La propuesta del libre ingreso a las universidades tiene historia. En décadas pasadas fue motivo de enfrentamientos violentos. En los últimos gobiernos se naturalizó de alguna manera pero no desapareció. Con la vigencia de las pruebas estandarizadas -Ser Bachiller y Transformar- y la exclusión de cerca de 100 mil jóvenes por año, el tema se agudizó.
La medida del Presidente -incluye también dos temas complementarios- muestra dos inconsistencias que le restan credibilidad e impacto. Primero, el examen no desaparece. Se mantiene, la competencia cambia de manos, desde el estado (Senescyt) a los centros universitarios. La autonomía crece y también la posibilidad de mercantilizar más la educación superior.
Segundo, el aumento automático de cupos, como se anunció, es una ilusión. Aumentar cupos no depende de un examen. Precisa mucho más: recursos, infraestructura y equipamiento, diseño de nuevas carreras, ingreso de profesores, líneas de investigación, nivelaciones, ajustes administrativos...
En definitiva, hay más hojarasca y efectismo que soluciones de fondo. Algunos críticos advierten la ausencia de una visión integral del sistema universitario. Incluso el espacio del anuncio resultó inapropiado… universidades ausentes.
El tema abre múltiples frentes de análisis. Uno de ellos es el aislamiento de las universidades. “Hacia abajo” es notoria la desarticulación con el Bachillerato. No se integran en programas de estudio, en habilidades requeridas, en realidad y cultura universitaria, en investigación. Prevale la separación y no la continuidad. Los bachilleratos tampoco aportan en orientación vocacional, que evitaría desperdicios y frustraciones. Y sobre todo, no contribuyen al cierre de las enormes brechas de calidad. Las universidades se verán obligadas a curar síntomas sin topar las causas que vienen de atrás. Año tras año.
“Hacia arriba”, la universidad mantiene vínculos débiles o nulos con la vida y el mundo del trabajo. Los programas no siempre se orientan hacia el empleo, no siempre consideran el mercado laboral, las profesiones del futuro, las especialidades técnicas, los avances científicos y tecnológicos, las nuevas habilidades – liderazgo, manejo de conflictos, toma de decisiones, trabajo en equipo, comunicación, ética-. La mayoría de graduados sale al mundo sin horizontes claros y realiza actividades para las cuales no recibió preparación. O engrosa las filas del desempleo y la informalidad.
La articulación de las universidades, especialmente con el trabajo, no se concibe sin el aporte del empresariado. Son ellos - con las universidades - que pueden darle continuidad y sentido de ser a los estudios. Son las empresas las llamadas a tender puentes, al final y en los trayectos de estudio: modalidad dual de aprendizaje, investigaciones, pasantías, seminarios, laboratorios, talleres, enlaces con institutos técnicos, concursos, ferias, incentivos. Es preciso superar la visión de cada institución para mirar el bosque completo, el desarrollo del país. (O)