no era buena idea acercarnos a un animal fuera de su hábitat, pero nadie me escuchó y el resto del grupo ya estaba parado en la orilla del manglar. Escuchábamos el profundo resoplido de aquel gigante escondido entre la vegetación, con cierta sensación de inseguridad. Otras turistas entraron imprudentemente al mar para intentar verlo. Nuevamente, mientras yo estaba pensando en que había que esperar a ver el destino de las silvestres visitantes antes de acercarnos, el resto de mi equipo había ido un paso más allá y ya se encontraba con el agua en la cintura, mirando junto a ellas a aquel enorme animal. Yo tuve que seguirlas para mantener mi dignidad. Para hacer el cuento corto, ella (el elefante marino resultó ser una hembra) nos miró fijamente. Nosotros nos retiramos muy despacio. Luego la enorme criatura ocupó exactamente nuestro puesto y nos volvió a mirar. Las turistas y nosotros sobrevivimos, y aquella hermosa forastera del sur del continente, regresó a su camino en el mar.
En definitiva, en estas Islas los animales viven en pleno equilibrio, solo perturbados por los seres humanos que nos atravesamos en su camino. Sin embargo, si actuamos con un mínimo respeto, ellos nos permiten coincidir en su dominio y tal vez podemos encontrar nuestra propia relación con el espíritu de la naturaleza. Aquí hay mucho por hacer en varios sentidos, especialmente en concordar las realidades del hombre y su paso por este paraíso. Pero la vida como es, está frente a nosotros, nos ilumina mientras la conservemos. Todo esfuerzo es poco para mantener este santuario del planeta. Un lugar que requiere una profunda consciencia para mantener la interconexión entre el hombre y este ecosistema. (O)